4 de octubre de 2024

Derecha divertida

Las fuerzas –digamos progresistas– están poniéndose cada día más nerviosas por cierta pérdida de influencia en la opinión pública. Esa influencia era, hasta hace poco, casi total. Nadie podía opinar en contra de ciertas ideas que, como los dogmas, parecían eternas; y si opinabas en contra eras cancelado o tachado de fascista, cipayo, gorila o integrista sin que medie ningún razonamiento serio o maduro. Pero además se sentían dueños de la calle, ese lugar que se ocupa con manifestaciones más o menos multitudinarias, pero siempre de minorías si se las compara con el impacto bestial de las redes sociales. Para colmo, las manifestaciones de los más radicalizados solo consiguen que vayan, con sus ajadas pancartas multiuso, los mismos que los votan; así que los que van, siempre son todos los que hay.


Curiosamente, muchos periodistas –ahora digamos honestos– no confían en las redes sociales. Dicen que es una inmensa cloaca o sostienen que son un arma de las fuerzas reaccionarias puestas al servicio de Donald Trump por Elon Musk, a quien tachan de gran manipulador de las masas de la ultraderecha norteamericana.

Esta cerrazón de cabeza de los periodistas progres aparece todos los días en la prensa española, francesa, italiana, alemana, holandesa, austriaca... Para todo ese periodismo, absolutamente mayoritario, la derecha es siempre ultra o extrema, mientras que la izquierda es moderada. Aclaro que los progres son la inmensa mayoría del periodismo porque esto es un arte y los artistas estamos siempre del lado progresista y divertido de la vida. Pero resulta que a pesar del periodismo progre en esos países de Europa están avanzando las derechas y lo confirma el veredicto incontestable de las urnas. En la Argentina pasa algo parecido, también avanza la derecha en contra de la voz casi unánime de los periodistas, y supongo que esas voces son las que enervan al presidente y provocan sus insultos casi diarios, muchas veces con razón.

Todo es mucho más espontáneo de lo que se imaginan los que ven fantasmas en Twitter (no pienso decirle X). No nos imaginamos lo que significarán las redes sociales para el avance de las ciencias y las tecnologías; mucho menos para los cambios sociales que van a producir. Imposible saber todavía la magnitud de esos cambios, pero empezamos a vislumbrarlos en una nueva especie de democracia que espanta a los que se creían dueños de las ideas de los demás.

Es de lamentar la actitud cerrada de un lado o del otro. Tachar o cancelar a los que piensan distinto no es avanzar en la historia sino retroceder. Y al final resulta que la izquierda se está volviendo conservadora y la derecha progresista; y lo que es peor para los progresistas es que ahora la izquierda aburre y la derecha divierte.

La democracia es la convivencia pacífica de los que piensan distinto y no la imposición a minorías de lo que piensan las mayorías, que por desgracia es bastante parecido a la imposición a las mayorías de lo que piensan las minorías: tal es la tiranía que desde el progresismo y la izquierda hoy imponen en nuestra América los patriarcas otoñales de Cuba, Venezuela o Nicaragua.

2 de agosto de 2024

Solo Venezuela salva a Venezuela


Miramos asombrados cómo Nicolás Maduro se robó obscenamente una elección, fregándose en las mayorías, que ya no tenía en 2018 para ganar en buena ley. Aquel año se la robó a la oposición desunida, pero lo de ahora fue descarado, violento, pornográfico. Y no se entiende como personajes de la política mundial que parecen serios avalan este asalto a la democracia. Bueno, se entiende si pensamos que son tan ladrones como Maduro. Tampoco se entiende que periodistas y medios, que también parecen serios, traten el tema con cierta equidistancia, como si la verdad fuera el promedio entre dos mentiras, o entre dos verdades ¡o entre la mentira y la verdad!

Nada legitima más a los ilegítimos que los enemigos de afuera (ahí esta Cuba, que con el odio a los gringos todavía alimenta una revolución podrida). A Nicolás Maduro y a sus secuaces los fortalece que el resto del mundo los sancione. Y para colmo es una desgracia porque casi todas las consecuencias de las medidas que tomen los gobiernos desde afuera harán sufrir más al pueblo venezolano y no a sus jerarcas multimillonarios. Por eso rige más que nunca el sabio principio del no te metas, que en lenguaje diplomático se llama de no injerencia en los asuntos internos de los estados soberanos. Hoy los venezolanos están solos frente a su destino: a ellos y solo a ellos les toca arreglarlo. Y a nosotros lo que nos toca es animarlos desde la tribuna, como en el fútbol, y rezar por ellos si tenemos fe.

El chavismo consiguió que lleguen a nuestros países cientos de miles de venezolanos que nos dan lecciones de buen humor, de educación y de trabajo, pero consiguió también el efecto cubano: librarse de opositores que podrían estar hoy junto a sus hermanos peleando por su libertad en las calles de todas las ciudades de Venezuela. Es el modelo de Cuba: el país que ha perdido el 33 % de su población desde que se instaló la tiranía comunista. Y seguirá así hasta vaciarse, porque en política la disidencia es solo cuestión de tiempo.

Lo que hizo occidente con Cuba es el modelo que no hay que seguir. Del que hay que aprender, en cambio, es del Mahatma Gandhi. No obedecer a un gobierno ilegítimo, sumergir los mercados y toda la economía, dejar de pagar impuestos, ganar las calles, aguantar los castigos y llenar las cárceles hasta colapsarlas del todo. Ojalá los venezolanos tengan la paciencia de los indios para que les vaya tan bien como a ellos y se vuelvan una democracia adulta (para no decir madura). Todo el mundo los necesita, pero sobre todos los americanos del sur.

25 de julio de 2024

Eterno Luchín

Conocí a una persona capaz de disfrutar de un vaso de agua tibia. Lo digo como si hubiera descubierto la pólvora porque así lo siento y porque es de las mejores cosas que me pasaron en la vida. Cuando digo disfrutar, lo digo de un modo superlativo, porque Luchín Duarte tomaba agua como si se estuviera bebiendo el cielo con todas sus estrellas.

Hay otras mil cosas para contar de Luchín, pero esta lo describía más cabalmente que ninguna otra: era capaz de disfrutar de la vida como nadie que haya conocido y es probable que como nadie que haya existido desde Adán y Eva a nuestros días. Es que para Luchín estar vivo era como para cualquier otro mortal ser campeón del mundo. Muchísimas veces me dijo eufórico ¡estamos vivos! como si fuera lo mejor que puede pasar en la vida... y es verdad: ¿qué es mejor en esta tierra que estar vivos?

Pero Luchín ya no está vivo. Murió esta madrugada en el Hospital Alemán de Buenos Aires. En marzo se puso amarillo: era el páncreas. Tuvimos esperanzas, de a ratos, pero él nos porfiaba que estaba mal, porque así se sentía por primera vez en su vida: nunca, en sus 76 años había estado enfermo. Decía que no se sentía con 76 sino con 67, pero ya en el sanatorio empezó a contarnos que se percibía de 77: como si hubiera envejecido en los últimos meses.

Si caías a lo de Luchín con una botella de lo que sea, anotaba tu nombre y la fecha y la acostaba en la bodega de abajo de la escalera. Con los años, volvía a aparecer tu botella, solo que mucho mejor. Pero eso no es nada: si el vino se había estropeado un poco, lo tomábamos igual, en honor al vino, pero sobre todo a la amistad. Y lo mejor de todo es que podías caer en cualquier ocasión y con lo que sea, porque en lo de Luchín el tiempo siempre tuvo otra dimensión.

En lo de Luchín y Ana, claro. Porque Luchín no estaba solo. Desde que los conocí, Ana María Fiaccadori siempre estuvo allí para que todas las cosas de este mundo y de otras dimensiones posibles se conviertan en temas de conversación, en Posadas, en Corrientes o en la Laguna, como le decíamos a su casa del Iberá. Con Luchín nunca importaba el final de ninguna historia y tampoco el principio. ¿Será que Luchín es eterno?

10 de marzo de 2024

Adiós, pero no al periodismo

El periodismo tuvo su edad de oro con los periódicos que le dieron nombre: fue durante casi todo el siglo XX, pero más precisamente podría ubicarse entre 1910 y 2010, para respetar lo del siglo. A principios del siglo pasado nacieron los diarios de gran circulación, gracias a la coincidencia de tres factores: la alfabetización generalizada de la población; la rotativa que permitió imprimir a gran velocidad usando rollos de papel en lugar de láminas; y la linotipia que jubiló a los tipos móviles. Durante esos 100 años el soporte rey de todas las noticas fue el papel y quienes compraban papel, imprimían papel y vendían papel impreso explotaban unas industrias enormes y un gran esfuerzo logístico pegado a la redacción, como se llama en castellano al espacio donde trabajan los periodistas, redactores al fin y al cabo, que era y es todavía un espacio pequeño en relación al dinosaurio que escupe papel impreso encerrado en el taller de al lado.


El periodismo no está en crisis, lo que está en crisis son los periódicos, pero eso tampoco es una novedad. Los antiguos medios –El Territorio es uno de ellos– ya no son diarios sino marcas formidables que certifican el periodismo de sus plataformas. La esencia del negocio del periodismo nunca fue imprimir papel: papel era lo que había y sirvió de soporte durante algunos siglos, especialmente en el último, en el que se sumó la publicidad y volvió millonarios a los dueños de la industria que compraba, imprimía, transportaba y vendía papel impreso.

El periodismo sigue intacto y cada vez más saludable porque ya no depende de grandes sumas de dinero para solventar esa complicada logística y alimentar su dinosaurio con toneladas de papel y hectolitros de tinta a gran velocidad. El soporte barato ha reducido la escala de las empresas periodísticas, pero no su esencia.

Hoy lo caro ya no es el papel ni la logística, no porque sean baratos (son carísimos) sino porque ya no sirven como soporte a la publicidad ni al periodismo. Hoy lo caro del periodismo es la información y lo barato es la opinión; y es una de las mejores noticias para la profesión.

Caro es averiguar qué pasó y barato, o gratis, es pedir opinión sobre lo que pasó. Cuando digo averiguar qué pasó estoy diciendo conocer la verdad hasta sus últimas consecuencias y no solo lo que aparece como verdad. Periodismo no es decir lo que otros dicen sino averiguar si lo que otros dicen es verdad o mentira. Periodismo es investigar lo que hay detrás de la cortina; conocer la historia que se esconde debajo de la alfombra; las causas poco naturales de lo que vemos como natural; las intenciones que mueven los hechos que parecen fortuitos; los intereses escondidos, buenos o malos de los acontecimientos. Y para todo eso no hace falta papel sino talento, dedicación, pasión por la verdad, paciencia... y mucho coraje.

Ayer salió la noticia de mi designación como Consejero de la Entidad Binacional Yacyretá. Por ser incompatible con la dirección de El Territorio, he renunciado a partir del pasado 1 de marzo a mi condición de Director, tanto de los medios como de la compañía editora (El Territorio S.A.I.C. y F.). Quise redactar una despedida de esta columna, que se publica cada domingo desde julio de 2013, pero salió un testamento sobre el periodismo que pretendo siempre como aporte de El Territorio al desarrollo, en Unión y Libertad, de la Argentina, de Misiones, de Corrientes y de todos los lugares del mundo a donde hoy llega el periodismo de El Territorio en sus variadas plataformas, que superan con creces al dinosaurio de papel que quizá tiene ahora en sus manos.

Y prometo seguir diciendo periodista cuando me pregunten la profesión.

3 de marzo de 2024

Tranqui con el castellano

En su habitual rueda de prensa diaria, el vocero de la Presidencia de la Nación anunció el martes pasado que el Gobierno había decidido prohibir el uso del lenguaje inclusivo en todos los documentos oficiales, y agregó que la decisión incluye a todo lo referido a la perspectiva de género. No se va a utilizar más en los documentos públicos la letra e para referirse a los dos sexos, como en todes; tampoco se va a usar la arroba para ese fin, como en tod@s; ni la x, como en todxs. También puntualizó que en la redacción de esos escritos se evitará la innecesaria utilización del género femenino, como en todos y todas. Lo de la perspectiva de género implica retirar de los programas escolares la temática de género, opuesta a la visión natural del sexo –varón o mujer– que todos recibimos desde nuestra concepción.

Ni lerdo ni perezoso, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ordenó el miércoles que se excluya de los programas de la educación pública la perspectiva de género en su país. Diera la impresión de que la noticia de la decisión del gobierno argentino le despertó la inquietud, pero parece más bien la expresión una tendencia que estamos empezando a ver en nuestra América y en el mundo.

Fuera de las consideraciones ideológicas entre la izquierda y la derecha, progresistas y conservadores, libertarios y estatistas, neoliberales y populistas y otras oposiciones que pueden volver eterno este párrafo, quiero hacer una pasada por los vaivenes de la historia.

Los hippies de los años 60 del siglo pasado parecían muy modernos porque tenían el pelo largo; todavía se ven hippies viejos, esos que no supieron salir del hippismo a tiempo y siguieron toda la vida con su pinta pasada de moda. Los reyes y nobles de la Edad Media usaban el pelo tan largo como los hippies, y algunos también se ponían ropa tan estrafalaria como ellos. La generación tatuada parece muy moderna, pero los tatuajes son más antiguos que la miseria. Los aros en los varones son tan antediluvianos como los tatuajes y el piercing, que usan hace milenios los bosquimanos y otras tribus silvestres africanas, asiáticas y americanas. Dejarse el pelo largo o raparse, usar barba o afeitarse, tatuarse o usar piercing son tendencias tan efímeras como cualquier moda. No inventamos nada, todo es reciclado, refrito, recalentado...

 
Es que la historia es cíclica, pendular: va y viene. Ya lo decía Giambattista Vico en el siglo XVIII: explicaba que la historia va y vuelve, pero lo que no decía es que avanza en el tiempo, como un tirabuzón o un resorte. Es que la cadencia circular de la historia no es plana: tiene tres dimensiones, como un sacacorchos. Y además de avanzar en círculos, va cada vez más rápido porque el tiempo se acelera.

Lo que estamos viendo en el caso de la decisión de los gobiernos argentino y salvadoreño es el extremo de una de esas vueltas. Ahora el péndulo empieza a caer para el otro lado y va a ser inexorable y bestial porque antes nos pasamos de la raya para el lado opuesto. Vamos del lenguaje inclusivo al castellano ortodoxo, y con el tiempo volveremos a alguna pavada que se le ocurra los que se creen muy modernos, y después de nuevo al castellano medieval del Cid Campeador.

Lo que es una estupidez del tamaño de una catedral es obligar a decir o escribir palabras o prohibirlas. Se entiende que ahora las prohiban porque antes nos obligaron, pero sigue siendo una estupidez tanto una cosa como la otra. El idioma es lo más democrático que hay: lo hacemos los hablantes hablando. Obligar a hablar o escribir en inclusivo es tan estúpido como prohibirlo. Mejor dejemos tranquilo al castellano, que se las arregla solo.

25 de febrero de 2024

Los países también maduran

Al final de la columna del domingo pasado planteaba que los países maduran como las personas. No es un gran descubrimiento. La madurez es una analogía vegetal muy extendida en el mundo animal, pero sobre todo entre los humanos. Lo que puede parecer un poco tirado de los pelos es aplicarlo a colectivos como un país o cualquier organización social, desde la familia a las Naciones Unidas.

El derecho —que siempre sigue a la vida— ha inventado las personas jurídicas, también llamadas morales, pero le costó sus años. Esta vez no fueron los romanos, que algo vislumbraban pero no les gustaba mucho esa especie de ficción. Tuvo que evolucionar la idea hasta llegar al concepto actual en la época de la Revolución Francesa y luego durante el pragmatismo napoleónico.

Las personas de existencia ideal, como también se las llama, tienen estándares jurídicos análogos a los de las personas físicas, con nacimiento y muerte, con voluntad, deberes y derechos, con patrimonio y responsabilidades, salvo la responsabilidad penal, cosa que algunos juristas discuten en el ámbito de los límites del resarcimiento económico. Está claro que la pena que no le cabe a una persona moral es la cárcel, pero sí todas las demás, en su debida proporción y análogamente a las sanciones penales aplicables a las personas de carne y hueso, como multas, inhabilitaciones o retiro de la personería, que sería algo así como la pena de muerte.

También análogamente y en sentido figurado se puede decir (y se dice) que una sociedad es inmadura cuando actúa colectivamente de un modo infantil o adolescente. Y al igual que ocurre con las personas físicas, esa madurez no es necesariamente paralela al crecimiento vegetativo, a la madurez que dan los años: hay adolescentes de 90 y hay maduros a los doce.

Las frutas maduran con el sol y el calor y cuando están en la planta a casi todas les viene bien un golpe de clima para ser más dulces. Las personas de carne y hueso maduramos con los golpes de la vida, pero en eso somos más parecidos a las piedras que a las frutas. Las piedras se pulen entre ellas hasta volverse canto rodado, lisas y redondas, sin aristas. Maduramos a fuerza de caer y volver a levantarnos una y otra vez, pero sobre todo maduramos cuando las adversidades nos sacan las aristas y nos enseñan a convivir con personas que también están perdiendo las suyas.

Las sociedades maduran con los golpes de la historia. Con los fracasos, las adversidades, las vueltas del destino. Maduran con cataclismos, catástrofes y guerras... y a veces se pasan de tanto madurar. Europa es el ejemplo más evidente: fue el campo de batalla de todas las guerras hasta llegar a la madurez de la Unión Europea. Japón es otro caso paradigmático.

Nuestro mayor déficit de madurez sigue siendo la confusión entre lo esencial de lo accidental, que es la más palmaria muestra de adolescencia y lo que casi siempre se aprende a los golpes. ¿Será que a la Argentina le faltan esos golpes? Capaz que sí... o quizás sea mejor que sigamos siendo campeones mundiales de la inmadurez.

Hace casi once años se me ocurre que la elección de Jorge Bergoglio como Papa en Roma podía provocar esa madurez colectiva, porque Francisco pasaría a ser el modelo argentino por antonomasia, desbancando a ídolos que no se lo merecen y que ahora no pienso nombrar. Tengo todavía esa esperanza.

18 de febrero de 2024

Argentina inmadura

Hay países infantiles, adolescentes, adultos y ancianos. Pero no por su historia o sus ruinas, ya que según como se mire, Italia puede ser mucho más joven que la Argentina o el Nuevo Mundo más antiguo que la Vieja Europa. Me refiero a la edad colectiva de su gente, al modo de pensar y de razonar de la inmensa mayoría de sus ciudadanos.

Se puede catalogar a los países como jóvenes o viejos, del mismo modo que clasificamos a sus economías como fracasadas o emergentes; a sus culturas como decadentes o ascendentes, y tantos calificativos que ponemos a las cosas y a las personas. Hay países que se ponen de moda y otros que huelen a podrido. Pero no me refiero a estas categorías sino a una que represente a la edad colectiva de toda una nación. Y hay un pensamiento colectivo, o un modo de pensar común de cada país, que identifica a sus ciudadanos y no tanto por el estilo o el tono de voz sino por los temas de conversación, por las palabras que usan –que son vehículo del pensamiento– por la arrogancia, la ignorancia o la sabiduría que muestran al hablar. Alcanza con llegar a la sala de embarque de un vuelo hacia la Argentina en cualquier aeropuerto del mundo para medir la edad colectiva de los argentinos; y es más fácil hacerlo en esos lugares porque se puede comparar con la edad mental de la gente que acabamos de dejar en el país que visitamos.
 

Como de la abundancia del corazón habla la boca, nuestra conversaciones nos delatan enseguida, individual y colectivamente. La gente madura, culta, leída, habla de temas interesantes: de política y economía, pero también de historia, de arte, de viajes, de libros... y de vez en cuando de comidas y bebidas. Los inmaduros hablan solo de temas primarios: sexo, comidas, fútbol y plata. La gente adulta come fettuccine alla Carbonara y los inmaduros se contentan con hamburguesas aplastadas y queso derretido.

Sabemos todo. Nunca aceptamos que no sabemos. Jamás nos equivocamos y somos capaces de cambiar toda una posición ideológica solo para no reconocer un error. Los adultos, en cambio, cuando no saben algo, dicen que no saben y no pasa nada. Y si se equivocan, lo aceptan sin dramas y corrigen su error.

Ponemos excusas para todo. Echamos la culpa a los demás. Argumentamos nuestra inocencia con la culpabilidad ajena, como hacen los adolescentes cuando se pelean, pero lo seguimos haciendo aunque seamos el Presidente de la Nación, Ministro, Senador, Diputado, Juez de la Corte Suprema, capitán de corbeta, futbolista o panelista de televisión; y ni nos damos cuenta de que hacerlo es el modo más rápido y eficaz de aceptar la propia culpa.

Nos dominan tres demonios con el mismo apellido: Pensé Qué, Creí Qué, Entendí Qué y sus primos procrastinadores Mañana y Después. Y vivimos peleando por tonterías, como los chicos en el asiento de atrás del auto, todo el día, todos los días, sin parar.

Es el espectáculo que hoy brinda la política inmadura de un país adolescente. Y los países maduran por razones variadas, casi siempre complicadas, como maduramos los hombres con los golpes de la vida. Dios quiera que no sea un cataclismo, pero por lo menos hay que agradecer al Cielo que seamos adolescentes, porque todavía tenemos la posibilidad de madurar.

11 de febrero de 2024

La pelea no es el cambio

El resultado y el mensaje de la segunda vuelta de las elecciones del año pasado mostró que la mayoría de los argentinos quiere un cambio en el rumbo de la política y del modo de ejercer el poder en la Argentina. Alguien podría decir que no fue tan abultada la diferencia entre casi el 56 % de la fórmula ganadora y un poco más del 44 % de la perdedora, pero sí se puede afirmar que fue contundente; y para ponerlo más a favor del argumento que quiero esgrimir, hay que suponer que el candidato del oficialismo también representaba un cambio importante en el estilo de gobierno de su coalición, especialmente en lo que se refiere a terminar con la grieta que divide a los argentinos hace ya muchos años.

Un análisis más o menos grueso de los números, pueden dar que los que querían un cambio total –una vuelta en U– son los que votaron a Milei en la elección de octubre: casi el 30 % de los votantes. Y en noviembre ganó la suma de los que votaron en contra del modelo K, que se plegaron al proyecto de Milei, precisamente por ser el cambio. No es una gran novedad en el país que en 2003 puso en el poder durante 20 años a los Kirchner desde un exiguo 22 % y gracias a la suposición de que la mayoría votaría el cambio en contra de Menem.
 

Anticipaba la semana pasada que la pelea es una teoría política que puso de moda la dialéctica marxista hace más de 150 años. Esa teoría se renovó con la lucha como fábrica de poder, sin importar entre quiénes ni las razones para luchar. En resumidas cuentas, la lucha de clases de Karl Marx hoy se aplica a la pelea entre no importa quienes, porque lo que sirve es pelear. De ahí el contrasentido de mantener viva la revolución, ya que cuando se eterniza en el tiempo se vuelve tan conservadora y autoritaria como las mismas dictaduras que enfrentaron en su etapa romántica: una cosa es la Sierra Maestra y otra muy distinta anquilosarse 70 años en el poder en La Habana. El Che Guevara fue víctima de esta paradoja y hoy vemos envejecer a algunos patriarcas, otrora revolucionarios, en el largo otoño de nuestra América.

Hoy los mismos enemigos del marxismo llegan al poder con la lucha como bandera. Algo parecido a lo que pasa con la democracia, que en muchos lugares del mundo está sirviendo a los antidemocráticos para hacerse con el poder: otra paradoja de tantas que hay en nuestra era. Quizá no debiera sorprender la lucha en el proceso de llegar al poder, pero sí que la pelea siga siendo para ellos el modo habitual de conservarlo.

Quiero insistir hoy en la idea de que el conflicto como estrategia no lleva a ningún lado que no sea el mismo conflicto. No es peleando unos con otros como se va a arreglar la Argentina, sino uniéndonos en la búsqueda del fin común, minimizando las diferencias y fortaleciendo las semejanzas, que son muchas más que las diferencias.

No sé de dónde sacamos la idea de que los que ganan las elecciones deben imponerse con toda su fuerza sobre los que pierden y los que pierden deben empeñarse en no dejar gobernar a los que ganan. Si queríamos el cambio, seguir peleando no es el cambio sino la continuidad, solo que ahora están arriba los que antes estaban abajo y el proceso se repite en un remolino del que no podemos salir, como si fuera un destino inexorable de continuidad aplastante.

Por enésima vez quiero gritar que por el camino de la confrontación no vamos a ningún lado y que junto con la libertad lo que hizo y hará grande a la Argentina es la unión. Estoy seguro de que los de mi generación conocemos de memoria el consejo de Martín Fierro a sus hijos, pero quizá lo tengan que aprender los más jóvenes: los hermanos sean unidos porque es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera.

4 de febrero de 2024

Peleando no se consigue nada

Si le dijera a Miguel Martín de Güemes que peleando no se consigue nada, probablemente me fusilaba por traidor... Es que casi todos los grandes pasos de la historia de la humanidad fueron frutos de grandes batallas y de largas guerras, y no solo por los cambios geopolíticos que producen, sino, y sobre todo, porque aguzan en ingenio hasta límites insospechados.

Digo casi todos porque la revolución más grande de la historia no la produjo ningún enfrentamiento, ninguna guerra, ninguna grieta... y es la prueba más patente de que peleando no vamos a ninguna parte. Tan fuerte fue esa revolución que los violentos no consiguieron pararla ni matando al revolucionario y a sus discípulos más cercanos, ni persiguiendo a sus seguidores durante 300 años. Ya van más de 2000 y la historia cuenta que los que persiguen a los pacíficos terminan perdiendo y consiguen lo contrario de lo que buscaban: en lugar de exterminarlos, los reproducen.

Ya está claro que me refiero a Jesucristo y a los cristianos (a los cristianos pacíficos). Pero no hace falta llegar a esos extremos para confirmar que siempre tendremos más éxito en nuestras empresas si en lugar de pelear para conseguir los fines lo hacemos amigablemente. Y además viviremos más tranquilos.

Hace ya casi dos siglos que se planteó en el mundo, como teoría, la lucha como forma de crear poder. No es mala idea si lo que se quiere el llegar, pero no hay que ser muy inteligente para advertir que es un modo violento. Tan violento que no duda en aniquilar a los enemigos si hiciera falta, y solo porque es el modo más rápido de ganar.

Hace tiempo que intento explicar que el camino es el contrario. El conflicto como estrategia no lleva a ningún lado que no sea el mismo conflicto, pero además cansa como cansó a la mayoría de los argentinos que votaron el cambio en noviembre. No es peleando unos con otros como se va a arreglar la Argentina, sino uniéndonos en pos del fin común, minimizando las diferencias y fortaleciendo las semejanzas, que son muchas más que las diferencias.

Hoy, sin embargo, la sociedad argentina parece mantener la idea de que los que ganaron en las últimas elecciones deben imponerse con toda su fuerza sobre los que perdieron y los que perdieron parecen empeñados en no dejar gobernar a los que ganaron. Seguir peleando no es el cambio sino la continuidad, solo que ahora están arriba los que antes estaban abajo. Y es tan evidente que así no vamos a ningún lado que enternece nuestra edad del pavo colectiva, de la que un día debemos desprendernos para siempre.


La UNIÓN es principio fundacional de nuestra Patria, junto con la LIBERTAD. Sin la unión no iremos nunca a ningún lado, como muestra ese esquema didáctico y siempre actual de los dos burros atados por el pescuezo que pretenden comer sus raciones de pienso, una a la derecha y otra a la izquierda. Tirando cada uno para su lado nunca alcanzarán el almuerzo, en cambio si se unen para ir juntos, primero a uno de los lados y luego al otro, sí que lo conseguirán, y todos felices y bien alimentados.
 
Alcanza y sobra con la unión para enfrentar cualquier adversidad y aunque no se conozca la solución. La unión implica por sí misma la voluntad de buscar juntos las soluciones a todos nuestros problemas. Y también implica ceder de los dos lados para ir juntos en esa búsqueda.

28 de enero de 2024

En unión y libertad

Lo de la unidad no es solo para casos extremos como el de la Hermandad de la Nieve, que relata la epopeya de los uruguayos en los Andes en 1972. Ya lo sabían los padres de nuestra Patria y los de cualquiera. No hay país que base su independencia o su cultura de poder en la división. Tanto que a veces basta con la unión para decidirse a cualquier aventura, desde la independencia nacional al matrimonio de dos personas que solo se tienen a ellos mismos. La unión es más importante que el dinero, que la edad, que la salud, que la inteligencia... y está directamente relacionada con el amor al prójimo.

Más de una vez he insistido en la necesidad de la unión y no solo en la Argentina: también en nuestra América y en el mundo, en el que una importante cantidad de países llevan la unión en su propio nombre aunque se olviden de ella. Al paso que vamos, o los humanos nos ponemos de acuerdo con lo que queremos hacer o dejaremos el planeta sin gente.


En 1813, tres años antes de nuestra independencia, se acuñó la primera moneda patria, era de ocho reales y tenía de un lado el Sol de Mayo, rodeado por el nombre del país que estábamos fundando: PROVINCIAS DEL RIO DE LA PLATA. Y en el reverso dice clarito EN UNIÓN Y LIBERTAD alrededor del escudo, sin sol pero bien acompañado por los laureles que todavía conserva. La primera versión acuñada, la más difícil de encontrar, tiene en la base del escudo dos cañones cruzados y un tambor, y en cada flanco dos banderas. Desde entonces, todas las monedas y billetes argentinos llevan la inscripción EN UNIÓN Y LIBERTAD y si quiere comprobarlo, mire un billete cualquiera y la va a encontrar, siempre debajo de REPÚBLICA ARGENTINA. 

El sol de esa moneda es el que también da vida a nuestra bandera y asoma sobre nuestro escudo. Tiene 32 rayos, intercalados entre flamígeros y rectos, y es el mismo del emblema de la Compañía de Jesús, que hoy campa, dorado como el nuestro, en el escudo papal y de la Santa Sede, porque era el escudo episcopal de Jorge Bergoglio, que conservó como Papa.


Decía también al final de la columna del domingo pasado que sería una macana confundir la unidad con uniformidad. Por desgracia muchos argentinos entienden una cosa por otra. La unidad incluye en su concepto la diversidad, ya que si todos somos iguales, si todos pensamos igual, si somos uniformes, ya no hace falta la unidad. La unidad supone la libertad, la uniformidad no. La unidad es el destino común de los que piensan distinto. La uniformidad es la entronización del pensamiento único. Y la democracia nunca es la imposición de las mayorías a las minorías sino la convivencia pacífica –en unión y libertad– de los que piensan distinto.

La Argentina no saldrá de su estancamiento si seguimos divididos. Hoy más que nunca es preciso que nos unamos y que superemos nuestras diferencias de adolescentes, pero no resignando las ideas detrás de las ajenas, a no ser, claro, que descubramos que estamos equivocados. Es urgente que fortalezcamos lo que nos une y minimicemos lo que nos separa. Hoy está de moda la libertad, y aunque solo el gobierno la exalte, a nadie le cabe duda de que es un activo esencial para todos. Ahora toca emparejar la unión y ponerla también de moda, junto con la libertad.