6 de febrero de 2022

Ucrania

Un gran país, con una extensa y rica geografía, pero ubicado justo en uno de los lugares más complicados del globo terráqueo. Lo que nos habría pasado a nosotros si en lugar del fin del mundo hubiéramos estado donde le tocó a Ucrania, entre Asia y Europa y justo por donde pasan todos los circos: en plan de conquista con onda bizantina; con ánimo depredador como los vikingos; o quizá solo con ganas de colonizar y asentarse donde la tierra es más fértil, hay sol en verano y un mar para remojarse los pies cansados del surco.

Es una de las naciones más grandes de Europa, con una historia riquísima, a la que le viene costando dolores de parto constituirse en país, con el concepto de país que nosotros tenemos. Hace 1.200 años fue la Rus de Kiev, un reino extenso desde el Mar Negro hasta el Ártico, y su capital la ciudad más grande de Europa entre los siglos X y XIII. Pero desde la invasión de los mongoles, en 1256, y con breves intervalos, fue parte del principado de Moscú y luego de la Madre Rusia (que para colmo era su hija). Primero mandaron príncipes, luego zares y finalmente un tirano que en lugar de corona se tocaba con una gorra ferroviaria. Así hasta 1991, cuando se desintegra la Unión Soviética y Ucrania consigue su independencia, pero hoy de nuevo está en juego su integridad territorial.

Es imposible entender lo que está pasando en Ucrania si no se conoce la historia del Holodomor, el genocidio ucraniano perpetrado por Iósif Stalin en 1933. La palabra, que parece sacada de El señor de los anillos, significa literalmente matar de hambre y se refiere a las hambrunas que padecieron Ucrania y otras regiones fértiles del sur de la Unión Soviética cuando Stalin impuso la colectivización de la tierra. Algunos dicen que fue para aplacar las ansias independentistas de los ucranianos; otros que fue nomás el precio de la sovietización, pero lo cierto es que murieron de hambre por lo menos 1.500.000 ucranianos, y se calcula que indirectamente fueron 12.000.000 los afectados que murieron o tuvieron que emigrar de sus tierras, como los judíos en los pogroms de los zares.


Como consecuencia del Holdomor, del genocidio y la migración obligada de millones, fueron los rusos quienes ocuparon las tierras fértiles del este de Ucrania. Lo mismo ocurrió en la península de Crimea, pero con la excusa de instalar el personal de la inmensa base militar de la armada soviética en Sebastopol, enclavada en territorio ucraniano. Fue así como en Crimea y en todo el este de Ucrania se habla en ruso y no en ucraniano: algunas de sus provincias son completamente prorrusas y otras lo que quieren es independizarse de lo que sea porque se autoperciben más ucranianos que los mismos ucranianos. En Crimea y en el este de Ucrania crecieron el fundamentalismo y el independentismo como los hongos en otoño y ahora la Federación Rusa se aprovecha de la situación. De hecho, toda la península de Crimea fue ocupada y anexada por Rusia en 2014 aprovechándose de la debilidad política interna de Ucrania. Desde entonces, y por la misma debilidad, dos regiones del este –Donetsk y Lugansk– se proclaman repúblicas populares independientes y están en guerra de secesión con la propia Ucrania. Y del otro lado de la frontera hay ahora unos 100.000 soldados rusos con sus tanques y misiles, esperando que se derrita la nieve porque ya se sabe que ninguna guerra empieza en invierno.

No es la primera vez ni será la última que la integridad territorial de un país corre peligro por la colonización de sus vecinos, por migraciones obligadas o espontáneas, o por guerras que nadie se explica... Si hurgamos en la historia, ningún pueblo estaba antes donde está ahora. Y originarios –lo que se dice originarios– no son ni los osos hormigueros. Los hechos contundentes siempre se imponen al derecho, que es esencialmente discutible. Por eso los límites de las naciones seguirán cambiando a fuerza de razones que ni sabemos ni podemos predecir, pero vale la pena conocer la historia para explicarnos un poco el presente y no asombrarnos tanto con el futuro.