2 de mayo de 2019

La patria es la lengua

Era preadolescente cuando leí la primera definición de patria; estaba en italiano bordada en la mochila de un campamentero. Decía algo así como "mi patria es allí donde voy". Como me pareció inteligente se lo señalé a mi padre, que cargaba combustible en una estación de servicio del Peloponeso. Vino a asegurarse lo que decía la mochila y a regalarme un reto memorable: "–¡La patria no se elige!"

"La patria es la infancia", dicen que dijo Rainer María Rilke, y ya se ve que es mucho mejor citar a un poeta y filósofo que a una mochila. También lo dijeron Gabriela Mistral, Luis Landriscina y millones de personas. Nos gusta lo que nos gustaba cuando éramos chicos: los olores, los sabores, el clima, las tardes, la noche, el verano… Patria son los hermanos, las peleas, las cicatrices, los chichones. Patria es el pastel y los ñoquis en la mesada de mármol enharinada de la cocina. Patria es el café con leche, el pan con manteca, el olor de las tostadas, el zapato que aprieta y la ropa que pica.

Patria es donde enterramos a los muertos y donde descansan nuestros antepasados, pero en la Argentina, esa es la madre patria: la patria de nuestros abuelos o bisabuelos, de donde vinieron a fundar una patria nueva, una que recién estaba despuntando los primeros dientes. La patria que es un proyecto de muchas generaciones y no de una sola, como quizá suponen los que se cansan de esperar que salgamos de la adolescencia colectiva.

Patria viene de padre, o de padres, que incluye a la madre, sin necesidad de dialectos inclusivos. Es que la patria es más madre que padre, como llaman los Popof a la Madre Rusia. Y por ser sobre todo madre, los deberes para con la patria son parecidos a los que tenemos con ellas.


En el Octavo Congreso de la Lengua que se celebró en Córdoba de la Nueva Andalucía los inclusivistas intentaron imponer inclusividades porque no quieren saber –autoritarios– que a la lengua la hacemos los hablantes hablando. Vinieron lingüistas, poetas, ensayistas, novelistas y noveleros. Puristas de la lengua, académicos, profesores, maestros y muchos periodistas, que somos los usuarios más urgentes de la lengua. Allí Joaquín Sabina acuñó con su voz de gintonic otro concepto de patria, que tampoco es de Sabina y que es más actual que todos los que hemos repasado:

La Patria, señoras y señores, es la Lengua.

No había que viajar a Córdoba para saber que en el mundo de hoy las fronteras son las del idioma y resulta que hay muchas más que las del mapa y la geografía, porque países hay 194 en la ONU y 211 en la FIFA; lenguas, en cambio suman unas 7.000, aunque el 90% de ellas no llega a 100.000 hablantes. Los que tenemos al castellano como lengua madre somos una patria de 600 millones y 850 si contamos a los del portugués, que es casi lo mismo.

Gracias don Cristóbal, Gran Almirante.

La igualdad desigual de los sexos

Hace apenas 50 años el teléfono se usaba para hablar con alguien que estaba lejos. Nos mandábamos cartas en sobres que era un placer rasgar. Las noticias estaban en los diarios y García Márquez era periodista. Los carros eran aparatos de gimnasio y por eso conducían los varones. Había mapas, enciclopedias y diccionarios. Para tomar una foto había que aprender a manejar una máquina complicada y mandar la película a un laboratorio para conseguir las escasas copias que salían bien. Viajábamos en avión vestidos para un cóctel y nos trataban como reyes. Conversábamos, leíamos libros y a veces intentábamos ver alguna imagen bastante borrosa en unos televisores diminutos y redondeados. En mis colegios (fui a tres, entre privados y públicos) no había mujeres; ni alumnas, ni profesoras, ni maestras, ni nada femenino. Cuando empecé a trabajar de periodista solo había una mujer en el periódico: la que hacía las notas sociales. Ir a trabajar era cosa de varones y lo hacían para llevarle dinero a sus mujeres, que también trabajaban, pero en sus casas. A las fiestas los varones iban de negro para que las mujeres pudieran lucir su belleza celestial. Hace 50 años las mujeres eran diosas a quienes los varones adorábamos…


Pero un día decidieron ser mortales. Empezaron a emular a los varones hasta hacer todo lo que ellos hacían y mostraron que lo podían hacer mejor. Primero llenaron la universidad, después llegaron a las fuerzas armadas y de seguridad. Fueron tenientes, capitanes y coroneles, también generales, almirantes y embajadores. Cirujanas, prefectas, juezas, ministras y presidentas, diputadas y senadoras, taxistas y saloneras de restaurante y barrenderas y basureras y plomeras y albañiles… Humanizaron el mundo de la medicina, de la política, de las armas, de todas las profesiones, en un mundo que hasta hace apenas 50 años era dominado por machos marcando territorio. No hubo deporte en que no se metieran, hasta el rugby, el boxeo, la halterofilia y las artes marciales… y si todavía participamos en categorías distintas debe ser para defender a los varones.

Falta mucho todavía porque esto ocurre sólo en la parte judeo-cristiana del planeta: la mayoría de la humanidad, que vive en grandes extensiones superpobladas de Asia y África, todavía considera a las mujeres como inferiores a los varones, quizá porque no leyó los primeros capítulos del Génesis, cuando el Creador fue de lo más imperfecto a lo más perfecto y coronó su obra con la mujer.

Nadie conoce el futuro. No podemos saber cómo va a ser dentro de otros 50 años, pero de este lado del mundo todos esperamos que sea igualitario. Si en las edades más lamentables de la historia los varones nos impusimos a las mujeres, habrá sido por los mecanismos sociales de la evolución y por errores colectivos que no vale la pena juzgar porque lo haríamos con parámetros distintos a los de la época en que ocurrieron.

La igualdad entre mujeres y varones debería conseguir un mundo para varones y mujeres sin ninguna discriminación. Pero volveríamos irremediablemente a la época de las cavernas si, para ser iguales, las mujeres decidieran parecerse a los varones.