17 de julio de 2022

Jorge Bergoglio y Raúl Castro

Hasta la pandemia, como parte de los festejos del aniversario de El Territorio, era costumbre celebrar una misa en la redacción del diario. A pesar de pedir silencio, no dejaban de sonar los teléfonos y de moverse la gente por las urgencias del periodismo, así que esas misas se volvían caóticas, pero era una vieja costumbre que formaba parte del folclore del aniversario. 

No entendía por qué no se hacía en una iglesia, que es el lugar natural de las misas. –Es que no va a ir nadie, argumentaba Mecha Villalba, a quien le retrucaba que no me parecía bien obligar a los empleados de El Territorio a asistir a una misa, ya que no la podían evitar por celebrarse en su propio lugar de trabajo. Felizmente, después de la pandemia, hemos conseguido que la misa del aniversario –que se encarga por todos los empleados vivos y difuntos de El Territorio– se celebre en una iglesia de la ciudad y que vaya el que quiera.

Desde 2007 hasta 2013 fue el obispo emérito de Iguazú, Joaquín Piña, quien celebró esa misa. Y muerto Piña, durante unos años le tocó al padre Jorge Chichizola, como heredero del encargo de don Joaquín. Chichizola era el superior de los jesuitas de Posadas y párroco de Nuestra Señora de Itatí, en la calle Herrera casi Comandante Espora, cerca de la Rotonda.


En la esquina de la parroquia que hace ochava entre Herrera y Espora, hay una ermita de la Virgen de Itatí. Entre seis y ocho escalones emparejan la altura de la vereda y el nivel de la calle Herrera, que en ese lugar forma un leve cuesta. A parir del mediodía y durante la larga siesta posadeña, esos escalones sirven de asiento y de pasarela a unas chicas que esperan sentadas a sus clientes. Siempre que las veía me resultaba interesante el contraste entre la Virgen de Itatí y las, digamos, profesionales del sexo. Se me ocurría, antes del episodio que voy a relatar en el próximo párrafo, que estas cosas pasan solo en nuestra América, donde se puede ser a la vez puta y devota, y donde se cumple cabalmente la profecía del Evangelio: ellas van a estar adelante de todos en el Reino de los Cielos.

Aquel 2 de junio, que posiblemente fue de 2013, me tocó ir a buscar al padre Chichizola para celebrar la misa en el diario, que iba a ser a las cuatro de la tarde. Llegué puntual, seguramente un par de minutos antes de las 15.45. La esquina de la ermita era paso obligado y aquel día estaba ocupado con las chicas de siempre, que debían tener poco trabajo. El padre Jorge las saludó con una sonrisa y les dio la bendición. Me explicó que siempre lo hacía, y ante un comentario mio sobre el contraste, me aseguró que confiaba en la protección de la Virgen sobre esas mujeres, que quién sabe las penurias que las habrían llevado a esa situación, a este oficio duro y riesgoso para su salud y su seguridad.

Me acordaba de este acontecimiento cuando un amigo me proponía escribir sobre las declaraciones en las que el Papa confesó (es el verbo que usó) su relación humana con Raúl Castro, que tuvieron durísimas críticas en la opinión pública. ¿Por qué medimos el cristianismo con la vara de la política? ¿Si ser cristiano es parecerse a Jesús, por qué está mal que el Papa ame a todo el mundo? ¿Qué mérito tiene ser amigo solo de los que piensan igual? ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nadie? ¿Cuál es la razón para pensar que el Papa tiene que decir lo que uno quiere y no lo que él piensa?

Jesús no le hizo asco a nadie y anduvo todo el tiempo de su vida pública entre pecadores. No se defendió ante Herodes Antipas y argumentó su divinidad ante Poncio Pilatos; los dos quedaron convencidos de su inocencia, pero no fue suficiente por la presión de la opinión pública. Y la opinión pública lo crucificó después de que Pilatos se lavara las manos para no meterse en líos. Lo mismo pasa hoy con Francisco.