12 de febrero de 2023

Más pena no significa más justicia


Dediqué las últimas columnas a los dos juicios orales de este verano, en Dolores (provincia de Buenos Aires) y en Santa Rosa (La Pampa). El primero por del asesinato de Fernando Báez Sosa, muerto a golpes y patadas por ocho amigos de Zárate en la salida de un boliche en Villa Gesell el 18 de enero de 2020. El segundo, por el asesinato de Lucio Dupuy, el chico de cinco años maltratado, abusado y luego muerto a golpes por su madre y la pareja de su madre el 26 de noviembre de 2021.

Los crímenes son todos repudiables, pero el de Dolores conmovió especialmente a la opinión pública debido a la autopromoción de un abogado manipulador. No critico la conmoción en sí misma, que no tiene nada reprochable, sino la exageración, la desproporción entre la culpa y la pena, omnipresente en las coberturas periodísticas desde Dolores. No es un tema fácil y puede ser que provoque reacciones airadas: no me preocupa porque provocar es la función principal del periodismo.

La pregunta que quiero plantear es la que contesto en el título: ¿Más justicia significa más pena? Pero hay otras... ¿Se puede gritar a los jueces que solo la prisión perpetua es justicia? ¿Es lícito intentarlo, sabiendo que está mal porque los jueces nunca deben dejarse influir en sus sentencias por la opinión pública? ¿Se puede tachar como injusta una sentencia porque fue más benévola de lo que nos gustaría? Y hay otra más brutal: ¿Se puede desear el mal? Creo que nadie me va a decir que sí, pero si planteara la pregunta de otro modo, quién sabe... ¿Se puede desear el mal a quien hizo el mal? ¿Se puede castigar a quienes nos hacen daño? ¿Se puede torturar a quienes nos lastiman? No se puede. De ningún modo.

¿Y se puede arruinar la vida de unos adolescentes que no son asesinos por naturaleza, por más pavotes y culpables que sean? Sí. Se puede porque la ley lo establece, pero... ¿nos podemos alegrar por esas penas que convierten el resto de sus vidas en un infierno? Yo creo que no. ¿Y qué es peor, matar o desear la muerte? Las dos cosas son casi igual de malas...

La ley del ojo por ojo y diente por diente fue superada hace 2000 años. El cristianismo consiguió cambiarla por todo lo contrario y mejoró notablemente la vida en sociedad: el perdón, que es el remedio de verdad. Y por si hubiera alguna duda, los cristianos le pedimos a Dios que nos perdone a nosotros según nuestra propia capacidad de perdonar. Pero una cosa es el cristianismo y otra las leyes penales; una cosa es el delito y otra el pecado.

¿Alguien piensa que la cárcel arregla algo? La Constitución (artículo 18) dice que deben ser sanas y limpias y que no son para castigo de nadie, lo que hace ilegales todas las exigencias de castigo, hasta las de las Madres de Plaza de Mayo. Pero además dice que deben ser sanas y limpias, lo que hace también ilegales todas las cárceles en las que se mortifica a los presos más allá de la falta de libertad, que ya es muchísimo. Pero además todos sabemos que las cárceles argentinas no reforman a los presos sino que los vuelven peores. Y también que para reformar a un delincuente no es una buena idea hacerlo convivir entre otros delincuentes. Estoy seguro de que las generaciones futuras se horrorizarán de lo que hacemos hoy con los que cometieron delitos como ahora nos horrorizamos de la esclavitud.

Una madre, indignada con algo que escribí, me decía que me quería ver a mí con un hijo asesinado por esos monstruos, a ver qué pensaba. Pienso que intentaría perdonarlos y también que me alcanzaría con un hijo en el cementerio como para pedir que ocho más estén muertos en vida, sufriendo una tortura interminable e insoportable –completamente ilegal– en una cárcel argentina. Y también pienso que si tuviera un hijo asesino, haría lo que sea por salvarlo de esa tortura, aunque fuera tan ilegal como una cárcel argentina.