19 de abril de 2015

Internet y las papas fritas


En el año 1500, pleno Renacimiento, empezaban a construir la basílica de San Pedro y ya existían en Europa casi todas las catedrales y palacios que hoy nos parecen recién terminados gracias o por culpa de las reconstrucciones que siguieron a cada guerra. Había catedrales, palacios y castillos pero no tenían ni papas ni tomates ni maíz ni tabaco ni zapallo ni cacao…, que hoy son alimento esencial y hasta nacional de muchos países del viejo continente. Es tan difícil imaginarse el mundo antes de Colón como recordarlo antes de las computadoras, internet o los teléfonos móviles.

Antes de conocer América, en España no existía ni el gazpacho ni la tortilla de papas y en Italia no había polenta y la pasta era un aburrimiento. Los belgas tienen buen chocolate y su plato nacional son las papas fritas con mejillones, pero no sabemos qué ponían en sus platos hasta el final del siglo XV. Piense que hasta el 1500 nadie había comido papas fritas y los únicos que fumaban –dicen que por la nariz– eran los indígenas de la isla de Cuba.

En América no había vacas ni ovejas ni caballos ni gallinas ni trigo ni cebollas, pero también hay que decir que nuestro continente estaba poco poblado y por más sabios que fueran, los que aquí vivían no conocían ni la rueda y eran bastante salvajes comparados con los europeos de aquella época.

El descubrimiento de América y el nuevo mundo que encontró Colón es un buen paradigma para entender lo que significan las redes del planeta interconectado. Internet, las antenas de telefonía celular, el wifi y los receptores inteligentes nos permiten hoy averiguar en segundos desde una pantallita portátil que sacamos del bolsillo cualquier cosa que se nos ocurra, o comunicarnos con gente lejanísima como si estuviéramos en el mismo salón.

Internet, los smartphones o los drones están descubriendo un mundo que no conocíamos: lo están ampliando como se amplió el 12 de octubre de 1492 (ni los primeros humanos en América ni los vikingos ampliaron nada). Sin conocer internet, Marshall McLuhan la vislumbraba, tanto que describió un futuro interconectado por las redes eléctricas cuando escribió La aldea global, que lleva como segundo título Transformaciones en la vida y los medios de comunicación mundiales en el siglo XXI.

McLuhan la comparó con la comunión entre los cristianos, pero no nos dijo que esa posibilidad de conectarnos entre todos, además iba a ampliar el mundo como si hubiéramos descubierto un nuevo continente y detrás de los aborígenes y los cocoteros de las playas del Caribe aparecieran por fin en el menú universal las papas fritas o el chocolate en rama.