21 de enero de 2024

Unidad no es uniformidad


Si no vio todavía La sociedad de la nieve, se la recomiendo vivamente. Primero por que es una gran historia, segundo porque es una gran película y tercero porque es una lección formidable. Le advierto también que es un film fuerte: la historia es el relato audiovisual de una epopeya de la humanidad, que quizá no valoramos tanto por estar cerca en el tiempo y en la geografía.

Como todo el mundo conoce el final, no hay riesgo de spoilear el guion. Bueno, no sé si todo el mundo; quizá solo los más grandes, los que teníamos uso de razón en aquellos días dramáticos, hace poco más de 51 años, que hoy ya no somos mayoría. Pero intuyo que aunque ya sean muchos más los que no siguieron en directo la tragedia, todos saben lo que pasó en los Andes entre el 13 de octubre y el 23 de diciembre de 1972.

La novedad y la gran diferencia de esta nueva película, comparada con otra que se estrenó en 1983 y se llamó ¡Viven!, es un defecto de origen: ¡Viven! es una película norteamericana, basada en un libro, también de autor norteamericano, publicado a las apuradas en 1974. La historia de La sociedad de la nieve es la misma, pero muchísimo mejor contada en el libro del uruguayo Pablo Vierci, con guion y dirección de Juan Antonio García Bayona. El gran acierto de Vierci y Bayona es el relato, en el que los 29 muertos son protagonistas tan principales como los 16 sobrevivientes. Pero además la película está muy bien realizada y representada por actores mucho más cercanos a los verdaderos protagonistas de la epopeya.

Tan cercanos son que uno de los actores interpreta a su propio padre: Carlitos Páez, que hace el papel de Carlos Páez Vilaró. Páez Vilaró fue figura principal del arte uruguayo y también de los negocios inmobiliarios y turísticos, siempre asociados a Punta Ballena y Casa Pueblo, trece kilómetros antes de llegar a Punta del Este. Por su posición y porque su hijo era uno de los pasajeros, Páez Vilaró lideró y financió la búsqueda de los accidentados en la tragedia y nunca se dio por vencido, y cuando las fuerzas de seguridad chilenas dieron por terminada la búsqueda, siguió porfiando para encontrarlos vivos o muertos. Fue él mismo quien el 22 de diciembre de 1972 dio la noticia de los sobrevivientes que todavía estaban en la montaña, sumados a los dos que habían llegado a la civilización en busca de auxilio para los catorce que quedaron en el glaciar de Las Lágrimas. Los dio por teléfono, con nombres y apellidos, repitiendo uno por uno, al Uruguay y al mundo. Es quizá la escena más conmovedora de la película, para la que Carlitos tuvo que adelgazar unos cuantos kilos si quería salir cercano a su padre en los escasos tres minutos que dura su bolo.

En una entrevista que le hicieron esta semana en una radio de Buenos Aires, Carlitos Páez Rodríguez –que sigue siendo Carlitos aunque ya tenga 70 años– dio algunas claves de la historia y un consejo a los argentinos. Dijo que si hubiera sido un avión de línea habrían muerto todos en la montaña, peleando entre ellos. Se refería al hecho de que el avión en el que se estrellaron –un Fairchild bimotor de la Fuerza Aérea Uruguaya– había sido charteado para el viaje del equipo de rugby de los Old Christians, antiguos alumnos del colegio Stella Maris de los Christian Brothers irlandeses, la misma congregación y el mismo estilo de colegio que el Cardenal Newman de Buenos Aires. La unidad y la disciplina del equipo salvó a los sobrevivientes.

Los argentinos no van a salir adelante si no se unen, dijo también por la radio. Y es cierto: son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan, pero nos alimentamos de las que nos separan y rechazamos las que nos unen. El Uruguay, en cambio, es un país unido por un ideal republicano en el que la gente piensa distinto sin dramas. Pensar distinto no es nunca una debilidad; es una fortaleza inmensa y también es la base elemental de la unidad, que no hay que confundir con uniformidad: eso sí es pensar igual y es una macana.