13 de febrero de 2022

Corrientes en llamas


Noticias de Corrientes dan cuenta de que se han quemado ya 520.000 hectáreas de campos productivos de la provincia. El diario El Litoral calcula que el fuego avanza a razón de unas 20.000 hectáreas por día y que, en caso de no llover, serán catastróficos los daños para las explotaciones agropecuarias y para la economía de la provincia. Para colmo, basta con ver el pronóstico, que hoy nos entrega cualquier celular, para constatar que no hay lluvias a la vista, por lo menos en los próximos diez días. La sequía no da tregua hace meses, y sumada a las altas temperaturas se volvió un combo letal porque basta un envase de plástico o un vidrio roto que haga de lupa para que se prenda fuego el pasto seco y sus llamas se propaguen a donde el viento las lleve.

Aunque hace meses que las noticias están en los medios de la provincia, las proporciones bíblicas de esos incendios llegaron recién esta semana a las tapas de los diarios de Buenos Aires. El martes fue foto de portada de Clarín y el viernes de La Nación. No solo las fotos del fuego, también se instaló en los medios nacionales la pelea adolescente entre el Gobierno de la Provincia y el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación: unos se quejan porque no los ayudan y los otros contestan que nunca les pidieron ayuda.

El fuego no respeta forestaciones, plantaciones, animales silvestres, ganado, alambrados, instalaciones, viviendas... Bastaría con decir que el fuego no respeta nada, pero aquí debo anticipar la razón de esta columna; algo sí respeta el fuego y en Corrientes de eso tienen tanto como campos: el agua.

Corrientes tiene unos 25.000 kilómetros cuadrados de humedales. El sistema del Iberá es el segundo más grande de América del Sur, después del Pantanal de Brasil. Quiere decir que –sin contar los ríos Paraná y Uruguay– la superficie de la provincia cubierta por el agua es poco menos que un tercio de su superficie total y todavía es mucho mayor que la extensión de los campos quemados. Por eso es una paradoja que la provincia que tiene más agua dulce de la Argentina tenga a su vez tanto fuego en sus campos.

Hace años que la humanidad lucha contra los grandes incendios aprovechando los espejos de agua cercanos. Para eso se usan aviones hidrantes de gran tamaño que permiten cargar miles y miles de litros de agua a gran velocidad porque acuatizan y sin siquiera parar cargan sus tanques para volver a subir y lanzar el agua sobre el fuego. El más popular de los hidrantes es el turbohélice Bombardier 415. Pero si –por razones obvias– no nos gusta hacer negocios con los americanos (en este caso canadienses), también hay un modelo ruso que puede mandarnos el amigo Putin: es el anfibio BE-200 Altair, un jet multipropósito con una versión hidrante de gran eficacia.

Mientras no tengamos estos aviones, seguiremos apagando incendios con los que ahora tenemos: los Dromedar o AirTractor, dos modelos concebidos para fumigaciones agrícolas y adaptados como aviones bomberos. Cargan entre 2.000 y 3.000 litros de agua, pero deben hacerlo en aeropuertos que no siempre están cerca de los incendios, y se llenan con mangueras, una tarea que puede llevar horas.

Es urgente que la Argentina compre por lo menos diez aviones hidrantes anfibios grandes, nuevos o usados, para su Plan Nacional de Manejo del Fuego. Siempre harán falta en algún lugar de nuestra geografía. Hoy Corrientes los agradecería y está claro que resulta mucho más barato tenerlos que no tenerlos.