27 de diciembre de 2020

El protocolo del mate

En 2020 el protocolo invadió nuestras vidas, se metió en la cocina, en la mesa, en el baño y en la cama... impregnó nuestra cultura y nuestras rutinas hasta no dejar nada librado al azar. Ahora hay protocolo para el supermercado, para el colegio y la farmacia, para caminar por la costanera de Posadas, para ir al dentista, para tomar tereré y hasta para ir a misa. Protocoleamos todo el día... en casa, en el trabajo y en la calle. Si entramos en un bar nos aplican el protocolo. Si nos subimos a un colectivo, meta protocolo. Si encargamos empanadas, tomá protocolo. Nos protocolizaron hasta hartarnos. Y ya se sabe, porque así lo han demostrado una y otra vez los vaivenes de la historia, que la desprotocolización será terrible: tan fuerte vamos a rebotar para el otro lado que nos caeremos de la hamaca. Pase lo que pase en el futuro, quiero rescatar algunas cosas positivas de este año que vamos a recordar con muy poca nostalgia.

Comparado con 2019 este año no fue bueno para la venta de yerba mate quizá porque la prohibición de compartirlo haya hecho mermar su consumo. Pero ahora resulta que podemos tomar mate sin quemarnos por culpa de los cebadores con boca de amianto; elegimos la yerba que nos gusta en lugar de soportar la ajena; no nos encajan justo el remedio contrario al que necesitamos; no nos atosigan a cebadas ni nos dejan olvidados, así que tomamos la cantidad que queremos; dejamos de chupar el lápiz labial impregnado en la bombilla por la vecina de oficina... conté rápido cinco fortalezas del mate tomado como siempre lo hicieron los uruguayos, algo que por mucho tiempo pienso seguir exigiendo a mis contertulios cada vez que decidamos tomar unos mates.

Lo del mate puede parecer un chiste y me van a retrucar con la ceremonia del mate, con que hay que ser buena onda y compartir, a lo que les contesto que no tengo ningún problema en compartir el mate, pero prefiero que compartan la plata que tienen en el banco porque los billetes no contagian.

Hay otras novedades del año del Covid que vale la pena tener como fortalezas. Por ejemplo, se acabaron para siempre las reuniones de balde. Llegó el momento de recuperar ese tiempo perdido en reuniones tan inútiles como interminables. Quedará para siempre la posibilidad de asistir a distancia y hasta de intervenir si es necesario y también de anular la cámara si queremos descansar un rato. Además hemos perdido la vergüenza de vernos mientras hablamos por teléfono. Se ha acelerado el futuro de las comunicaciones; ahora sabemos de luces, de fondos, de volumen y de cómo convertir una habitación en estudio de TV. Casi todos, supongo, hemos estado en seminarios, talleres, juntadas familiares, brindis y hasta en asados, por tecnologías que permiten reuniones a distancia. Nada de eso ha terminado con las ganas de volver a vernos, pero creo que es un progreso notable de 2020.

¿Hay más datos positivos de este año? Claro que sí. Hay muchísimos, pero hay uno que sobresale: hemos aprendido en carne propia que la salud de los nuestros depende también de la propia salud; si yo no me contagio, no contagiaré a los más cercanos, por eso cuidarse es cuidarnos. Nos lo han dicho hasta el hartazgo en anuncios institucionales, en las presentaciones de las autoridades sanitarias y hasta en la publicidad de detergentes. Por eso en este tiempo de Navidad y de hacer buenos propósitos, quiero recordar que como todo lo que se pudre, también es contagiosa la corrupción. El mejor remedio, el que está más a mano de cada uno, es mantenernos sanos: no contagiarnos ni contagiar de esa peste que contamina a la Argentina y a toda nuestra América. Uno a uno, con resistencia y buen ejemplo, iremos venciendo este virus. Si evitamos contagiarnos, no contagiaremos a los demás. Y si alguna vez dimos positivo, es el momento de aislarnos hasta dar negativo en el hisopado de la honestidad. Ese es el protocolo que le deseo para 2021.

20 de diciembre de 2020

No se ganó Zamora en una hora


Resulta que en 1072, para arrebatarle la ciudad de Zamora a su hermana, Sancho II la sitió durante siete meses hasta que cayó en sus manos... bueno, no propiamente en las suyas porque él murió asesinado durante el asedio. Este Sancho fue el primer rey de Castilla, ya que hasta entonces era un condado de aquellos reinos que lucharon siglos por reconquistar la península de los moros invasores. Y desde entonces, cuando alguien dice que no se ganó Zamora en una hora está significando que hay que tener paciencia, que hay que esforzarse un rato largo y que para conseguir resultados hay que darle tiempo a las cosas, pero sobre todo a las personas.

No hay éxito sin esfuerzo. Pero por más empeño que se ponga, el esfuerzo se pierde si no va acompañado por la constancia. Todo el mundo sabe que los que triunfan en la vida no son los más inteligentes ni los que tienen más talento sino los que son más constantes en la búsqueda de resultados. Por desgracia la constancia debe ser la condición que más nos falta a los argentinos; por desgracia y quizá porque la bendición de la naturaleza nos ha convertido en un pueblo de resultados fáciles.

Se me ocurrían estos disparates a raíz del veto del Presidente al artículo 124 de la Ley de Presupuesto que establecía una zona aduanera especial para la provincia de Misiones. Esa medida hubiera permitido rebajar algunos impuestos para poner a Misiones en igualdad de condiciones con nuestros vecinos del otro lado de la larga frontera internacional que nos circunda y nos define. Precisamente esos eran los fundamentos de estas medidas, sin las cuales la provincia seguirá sufriendo una marginación injusta que ya se va volviendo histórica. Misiones está demasiado lejos del resto de la Argentina y demasiado cerca de Brasil y Paraguay.

El refrán de Sancho II nos advierte que el veto del presidente no hizo fracasar ninguna de estas pretensiones; solo las alargó en el tiempo. No salieron ahora, pero saldrán más adelante si seguimos insistiendo, con tenacidad y constancia. Hay que buscar los huecos, las fisuras, hay que volver una y otra vez, hay que cambiar de camino pero no de objetivo, hasta que se consiga. Y no hay que cansarse, porque... no se ganó Zamora en una hora.

Teresa de Ahumada diría que la paciencia todo lo alcanza y Jorge Bergoglio que el tiempo es superior al espacio, que lo importante es iniciar procesos: el tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad. (Evangelii Gaudium n. 224).

Hay otra frase hecha, muy usada en política. La escribió el Che Guevara al final de su carta de despedida a Fidel Castro, cuando se iba a luchar al Congo y abandonaba todos sus cargos en la isla. Fidel la leyó en público en el acto de creación del Comité Central del Partido Comunista Cubano el 3 de octubre de 1965, y dio a esa frase la entonación que hoy conocemos: hasta la victoria siempre. La frase ha quedado como el lema mundial de la resiliencia: sin importar lo que pase, a como dé lugar, no pararemos hasta conseguir la victoria. Ya se ve que en esto de la constancia coinciden Sancho II de Castilla, Santa Teresa de Jesús, el Che Guevara y el Papa Francisco.

El resultado será el que buscamos con la zona aduanera especial para Misiones si seguimos intentándolo, una y otra vez hasta conseguirlo. Este año ya parece que no va a ser, pero puede ser el que viene, o el siguiente, o el que sea, aunque cueste generaciones enteras. Si estamos convencidos de que es lo que la provincia necesita, no nos desanimemos ni abandonemos la pelea, que siempre se gana en el último segundo.

6 de diciembre de 2020

Tres Pumas y tres hijos de Noé

Desde 1996 a 2011 Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica disputaron el torneo Tres Naciones, la versión hemisferio sur del antiguo Cuatro Naciones europeo (hoy son seis). En 2012 se incorporó la selección argentina al Tri-Nations, que desde entonces se llamó The Rugby Championship. Solo por este año y a causa del coronavirus, el torneo volvió a su antiguo nombre porque no se presentó Sudáfrica. Se jugó en Sidney en onda burbuja y con partidos de ida y vuelta entre Nueva Zelanda, Australia y Argentina.

Ayer a la madrugada Los Pumas volvieron a empatar en el partido revancha contra el seleccionado de Australia (Wallabies) y quedaron entre Nueva Zelanda (All Blacks) y Australia, arañando la cima del mejor rugby del mundo. El capítulo épico de este torneo fue la victoria contundente de Los Pumas sobre los All Blacks por 25 a 15 durante nuestra madrugada del pasado 14 de noviembre. Cuando veo jugar a Los Pumas, pienso que deberíamos cambiar la camiseta de la selección de fútbol por la de rugby, a ver si con las rayas horizontales en lugar de las clásicas verticales y el yaguareté encima del corazón, a nuestros multimillonarios jugadores de fútbol se les calienta un poco el pechito frío que muestran cada vez que se presentan.

En medio de este torneo, y ante la mejor actuación en la historia del rugby argentino, un idiota divulga los tuits –escritos hace ocho años– de tres jugadores de Los Pumas. Dicen, para colmo, que es la devolución del aguado homenaje a Diego Maradona que hicieron Los Pumas en el partido revancha contra los All Blacks. Esos textos se publicaron en Twitter cuando los jugadores eran todavía adolescentes y son ofensivos contra las empleadas del hogar, los paraguayos, los bolivianos y hasta los judíos. Muy mal hecho, condenable, pésimo... la calificación que le quiera poner, pero no deja de ser un error cometido hace muchos años por adolescentes un poco imbéciles.

A ver ¿usted no dijo ninguna tontería cuando era adolescente? ¿no se arrepintió nunca de esas tonterías? Piense si no dijo una pavada condenable ayer o anteayer, o el año pasado, en un asado con amigos. Yo mismo puedo divulgar una larga lista de imbecilidades dichas por mis amigos –todos mayores de edad y hace menos de ocho años– en asados, paellas, casamientos, cumpleaños o cualquier excusa para una juntada en la que corra un poquito de alcohol. Todos dijimos cosas que no debíamos decir y el que afirme que nunca lo hizo que tire la primera piedra... Puede ser condenable decir una tontería, pero lo malo, lo realmente condenable, es no arrepentirse de haberlo hecho, de escribirlo en un tuit, que es la conversación de hoy en día.

En un alarde postizo de corrección política la Unión Argentina de Rugby (UAR) sancionó rápidamente a los tres jugadores que habían dicho esas estupideces hace ocho años. Con esa sanción los dirigentes de la UAR dijeron que el rugby no sirve para nada; negaron que los excelente jugadores que le habían ganado a los mejores del mundo fueran buenas personas precisamente gracias al rugby. Esos estúpidos adolescente que hace ocho años hacían chistes de mal gusto, ahora son capaces de ganarles a los All Blacks. Gracias al rugby son mejores personas, porque el rugby es una escuela de vida. Muchos deportes lo son, pero el rugby además involucra en su esencia el compañerismo y la amistad de propios y rivales, cosa que casi no se ve en otras disciplinas. Los dirigentes de la UAR mostraron que pueden ser tanto o más estúpidos que los chicos a quienes sancionaron sin razón en medio del mejor desempeño de su historia. Por suerte –y por las quejas agrias de todo el rugby argentino– se dieron cuenta de su error y levantaron la sanción. Aceptaron así que cuando uno se equivoca debe rectificar, como hicieron los jugadores sancionados.

Y sobre el homenaje a Maradona... ¿qué quiere que le diga? Si nos van a juzgar por la intensidad de los homenajes, es porque estamos llegando a un nivel de fascismo que espanta.
Pero hay un dilema del periodismo que preocupa hace muchos años. Es la conducta de los tres hijos de Noé. Le recuerdo esa historia, que usted mismo puede leer en el capítulo 9 del Génesis.

Además de ser el que salvó a todas las especies de animales junto con su familia del diluvio universal, Noé fue el inventor del vino. Un capo. La cosa fue así: después del diluvio y cuando estaban casi solos en este mundo, sembró vides que luego cosechó y comprobó que eran buenas para exprimir y hacer jugo, pero el jugo fermentó y salió alcohol, así que Noé se lo tomó sin conocer las consecuencias y se emborrachó. Caú como estaba, y porque haría calor, Noé se desnudó y se quedó dormido. Uno de sus tres hijos –el del medio, que se llamaba Cam– entró en la carpa y se encontró a su padre durmiendo la mona desnudo, así que salió a decírselo a sus hermanos para reírse con ellos de la desnudez de su padre. Pero los otros dos hermanos –Sem y Jafet– en lugar de reírse, se compadecieron de Noé y lo cubrieron con una capa.

Cuando la gente hace macanas como la de Noé... ¿cuál debe ser la actitud del periodismo? ¿hay que darlo a conocer y reírse de esas macanas o hay que taparlas con la piadosa capa de los buenos hijos de Noé? Aclaro que se trata de macanas como aquella borrachera; opiniones ligeras que se dicen sin pensar y que nos muestran tan duros y desnudos como Noé aquel mal día. La lista de esas posibles macanas es muy larga y también es borroso el límite en todas las cuestiones que tienen que ver con la opinión pública, pero creo que en la duda hay que estar a favor de la capa de Sem y Jafet, porque el periodismo no es para reírse de nadie.

El dilema de los hijos de Noé se aplica al episodio de los tres jugadores de la selección argentina de rugby que hace un par de semanas fueron sancionados porque un mal hijo de Noé difundió tuits ofensivos y condenables que esos rugbiers habían escrito hace más de ocho años. En lugar de actuar como Sem y Jafet, muchos periodistas replicaron aquellos insultos que escribieron estos pumas cuando no eran pumas ni conseguían salir de la edad del pavo. Así que lo que hicieron los periodistas fue repetir hasta el hartazgo unas imbecilidades dichas hace años en una conversación privada, que alguien hizo públicas con bastante maldad. Y si nos enteramos de esos insultos no fue por los rugbiers sino por algunos periodistas descuidados y –todo hay que decirlo– por varios mercenarios a sueldo de maniobras de distracción. Al difundirlos, repitieron los insultos hasta el agotamiento, y fueron ellos –mucho más que los tres rugbiers– quienes insultaron a las empleadas, a los judíos y a los bolivianos o paraguayos que quizá trabajan en sus propias casas. Ante estas situaciones, los periodistas deberían hacer lo que los otros dos hijos: cubrir con una piadosa capa la desnudez de esas personas y preservarlas del juicio injusto de la opinión pública.

Lo que ocurrió con Los Pumas ocurre muchas veces con otras personas a las que estigmatizamos por su condición. Si un panadero de Apóstoles estafa a sus clientes, no es estafador por ser panadero ni por ser apostoleño, pero si titulamos apostoleño estafador, aunque digamos una verdad, estamos cayendo sobre todos los de Apóstoles. Es una estigmatización injusta como lo es la de los rugbiers, los gendarmes, los militares, los políticos, los jueces, los diputados, los curas, los bolivianos, los gallegos, los ministros, los polacos, los gitanos, los judíos... y la lista es tan larga que llega a la noche de los crsitales rotos. Quiero decir que no es una buena idea decirle rugbier a un asesino, por más rugbier que sea, igual que no es buena idea hacerlo con cualquier colectivo humano como los que acabo de nombrar por llevar a una generalización mentirosa. Lo hacemos socialmente, pero en alguna medida es responsabilidad de los periodistas, que al fin y al cabo somos parte de esa sociedad. Y sobre todo lo hacemos cuando aireamos a los cuatro vientos las mismas barbaridades que censuramos.