13 de julio de 2015

Francisco apretó el acelerador

Raúl Castro amenaza con volver a rezar, Obama aparece a cada rato en el Vaticano, Putin se hace el encontradizo con Francisco, Cristina no pierde ocasión para hacer manitos con el Papa... Cuando esto escribo el Papa está en el Paraguay y sigue asombrando a propios y extraños con sus declaraciones, pero sobre todo con sus gestos, que son los que van quedar en la memoria de la mayoría de la gente. En este viaje cada uno de los mandatarios llevó agua a su molino y hacen bien: al fin y al cabo son políticos y tienen en su casa de invitado al Papa.

Pero volvamos a eso de asombrar a propios y extraños.

Los extraños (los que no son católicos o aunque lo sean van por la vida de agnósticos y hasta de ateos) se asombran porque nunca oyeron a nadie en la Iglesia decir semejantes cosas. Cosas con las que están de acuerdo cien por cien, pero que les parecen revolucionarias, sobre todo en boca de un Papa. Primero les tengo que decir que si fueran a la iglesia seguramente tendrían los oídos más acostumbrados a frases revolucionarias: está todas en el Evangelio y los curas no hace más que repetirlas. A veces los medios y los periodistas somos injustos o quizá somos también extraños y prejuzgamos en lugar de ir a las fuentes. Otras nos fijamos más en quién lo dice que en lo que dice. Y ahora aclaro que no solo los periodistas tenemos prejuicios. ¿Usted sabía con detalles lo que hace años hacen los curas en las inmensas favelas de Buenos Aires? Llegan a donde no llega nadie, ni la policía ni la autoridad civil, para ocuparse de los más extraviados entre los desamparados. Y eso pasa con los apestados por el ébola en África, con los intocables en la India, con los adictos de los suburbios de las grandes ciudades y con cuanto desharrapado anda por el mundo.

La doctrina de la Iglesia sobre la hipoteca social de la propiedad no es invento del siglo XXI sino del siglo I, como la igualdad esencial de todos los seres humanos que sigue escandalizando a la mayor parte del mundo. Tampoco la idea básica sobre el medio ambiente, que es tan antigua como Noé: vivimos en una casa prestada que recibimos de nuestros mayores y tenemos obligación de entregarla intacta a nuestros descendientes.

Muchos propios (los creyentes, sean cristianos o no, y también por inclusión los católicos) creían que el Papa era más conservador. Pero ellos también se tragaron la bola que hicieron correr los que preferían que Francisco fuera una momia porque les convenía políticamente. Unos sabihondos dicen que el Papa es comunista porque no hace más que hablar de los desheredados, se molesta por la explotación de los débiles, abraza a los desvalidos y prefiere visitar una cárcel antes que una catedral (aviso a los más jóvenes que el comunismo es otra cosa, pero sobre todo era algo que había cuando los grandes éramos chicos). Otros piensan que Francisco debería ocuparse del caso Nisman, de la independencia de la Justicia, dejar de recibir a Cristina… y todas esas cuestiones domésticas que no son misión del Papa.

Está claro en sus escritos, en sus discursos y homilías, que su objetivo es la Iglesia a la que comparó con un hospital de campaña, fuera de los templos, audaz y atrevida, accidentada por los riesgos de la intemperie antes que enferma de endogamia y enrarecida por el encierro. No solo la Iglesia y los fieles, a quienes quiere recuperar si se perdieron en estos años de sobrecarga y aburrimiento; el Papa sabe también que puede hacer lo que nadie por el entendimiento entre las naciones y los pueblos, que es presupuesto básico para la paz.

Y lo hace. A su paso por Bolivia el Papa acaba de realizar otro de sus milagros (de milagro nada, es puro trabajo discreto y gestos nada discretos): desde la Guerra del Pacífico, chilenos y bolivianos están peleados y ahora reanudarán relaciones y discutirán a fondo la salida al mar de Bolivia que Chile les birló al ganar esa guerra. Cuba y Estados Unidos estuvieron peleados 50 años, pero Chile y Bolivia llevaban 140 sin hablarse oficialmente, hasta anteayer.

El Papa es el Papa y este Papa es este Papa, que está apretando el acelerador y sabe por qué lo hace. Y los tiempos son los tiempos: ahora disfrutemos de estos que son excepcionales. Si es católico y le asusta la velocidad, ajústese el cinturón y relájese. Y si descubre que era más cristiano de lo que se creía, quizá sea porque la Iglesia apretaba más el freno que el acelerador: eran otros tiempos, nada más.

La palabra

El martes 30 de junio la selección argentina paseó a la de Paraguay en una de las semifinales de la Copa América.

Los diarios de Asunción de ese día anticipaban en sus tapas que su selección albirroja estaba preparada para darle el gran pesto a la albiceleste. Fotos a toda página de los jugadores, títulos pasados de tono, referencias a la Guerra de la Triple Alianza porque Uruguay y Brasil ya estaban afuera y ahora le tocaba a la Argentina… Hay que decir que los paraguayos venían agrandados después de ganarle a Brasil en cuartos. Y aquí permítanme recordarles –mientras hago pito catalán– que le ganaron por penales al equipo que el año pasado perdió 7 a 1 en su Mundial y que a ese Mundial Paraguay ni siquiera clasificó.


Después vino el 6 a 1. ¿Y sabe lo que hicieron los diarios ABC Color y Extra de Asunción al día siguiente de la derrota? La ignoraron en sus portadas como si el partido no hubiera ocurrido. Ese día la Copa América dejó de existir. Tampoco apareció en los diarios del sábado 4 el triunfo de Perú sobre Paraguay por el tercer puesto, ni siquiera en Última Hora, el diario que sí reconoció en su portada la derrota de Paraguay ante Argentina. No informaban de la noticia que el día anterior consideraban la más importante de la jornada.


Esta actitud de los diarios paraguayos es paraguaya pero también muy latinoamericana. El 30 de junio de 2005 el diario deportivo Olé de Buenos Aires publicó su tapa en negro con un post-it que decía que por errores técnicos no habían podido imprimir la portada. El día anterior la selección había perdido 4 a 1 contra Brasil por la Copa de las Confederaciones y River Plate fue eliminado de la Libertadores por el San Pablo. Un filósofo diría que es una disociación entre los hechos y los relatos, pero yo prefiero llamar por su nombre a este defecto deleznable: es poco respeto por la palabra.

La realidad ocurre aunque no la queramos ver y las palabras deben expresarla cabalmente. Ignorar lo que nos sale mal diciendo una cosa por otra solo sirve para que nos siga saliendo mal. Los errores no dejan de existir porque no los reconozcamos, o dicho de otro modo: solo reconociendo los errores somos capaces de corregirlos. Y este no es un mensaje para los paraguayos que prefirieron ignorar la derrota: es para todos nosotros, pero sobre todo para los que nunca se equivocan, que cada vez son más.


No vamos a ninguna parte si las palabras no expresan la realidad. Y vamos para atrás si no cumplimos lo que decimos. Además ganar o perder un partido o un campeonato no es el fin del mundo ni nada que se le parezca. Hoy estamos igual que cuando todos pensaban que los argentinos iban a ganarle a Chile por goleada en la final de la Copa América. Es una estupidez entristecerse por un partido de fútbol: en todos los deportes son muchos más los que pierden que los que ganan y siempre hay otra oportunidad.

Pero que lindo es ganar…