15 de marzo de 2020

El fin de los besitos


La idea me da vueltas en la cabeza desde que la leí en un diario de Buenos Aires en la segunda semana de marzo de 2020. Quien lo dejó escrito se lo atribuye a Fernando Henrique Cardoso, pero lo mismo pudo haber dicho Winston Churchill, Madame Curie o Sun Tzu: “cuando esperamos lo inevitable, aparece lo inesperado”. Dicho de otro modo: nadie puede anticipar los grandes cambios de la historia, ni siquiera esos cambios que creemos que ocurrirán sin remedio, porque nadie puede anticipar lo inesperado.

Alguien, algún día, tratará de interpretar cómo influyó el Covid-19 en la historia del primer cuarto del siglo XXI. No sabemos nada y sería inútil aventurar consecuencias de algo que todavía no pasó. Dicen que empieza a amainar en China y que el epicentro está ahora en Europa, pero hay que creerle a los opacos sistemas de información chinos más que a los todavía bastante transparentes de Europa occidental.

Me inclino a pensar que este coronavirus no pasará de ser el causante de la gripe de este invierno y también pienso que estamos ante un caso de psicosis colectiva descomunal, que también habrá que estudiar y que puede provocar consecuencias tan planetarias como promete el mismísimo virus. Está claro que es mejor prevenir que curar, sobre todo cuando curar puede volverse imposible en el hipotético caso de que esta gripe se propague a una velocidad incontrolable. Por eso –y por las dudas– es imperioso que hagamos todo lo que manda la autoridad sanitaria y que no improvisemos por nuestra cuenta. Ante cualquier epidemia o pandemia, la salud de cada uno es parte esencial de la salud de todos.

Aquí es cuando se me ocurren unos cuantos razonamientos políticamente incorrectos, como que vivimos preocupados por la superpoblación del planeta, pero cuando el género humano se autorregula, decidimos evitarlo a como dé lugar… Paradojas de la historia.

Se lo digo ahora para que lo guarde recortado adentro de un libro hasta que pase el invierno: solo se irán los que se iban a ir de todos modos. Y como no sabemos quiénes son (o quiénes somos), mejor estar preparados, como siempre: dejar las cuentas claras, arreglar los asuntos pendientes y amigarse con Dios Nuestro Señor si se lo pide la fe.

Pero volvamos a la idea del primer párrafo: la de lo inesperado que termina cambiando el rumbo de lo inevitable, como en una novela de Stieg Larson, que nos convence del protagonismo de un personaje hasta que de repente lo mata en un accidente doméstico bastante tonto.

Dado que nos salvaremos casi todos o que se irán los que de todos modos se iban a ir, espero que esta gripe mundial provoque algo bueno y que nos contagie a todos, aunque sea de la solidaridad sin fronteras que se percibe en estos días. Pero es mucho más que eso lo que se puede esperar del coronavirus que se presentó de sin avisar primero en China y ahora nos tiene a todos en vilo.

Los países se transforman como nunca ante grandes tragedias. El mundo entero se dio vuelta como una media después de la Segunda Guerra Mundial. México cambió radicalmente después del gran terremoto de 1985. Europa no fue la misma después de la peste negra del siglo XIV. Buenos Aires rearmó su geografía con la fiebre amarilla de 1871.

Es imposible saber hoy qué consecuencias tendrán la pandemia y la psicosis mundial en la economía, en la política y en la historia argentina. Mientras las esperamos, sería genial que una de ellas sea el final de los besitos infantiles entre hombres maduros, un virus de la década menemista que es marca registrada de nuestra adolescencia colectiva.