6 de agosto de 2023

Concordia

Concordia fue fundada el 6 de febrero 1832 por ley del Congreso de Entre Ríos, que ordenaba ponerle ese nombre. Como el lugar donde se fundó se llamaba San Antonio del Salto Chico, el comisionado para la fundación, padre Mariano José del Castillo, la bautizó con el nombre completo que todavía lleva: San Antonio de Padua de la Concordia. Hay más Concordias en el mundo. En el estado de Santa Catarina y sobre la misma margen del río Uruguay, una ciudad y municipio se llaman Concórdia. Los estados de Sinaloa y de Chiapas, en México también tienen sus Concordia. En Colombia es una ciudad de Antioquia. En el Ecuador y en Nicaragua se llaman La Concordia. En Estados Unidos hay dos: una en el estado de Missouri y otra en Kansas. En París es la plaza por antonomasia.

No es la historia de esas localidades lo que interesa hoy, sino destacar la razón que habrá llevado a ponerles ese nombre. Concordia y concordar, en castellano y en cualquier idioma, provienen de las palabras latinas con y cordis, unión de corazones. Concordia es lo contrario de discordia. Concordar es ponerse de acuerdo. Discordar es la grieta. La concordia es la antigrieta y es lo que más necesitamos hoy los argentinos.

Pensaba en la concordia como necesidad urgente para la Argentina ante la inminencia de una elección que se está planteando como la imposición de una mayoría, nueva o vieja, pero que ganaría por muy pocos votos en la instancia final. Esta paridad se está repitiendo en casi todos los países que han tenido elecciones generales hace poco, el último en España, hace apenas dos semanas. El caso de España es paradigmático, pero hay que entenderlo dentro del sistema parlamentario. El Partido Popular (derecha moderada) subió notablemente su caudal electoral, pero no le alcanzó la cantidad de diputados para la investidura como Jefe de Gobierno de su candidato, ni siquiera aliados con Vox, el partido de la derecha menos moderada. El Partido Socialista (izquierda moderada), que perdió un importante caudal de votos, tampoco llega a la investidura de su candidato ni sumando aliados menos moderados. Ahora los dos buscan pactar con el partido minoritario catalán Junts per Catalunya, que horroriza a los de izquierda por ser de derecha y a los de derecha por ser independentista.

Lo que ocurre en España pasó también en el Perú, Ecuador, Brasil, Uruguay, Chile, Colombia, México... y quizás en la Argentina si llegamos a la segunda vuelta y se termina dirimiendo entre dos fuerzas políticas antagónicas y por escasa diferencia de votos. La solución al antagonismo no es imponer al vencido la ideología del vencedor, porque la democracia supone la convivencia pacífica de los que piensan distinto. Si no se puede imponer la ideología a una minoría, mucho menos a la mitad de los ciudadanos, porque eso tiene como consecuencia el vaivén sinuoso que ya conocemos de nuestra historia no tan reciente: llevamos muchos años en un subibaja que no nos lleva a ningún lado.

Pactar con los extremos quizá sirva a los aventureros del poder, pero agiganta la grieta y complica la gobernabilidad. La solución no es pactar con minorías para imponerse a la otra mitad sino acordar con la otra mitad. Las dos mitades tienen que ceder y concordar hasta lograr un gobierno para todos, con una fortaleza política descomunal. Se ha hecho muchas veces en la historia y las ciudades llamadas Concordia nos lo recuerdan. Pero además hay cantidad de casos en la historia que lo enseñan: la Conferencia de Yalta en 1945, los Pactos de La Moncloa de 1977, o el color Barbie de la Casa Rosada, que dicen —pura leyenda, pero queda linda la idea— que no se debe a la sangre vacuna mezclada con cal hidrófuga sino a la unión del rojo de los federales con el blanco de los unitarios.