17 de abril de 2022

La banda, el bastón y la suerte


Hablamos de poder cuando alguien toma, adopta, una decisión y esa decisión es respetada por el conjunto de la sociedad. Eso es el poder. Que te pongan una banda y te den el bastón, un poquito es… La frase es textual de la vicepresidenta argentina, pronunciada el miércoles en su presentación ante la Asamblea Parlamentaria Europea-Latinoamericana que se realizaba en el Centro Cultural Kirchner de Buenos Aires. Faltan los gestos y un poco de contexto como para concluir que se refería a alguien en particular, pero igual el periodismo porteño se apuró a asegurar que era una alusión al Presidente, entre otras cosas porque después dijo …ni te cuento si además no se hacen las cosas que hay que hacer.

La vicepresidenta expresó el concepto de poder en el sentido más amplio y cabal. Sabe, por experiencia (también lo dijo) que el poder político no es el que tiene toda la capacidad para tomar decisiones respetadas por el conjunto de la sociedad. En este dilema se basa toda la filosofía de una parte más o menos importante del arco ideológico, en la Argentina y en el mundo. Y da igual el momento en que lo exprese: habría valido lo mismo en sus épocas de presidenta, de senadora, o retirada cuidando nietos en El Calafate. Además, esta expresión es la base de otra que usó durante sus años en la Casa Rosada, cuando decía vamos por todo… Quería decir que no le alcanzaba con el poder político: si quería cambiar la realidad necesitaba tener el poder real, el que no dura solo cuatro u ocho años; el poder que se queda para siempre en la Casa Rosada aunque los presidentes cambien.

Basta con buscar cualquier entrevista a los empleados más antiguos de la Casa Rosada o de la Quinta de Olivos. Invariablemente contarán que conocieron a muchos presidentes, todos muy distintos, pero cuando les preguntan por el resto de los que pasaron por allí, contestan que esos son siempre los mismos. Son los que tienen el poder real mientras que el de los presidentes es efímero. Cualquier cargo electivo tiene plazo de vencimiento porque nuestras leyes republicanas han establecido un límite al poder en el tiempo. En cambio, el poder real no tiene límites en el tiempo y a veces tampoco en el espacio.

Así es la historia del poder. Los reyes absolutos eran los dueños de todo: no solo de los bienes sino también de la vida de sus súbditos. Pero cuando las sucesivas revoluciones, desde la época de Robin Hood a nuestros días, fueron recortando los despotismos, el poder real (el de verdad) se corrió a personas o corporaciones que hoy mantienen su base dinástica y acumulativa, sin cortapisas ni almanaques que lo limiten.

Permítame dar una vuelta más de rosca a esta improvisada teoría ilustrada del poder. Hoy, en nuestras sociedades democráticas, el poder debe servir para cambiar la realidad, mejorar la vida de la gente de acuerdo a unos criterios que son distintos de un lado u otro del espectro ideológico, y aunque cambien las personas, ese poder se mantiene en la medida que se consiguen los objetivos. No sirve, en cambio, cuando el único fin del poder es detentarlo, mantenerlo o acrecentarlo a como dé lugar sin un proyecto, sin un objetivo o una meta. Y lamento comunicarle que algo de eso nos está pasando hoy en la Argentina y no solo en la Argentina. Es la razón de la desilusión de los jóvenes con lo que hay y también del progreso inusitado en las encuestas, sobre todo entre los mismos jóvenes, de candidatos desconocidos, pero que por lo menos dicen para dónde van.

El peligro de la falta de objetivos es que al final nos agarramos de cualquier proyecto que aunque sea vaya para algún sitio. Entonces aparecen los outsiders desconocidos, a los que votan multitudes desilusionadas con quienes prometieron mucho pero después nos acercaron más al abismo. En ese escenario dependemos de la suerte, que no es nunca un buen prospecto. ¿Quiere ejemplos? Están en toda nuestra América, Argentina incluida.