27 de febrero de 2022

Cuarto jinete


Primero fue la peste. Después el fuego. Y ahora la guerra...

Cualquiera que lo pensara con un poco de tremendismo diría que se están abatiendo sobre el mundo las plagas de Egipto sumadas a las del Apocalipsis. Pero para que nadie se llame al engaño integrista, hay que decir que lo mismo habrá pensado cada generación desde que los humanos habitamos el planeta. Siempre están los que presumen que el fin del mundo no puede a ocurrir sin que ellos estén presentes: son los ególatras que se creen el centro de la historia, aunque la historia pasa sin acordarse de ellos.

Todas las cosas que vemos ocurrieron ya alguna vez, y si no las experimentamos porque no estábamos todavía entre los vivos, las leímos en novelas o las vimos en el cine. Hay miles de historias que desafían a los tiempos: la última, rodada en plena pandemia, refleja un mundo distraído por la superficialidad de la opinión pública mientras se abate la peor catástrofe posible, y hace acordar a la frivolidad de las noticias más leídas de cualquier diario o portal: farándula, bloopers y recetas...

Siempre habrá pestes, guerras y catástrofes en el mundo. A algunas las podemos evitar y a otras las podemos prever para minimizarlas, pero no hay caso: nos siguen y nos seguirán maltratando... Es parte de nuestra condición y parece que no podemos salir de esa espiral que nos muestra inválidos a los ojos de cualquier extraterrestre, pero no hace falta ser marciano para confirmar esta característica peculiar de la condición humana. El cristianismo explica que somos una naturaleza caída y que no queda otra que acercarse a Dios y cumplir sus mandamientos. Pero no todos tienen fe, así que pueden ir los Putin del momento a decirle al Papa que vivirán en paz y al día siguiente invadir a sangre y fuego a sus vecinos sin que se les mueva un pelo.

Quizá no podamos escaparle a nuestra naturaleza, o no tengamos ni medio gramo de confianza en el proyecto humano; pero a pesar de eso, las guerras, las pestes y las catástrofes deberían ser un llamado constante a mejorar colectivamente. Cada año que pasa, cada día, cada minuto, debería ser mejor que el anterior, y en la resultante final lo deberíamos comprobar. Puede ser que nos toquen tiempos oscuros de la historia, pero siempre la humanidad se ha superado y hemos terminado mejores que antes. También es cierto que todavía queda mucho por recorrer y quién sabe lo que nos tocará a nosotros, a nuestros hijos y nietos. Por lo pronto podemos agradecer al cielo y a nuestros antepasados lo que ya nos tocó: un lugar pacífico y amable del mundo, donde apenas sentimos alguna diferencia entre nosotros que no nos impide vivir en paz unos con otros.

Nadie sabe bien qué representan los cuatro jinetes del capítulo sexto del Apocalipsis. Hay uno negro, otro rojo y otro amarillo. Se supone que traen la guerra, el hambre y la muerte. El cuarto es blanco; en realidad es el primero y debería ser el que termine con esos flagelos. Hay que ver las películas de Bergman o de Tarkovsky para empezar a desentrañarlo. Y se puede leer a Tolkien o a Robert Hugh Benson y de paso sumar alguna interpretación estrafalaria de Leonardo Castellani. La mitología fantástica de Game of Thrones también se inspira en estas profecías. La tradición cristiana sostiene, con algunas dudas, que el jinete del caballo blanco es Jesucristo, pero habrá que esperar milenios para saberlo.

Toda guerra empieza con una piedra que cruza el alambrado, o con una bolita de pan tirada desde el otro lado de la mesa. Quizá por eso deberíamos conformarnos con tenernos paciencia unos con otros. Si conseguimos que haya un poco de paz allí donde estamos, seremos cada uno el cuarto jinete en su caballo blanco.