31 de julio de 2022

El poder y los zanguangos

En esta vida, para todo, basta que alguien sostenga una idea para que otro elabore la contraria. Así el mundo se divide en dos, los que están de un lado y los del otro: pasta o pollo; Coca o Pepsi; izquierda o derecha; conservadores o laboristas; demócratas o republicanos; Boca o River; Ford o Chevrolet; asociación mundial o federación mundial; Corea del Norte o Corea del Sur... En cuanto a las decisiones humanas, están muy nítidas las dos vertientes... y no le digo nada en la política. En todo gobierno, y también en la oposición, hay segurolas y audaces; miedosos y temerarios; tímidos y desvergonzados; cuidadosos y despreocupados; pudorosos y obscenos, gradualistas y terminantes; halcones y palomas...

Como al que nació barrigón es al ñudo que lo fajen, está difícil cambiar de bando. Y más difícil vencer la inercia, porque la comodidad es parte de una de esas actitudes, por eso los audaces están siempre más cerca de cambiar de opinión si se equivocan. Es que cambiar de opinión –y de rumbo– es la fortaleza más necesaria de los que toman decisiones.

Siempre es mejor equivocarse que no tomar decisiones. Quiero decir que, en una escala del éxito al fracaso, primero está el éxito, segundo el fracaso y tercero la inacción. Y no hay que estudiar en una escuela de negocios para saber que quien se equivoca tiene que aceptarlo para corregir el rumbo todas las veces que haga falta: el que mantiene una ruta equivocada por no aceptar sus errores, nunca llega a ningún lado.

La política argentina está llena de ejemplos, sobre todo en los últimos meses, y no le digo nada en las últimas semanas. La coalición de gobierno protagoniza una lucha sorda entre la decisión y la indecisión, entre la lapicera y la tinta invisible. Para colmo, el presidencialismo está de capa caída, porque no tiene resuelto qué hacer cuando el presidente resulta indeciso, o inepto, o inútil... y que conste que no me estoy refiriendo a ninguno en particular.

Estamos presenciando el ocaso del sistema electoral, porque no encuentra el modo de librarse de los parásitos que se sirven de las elecciones para atentar contra la democracia. Hay que encontrarle la vuelta para salvar a la democracia, pero también estamos ante el fracaso del presidencialismo. Los nuevos sistemas de comunicación y las redes sociales han cambiado todo. No puede ser que cualquiera se presente de candidato, sin siquiera pasar el test psicofísico obligatorio para un chofer de colectivos. Y tampoco puede ser que las elecciones se diriman entre consultores riquísimos que consiguen que la gente vote por un zanguango, y que en la siguiente elección tengan de cliente al zanguango que en la elección anterior fue su competidor.

En la Argentina nos falta madurez, que es el único antídoto contra los zanguangos. Y la madurez se consigue con educación. Quizá por eso nos sobra adolescencia y nos falta continuidad, que es lo mismo, porque la falta de perseverancia es una señal de la adolescencia. Si tenemos unos años, sabremos que la constancia es lo más importante en cualquier proyecto, y que cambiar a cada rato lleva irremediablemente al fracaso. Por eso también necesitamos políticas de estado nítidas, resultado de un proyecto de país en el que todos estemos de acuerdo, del primero al último, en unión y libertad, como reza nuestra moneda desde 1813.
La continuidad parece contrapuesta a lo de las decisiones equivocadas, pero no lo es. El que se equivoca en todas las decisiones no sirve para tomar decisiones; en cambio, el que se corrige cuando toma una decisión errónea es el que más sirve. Y el que no se corrige porque no acepta que se equivocó... ese es un imbécil marca Cañón.

24 de julio de 2022

A favor o en contra del Papa

La columna del domingo pasado provocó algunos comentarios que me decidieron a seguir escribiendo sobre Francisco, pero solo desde un punto de vista... digamos político. Dejo de lado el abismo entre lo inmanente y lo trascendente, lo temporal y lo eterno, origen de juicios equivocados y de peleas estériles. Pero además resulta que los cristianos (o musulmanes, o judíos, o budistas, o lo que sea) no están de un solo lado del arco político y sus líderes lo son de todos, sin banderías. Aclarado este punto, voy a tratar de explicar por qué es un error político oponerse al Papa en la Argentina de hoy. Y eso está ocurriendo en gran parte del espectro social argentino, pero especialmente en el círculo rojo anti-K y también en el católico más tradicional, pero muy especialmente entre los periodistas y analistas opositores, que no paran de denostar al Papa sin darse cuenta del inmenso error en el que están cayendo.


El 13 de marzo de 2013 fue elegido como Papa el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. La noticia cayó como un baldazo de agua fría sobre la cabeza de la entonces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, que se llevaba muy mal con el cardenal. Con bastante fundamento suponía que Bergoglio venía de la derecha católica peronista, del lado contrario de la izquierda montonera, también peronista, a la que ella adscribía. No hay más que ver las tapas de Página 12 de aquellos primeros días del pontificado de Francisco: en la del 14 de marzo, mandaron ¡Dios mío! como único título, y encima lo acusaban de encubridor de delitos de lesa humanidad, cómplice de dictaduras y enemigo de los gobiernos kirchneristas. Las ediciones del 15, 16, 17 y 18 de marzo siguieron violentas contra el nuevo Papa, pero las del 19 y 20 ya son fanáticas de Jorge Bergoglio. Es que el 18 había estado Cristina en Roma para la asunción de Francisco y ahora todo eran sonrisas, besos y regalos.

Fue Rafael Correa, el presidente del Ecuador, quien llamó a Cristina para rogarle que cambiara de actitud y seguramente le dio también un par de consejos cristianos, como que pida perdón. Pero no importaba tanto la ideología como la habilidad política para hacerse con la amistad de quien está llamado a ser el argentino más importante de la historia. Cristina lo entendió volando y la bajada de línea llegó a todo el kirchnerismo y, por supuesto, a su periódico insignia Página 12, y a sus columnistas, que se dieron vuelta en el aire sin decir esta boca es mía. Cristina mostró una cintura política digna del Gattopardo, mientras las fuerzas anti-K, en lugar de aprovechar el vacío y primerear a Cristina, o de competir con ella para ganarse el favor del Papa, se pusieron en contra de Bergoglio porque los amigos de mis enemigos son mis enemigos.

La historia está plagada de enemigos de la Iglesia que intentaron destruirla. Desde Nerón hasta Stalin, pasando por Napoleón, hay una larguísima lista de personajes poderosos que confundieron lo temporal con lo eterno. Nerón pensaba que terminaría con los cristianos matándolos en el circo y Stalin preguntó cuántas divisiones tenía el Papa cuando Churchill mencionó a Pio XII en Yalta. Cayeron los imperios uno tras otro, precisamente porque son temporales, mientras que la Iglesia sigue en pie, a pesar de los pesares, porque su imperio no es de este mundo.

Decía la semana pasada que no hay que extrañarse de que un cristiano ame a sus enemigos y por eso hay que suponer que hasta Sergio Massa puede llegar a abrazarse con Francisco si pide perdón por su propia estupidez, como el emperador Enrique IV ante el Papa Gregorio VII en Canossa. Pero en esta columna solo quería resaltar que aunque las palabras, la conducta y las decisiones de Francisco superan el plano de lo temporal, igual es una falta descomunal de cintura política ponerse en contra de un Papa que, además de ser argentino, no parece que vaya a ser uno más de la fila. Bastaría con mirar dónde está él y dónde sus detractores. Pero, además, Cristina demostró que todo se puede arreglar en cinco días.

22 de julio de 2022

17 de julio de 2022

Jorge Bergoglio y Raúl Castro

Hasta la pandemia, como parte de los festejos del aniversario de El Territorio, era costumbre celebrar una misa en la redacción del diario. A pesar de pedir silencio, no dejaban de sonar los teléfonos y de moverse la gente por las urgencias del periodismo, así que esas misas se volvían caóticas, pero era una vieja costumbre que formaba parte del folclore del aniversario. 

No entendía por qué no se hacía en una iglesia, que es el lugar natural de las misas. –Es que no va a ir nadie, argumentaba Mecha Villalba, a quien le retrucaba que no me parecía bien obligar a los empleados de El Territorio a asistir a una misa, ya que no la podían evitar por celebrarse en su propio lugar de trabajo. Felizmente, después de la pandemia, hemos conseguido que la misa del aniversario –que se encarga por todos los empleados vivos y difuntos de El Territorio– se celebre en una iglesia de la ciudad y que vaya el que quiera.

Desde 2007 hasta 2013 fue el obispo emérito de Iguazú, Joaquín Piña, quien celebró esa misa. Y muerto Piña, durante unos años le tocó al padre Jorge Chichizola, como heredero del encargo de don Joaquín. Chichizola era el superior de los jesuitas de Posadas y párroco de Nuestra Señora de Itatí, en la calle Herrera casi Comandante Espora, cerca de la Rotonda.


En la esquina de la parroquia que hace ochava entre Herrera y Espora, hay una ermita de la Virgen de Itatí. Entre seis y ocho escalones emparejan la altura de la vereda y el nivel de la calle Herrera, que en ese lugar forma un leve cuesta. A parir del mediodía y durante la larga siesta posadeña, esos escalones sirven de asiento y de pasarela a unas chicas que esperan sentadas a sus clientes. Siempre que las veía me resultaba interesante el contraste entre la Virgen de Itatí y las, digamos, profesionales del sexo. Se me ocurría, antes del episodio que voy a relatar en el próximo párrafo, que estas cosas pasan solo en nuestra América, donde se puede ser a la vez puta y devota, y donde se cumple cabalmente la profecía del Evangelio: ellas van a estar adelante de todos en el Reino de los Cielos.

Aquel 2 de junio, que posiblemente fue de 2013, me tocó ir a buscar al padre Chichizola para celebrar la misa en el diario, que iba a ser a las cuatro de la tarde. Llegué puntual, seguramente un par de minutos antes de las 15.45. La esquina de la ermita era paso obligado y aquel día estaba ocupado con las chicas de siempre, que debían tener poco trabajo. El padre Jorge las saludó con una sonrisa y les dio la bendición. Me explicó que siempre lo hacía, y ante un comentario mio sobre el contraste, me aseguró que confiaba en la protección de la Virgen sobre esas mujeres, que quién sabe las penurias que las habrían llevado a esa situación, a este oficio duro y riesgoso para su salud y su seguridad.

Me acordaba de este acontecimiento cuando un amigo me proponía escribir sobre las declaraciones en las que el Papa confesó (es el verbo que usó) su relación humana con Raúl Castro, que tuvieron durísimas críticas en la opinión pública. ¿Por qué medimos el cristianismo con la vara de la política? ¿Si ser cristiano es parecerse a Jesús, por qué está mal que el Papa ame a todo el mundo? ¿Qué mérito tiene ser amigo solo de los que piensan igual? ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nadie? ¿Cuál es la razón para pensar que el Papa tiene que decir lo que uno quiere y no lo que él piensa?

Jesús no le hizo asco a nadie y anduvo todo el tiempo de su vida pública entre pecadores. No se defendió ante Herodes Antipas y argumentó su divinidad ante Poncio Pilatos; los dos quedaron convencidos de su inocencia, pero no fue suficiente por la presión de la opinión pública. Y la opinión pública lo crucificó después de que Pilatos se lavara las manos para no meterse en líos. Lo mismo pasa hoy con Francisco.

10 de julio de 2022

Boris Johnson y el presidencialismo

El despeinado primer ministro británico renunció esta semana porque su partido le dio la espalda. Renunció después de que 56 funcionarios censuraran su conducta. Y su mala conducta no fue tanto política como escandalosa: fiestas durante la cuarentena en el número 10 de la calle Downing, sede del ejecutivo y domicilio del primer ministro. Pero lo que colmó la paciencia de su propia tropa fue la defensa del jefe de la bancada conservadora, acusado de manosear a dos invitados en otra fiesta de estos días.

En nuestra cultura el presidente debe durar hasta el final de su mandato. Lógicamente y porque somos un país libre, puede renunciar por los motivos que quiera, pero no es un resorte de nadie provocar su renuncia. Si sigue esta columna, recordará que más de una vez he expresado que el presidencialismo es el culpable remoto de muchos de nuestros problemas, porque cuando un presidente no funciona, no queda otra que sentarse a esperar el colapso de su desgobierno. La otra alternativa es la de la triste historia argentina: el golpe de estado, que es el delito que cometió el partido militar varias veces durante el siglo pasado. Antes, en 1890 y sin alterar el orden constitucional, la Revolución del Parque volteó a un gobierno que no servía; y ya en el siglo XXI se impulsaron desde un oscuro escritorio los desmanes que provocaron la caída de otro que tampoco funcionaba.

Fortaleza grande del sistema parlamentario es el esquema de fusibles que se dispara ante los cortocicuitos del poder. Cada parlamentarismo tiene sus particularidades y también sus propios fusibles, pero el Reino Unido es el inventor del sistema. El caso de Boris Johnson tiene la singularidad de que fue su propio partido el que le retiró el apoyo y por tanto también es el encargado de encontrar un nuevo primer ministro para presentárselo a la reina, y lo hará entre los diputados conservadores de la Cámara de los Comunes. El Partido Conservador tiene mayoría en esa casa, y el primer ministro suele ser el líder de la bancada de la mayoría: eso era Johnson hasta que cayó en desgracia el jueves pasado.

El gobierno de Johnson estuvo marcado por los desajustes del Brexit, como se llamó la salida del Reino Unido de la Unión Europea, una decisión muy discutible, porque fue resultado de un referéndum convocado por David Cameron en 2016 para distraer la atención de otros problemas. El Brexit se terminó de concretar el 31 de enero de 2020 y dejó a Gran Bretaña sin parte de su fuerza laboral; perdió insumos y le quedó una importante deuda con Europa. Para colmo se sumó el separatismo cada día más fuerte de Escocia y Gales, donde el referéndum de 2016 salió a favor de permanecer en Europa.

Los británicos van a arreglar ahora su crisis de poder de un modo bastante pacífico: si hay peleas, quedarán entre las paredes de un despacho del edificio del Big-Ben. Nosotros, en cambio, tenemos que esperar que nuestros gobernantes dejen de pelearse como adolescentes a la salida del colegio. Mientras tanto, tenemos que sujetarnos fuerte para no caernos del carrito de la montaña rusa.

3 de julio de 2022

Las puertas abiertas de la Argentina

Le transcribo completo el preámbulo de la Constitución Nacional; si es argentino es probable que lo recuerde, aunque sea vagamente:

Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina.


En el texto original la Nación Argentina se llamaba Confederación Argentina. Y aclaro, por las dudas, que hombres son los varones y las mujeres, que es lo que siempre se entendió con esa palabra hasta que los españoles confundieron hombre con varón y nos metieron en este lío de género, que entró un mal día al servicio de la dialéctica política. 

El texto es una copia ampliada y mejorada del breve preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos de América, sancionada 77 años antes que la nuestra y trece años antes de la Revolución Francesa. A esa altura de la historia, los Estados Unidos de América mostraban al mundo una democracia consolidada que provocaba la envidia de nuestras jóvenes repúblicas sudamericanas.

Una de las mejoras de nuestro preámbulo respecto del norteamericano es la afirmación fundacional y categórica de que la República Argentina es para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Y no es la única alusión a los extranjeros; ahora solo quiero agregar la del artículo 25: El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes.

Se calcula que la República Argentina tenía entonces, en 1853, los habitantes que tiene hoy Misiones: poco más de un millón. Una extensión inmensa, fértil y despoblada, y gran parte de su territorio era todavía desconocido, por lo menos para los que redactaron la Constitución y para quienes ejercían el gobierno en Buenos Aires. Pero el espíritu de nuestra Carta Magna no ha cambiado. La Argentina debe recibir con los brazos abiertos a todos los habitantes de mundo que vengan con ganas de sumarse a un país dispuesto a compartir sus riquezas con quien quiera trabajar y enseñar, especialmente si son europeos.

El decreto 29.337 del 22 de noviembre de 1949 confirmó esta hospitalidad para la universidad pública argentina (no había privadas). Estableció que es gratuita para todo el que quiera estudiar en ella, sea argentino o extranjero. A muchos no les gusta que los extranjeros no paguen, o que no pague ninguno, pero la universidad gratuita para todos significó la llegada a la Argentina de cientos de miles de estudiantes de nuestra América, que vinieron a hacer su carrera, nos conocieron y se convirtieron en propagandistas de la Argentina en sus países y en el mundo; eso cuando no se quedaron a vivir aquí, enamorados de la Argentina... o de una argentina, o de un argentino, que para el caso es lo mismo.

Lo paradójico es que haya tantos argentinos que se quieran ir del país. Entiendo que es parte del mismo código genético, porque las puertas están abiertas tanto para entrar como para salir. Y tampoco podemos saber cuántas generaciones hacen falta para que los argentinos echemos raíces profundas en nuestra Patria como para quedarnos a ponerla en su sitio. Hay que tener un poco de paciencia.