31 de diciembre de 2022

Generación tres estrellas


Brasil tiene cinco. Italia y Alemania cuatro. Nosotros tres. Siguen Francia y Uruguay con dos y luego Inglaterra y España con una.

Ya se ve que es un club exclusivo el de los campeones del mundo; que no es para cualquiera. También se ve, como en todos los clubes, que hay algún colado y hasta uno que no paga la cuota hace rato... Y todo hay que decirlo: estamos más cerca de Italia y Alemania, pero Brasil nos lleva dos estrellas de ventaja.

La Argentina tiene el carnet al día y sabemos cómo hacerlo: jugando a la pelota. No es chiste la expresión que usan casi todos los futbolistas profesionales. Pero como ganan millones y viajan en jets privados, sus vidas se parecen más a las de los artistas de Hollywood que la de unos chicos que juegan a la pelota.

Jugar a la pelota implica algo elemental en todo deporte asociado, jugado en equipo: es el esfuerzo colectivo de un grupo de personas. Y mientras eso no se entienda, es imposible ganar, por más cracks que se cuenten en el equipo. Esa es la razón del éxito de selecciones impensadas y del fracaso de algunas candidatas en cualquier Mundial. Y esa es la lección que debíamos haber aprendido cada vez que fracasamos por confiar en que nos salvaría un solo jugador, o dos.

Pasa desde la Copa América del año pasado: está claro que hay un ídolo indiscutible, pero ahí nomás están los otros. Desde que terminó el Mundial en Catar, los medios siguieron a Messi hasta Rosario, pero también al barrio de Ángel Di María, a Julián Álvarez lo siguieron hasta Calchín, a Alexis Mac Allister hasta Santa Rosa, a Lautaro Martínez hasta Bahía Blanca, a Dibu Martínez hasta Mar del Plata, a Enzo Fernández y Exequiel Palacios hasta San Martín, a Nahuel Molina hasta Embalse, a Lionel Scaloni hasta Pujato, a Chiqui Tapia a cumplir con la Difunta Correa y a Rodrigo de Paul a cumplir con Tini Stoessel... y en cada una de esas localidades se organizaron festejos parecidos. Messi no ganó solo y él lo sabe mejor que nadie.

También sabemos que el esfuerzo del conjunto no es el amontonamiento de cracks jugando a la pelota. Entre otras cosas que hay que aprender para ganar está la de saber perder: hay que reponerse de las derrotas porque en los deportes se gana, pero sobre todo se pierde y si no, pregúnteles a todas las selecciones que volvieron a sus países sin la copa o a las que ni siquiera clasificaron para jugar la última fase en Catar (de paso le recuerdo que la FIFA tiene más miembros que la ONU).

Ahora resulta que descubrimos cómo se agregan estrellas a la camiseta de la selección. Así que hay que empezar a pensar en la cuarta para llegar con envión. Porque esa es otra condición que marcó al equipo argentino: el envión ganador, que es una cuestión psicológica, difícil de medir, pero casi tan importante como la humildad, el trabajo en equipo y la habilidad para jugar a la pelota.

La tercera estrella puede marcar el fin de la Argentina pendenciera, egoísta, agrietada, peleadora, soberbia... Ojalá lo hayamos aprendido en este año que se termina para todas nuestras actividades y sobre todo para la política, que no debe ser nunca la búsqueda del poder solo para tener poder.

El año 2023 puede ser el de la generación de las tres estrellas, marcada por esta selección de Messi, pero no solo de Messi. El fin de un estilo y el comienzo de otro. Estos acontecimientos tienen un efecto paradigmático inmenso, que aunque no se ve de un día para otro, hace que toda una sociedad cambie de era, y un día la historia le ponga nombre a ese gran cambio colectivo. Es un deseo de fin de año: mire si se cumple...

24 de diciembre de 2022

Prejuicio racista gringo

La vorágine del Mundial y todo lo que ya se dijo me exime de hablar de Messi, del ejemplo de unidad, trabajo, humildad y constancia de la selección. Ya está, ahora hay que celebrar que nuestra camiseta tiene tres estrellas y ponernos a pensar en cómo vamos a conseguir la cuarta. Fue por el Mundial que la Navidad llegó de repente, pero con un regalo que valió la pena. Que la improvisación nacional no empañe esa felicidad.

Pero de la cobertura del Mundial quedó un tema pendiente que me interesa puntualizar ahora. Es el prejuicio racista de los gringos (me gusta decirles gringos, como ocurre en casi toda nuestra América Mestiza). Y déjeme que me burle de los que se la pasan arbitrando lo que podemos decir y lo que no debemos decir; esos tienen el mismo prejuicio al que me estoy por referir: el de los gringos.


Resulta que uno de los días del Mundial, y cuando ya se perfilaba el avance de la selección argentina hacia la final, apareció una nota en el Washington Post que se preguntaba en el título por qué no había negros en la selección argentina. Después de comprobar que la nuestra es una de las pocas selecciones que no tiene integrantes negros y sus apellidos son europeos, mientras que, salvo la de Croacia, el resto de las selecciones europeas tienen jugadores de color en sus equipos. La francesa es el caso más notable, porque los blancos son la excepción.

Los argumentos con que el mismo Washington Post se contestaba la pregunta del título son entre regulares y malos, pero sobre todo son estúpidos. No importan tanto para lo que quiero decir, así que lo resumo en una sola oración: en la Argentina llaman negros a los morochos.

Es cierto que entre un descendiente de eslavos o alemanes y uno del sur de Italia o España, hay una diferencia notable de color de piel, de ojos y de pelo. Y también es cierto que en la Argentina, acostumbrados a ponerle apodo a todo el mundo, le decimos Negro, así, como sobrenombre, a cualquiera un poquitito más oscuro. Y lo decimos sin drama, sin prejuicios, sin que signifique ninguna discriminación, aunque los gringos piensen que sí lo es. También le decimos Gordo a los gordos; Flaco a los flacos; Lungo a los altos; Petiso a los bajos; Pelado a los calvos... ¿Y qué?

A fines del siglo XIX y principios del XX, la Argentina recibió una inmigración masiva de italianos y españoles y menor de otros países de Europa. Desde el día que llegaron, esos europeos se mezclaron entre ellos y se fue creando una raza mestiza bastante blanca, pero eran tantos que licuaron a los indios y a los negros (llamo indios a los habitantes de las Indias Occidentales, que no son originarios de América; y negros a los descendientes de los pocos esclavos que quedaron después de su liberación en 1813 y 1853). Para colmo, esos indios y esos negros ya se venían mezclando con europeos mucho antes de la inmigración. Y en el caso de los indios –o de las indias–, se mestizaban con los castellanos en cuanto se bajaban de los barcos. Bueno: la selección es una muestra perfecta de ese crisol de razas de la Argentina que empezó con Gaboto y con Solís.

La pregunta del Washington Post es la expresión patética del prejuicio racista gringo. Por eso creo que la respuesta más cabal al Washington Post –después de decirles que se vayan a freír espárragos– es que nadie se hace esa pregunta jamás en la Argentina porque no tenemos ningún prejuicio sobre el origen de nuestra gente. Somos felices queriéndonos entre todos y no descartamos a nadie, porque somos una cultura que se mezcló desde que se fundó. Quizá a ellos les repugne eso de mezclarse. Bueno, a nosotros no.

18 de diciembre de 2022

Días felices


Los campos de golf tienen 18 hoyos y, como es lógico, se numeran del 1º al 18º, pero también está el 19, que es como se llama la cantina de todos los clubes del mundo; pero también se llama así al momento que pasan los golfistas comentando lo que hicieron en la cancha, en los negocios, en la política, en la vida en general... y de paso toman una copa, ya que un trago sirve para celebrar a los que ganaron y para a olvidar a los que perdieron.

Hay otro momento que no se suele nombrar, pero calculo que es, lejos, el mejor de todos los golfistas. Sería el hoyo cero, antes de empezar el recorrido. Es el mejor momento porque entonces son todos campeones, tanto que a veces no dan ganas de empezar porque ya se sabe que con el primer golpe todo se puede malograr. Bueno: el hoyo cero es lo más parecido a los casi cinco días completos que estamos disfrutando desde antes que terminara el partido del martes contra Croacia, hasta hoy al mediodía, cuando empiece a rodar la pelota en la final del Mundial de Catar contra Francia.

Ya está. Ya valió la pena. Ya alcanza. Esta semana hemos pasado los mejores días del año... o quizás los mejores de unos cuantos años, signados por frustraciones, por la pandemia, por la inflación, por la falta de plata... Pienso que a eso se debe la explosión de júbilo que invadió las calles de todo el país, que no tiene ni punto de comparación con los mismos días inmediatamente anteriores a la final del Mundial de Brasil hace ocho años.

Nadie nos va a quitar estos momentos magníficos y ojalá queden para el recuerdo de lo que podemos hacer todos juntos, sin banderías, sin peleas, sin grieta...

Ahora ya no importa tanto ganar o perder, entre otras cosas porque Brasil quedó en el camino y porque vamos a jugar contra el Campeón del Mundo. Uno de los dos, Francia o Argentina, pondremos la tercera estrella en la camiseta. Ojalá sea en la celeste y blanca, pero insisto en que, después de estos cinco días geniales, ya no importa tanto.

Piense en la causa ejemplar que significa la vocación para conseguir un objetivo de todos integrantes de la selección. No es menor ninguna de estas cosas para la urgente necesidad de autoestima de los argentinos; para mostrarnos que podemos ser mejores; que trabajar en equipo, con unidad, esfuerzo, mérito y sacrificio, es el único modo de sacar a nuestro país del pozo en el que estamos hace años. Es una gran cosa que el modelo ya no sea Maradona, extraordinario futbolista pero también ventajero, sobrador, inestable, drogón, malhumorado y malhablado... Gracias a Dios Maradona es Maradona y Messi es Messi y hasta ahora la frase más picante que conocemos de Leo se ha convertido en el lema del Mundial: qué mirás bobo, andá pallá.

Estoy convencido de que estas cosas influyen en la sociedad como ninguna otra, y la Argentina las necesita como la sequía necesita de la lluvia. Pero quiero insistir en que ya no importa si a la tercera estrella se la lleva la selección francesa o la argentina. Es que para que uno gane, otro tiene que perder. Es así en todos los deportes y también es verdad que el último que gana es el mejor de todos, pero en el camino quedaron todos, menos uno.

Es sábado a la tardecita cuando esto escribo y el envión parece imposible de parar. Ya veremos qué pasa en la tarde del domingo, pero que nada nos arrebate la alegría de estos días felices de nuestra historia.

11 de diciembre de 2022

Política enferma


El miércoles 7 hubo un golpe de estado en el Perú. En realidad fue un autogolpe de dos horas del Presidente contra el Congreso –del Poder Ejecutivo contra el Legislativo– porque el Congreso pretendía ese mismo día declarar la incapacidad moral permanente de Pedro Castillo para ejercer la presidencia, y lo hacía por tercera vez desde que inauguró su periodo hace 16 meses. Castillo estaba seguro de que esta vez lo iban aa destituir porque el martes se supo que dos ministros le pagaron buena plata para que no los eche y también se supo que el mismísimo Castillo había coimeado a algunos congresistas para que voten a su favor en los intentos anteriores de declarar la vacancia por incapacidad moral.

Castillo se adelantó al Congreso, y a las 11.42 de la mañana, en un mensaje a la nación, declaró a su gobierno en excepción, instauró el estado de sitio, disolvió el Congreso y decidió gobernar por decreto hasta que se elijan nuevos congresistas que tendrían la misión de reformar la constitución. Dos horas después el Congreso había destituido a Castillo y lo mandaba a buscar con la policía antes de que llegue a la embajada de México, donde intentaba asilarse. Al mismo tiempo le tomaba juramento a su vice como nueva presidenta del Perú. Ahora Castillo está preso y andan buscando a otros golpistas para procesarlos, pero no hay tantos porque la debilidad de Castillo era tan evidente que ya se le habían dado vuelta hasta los más cercanos.

El Congreso del Perú tiene autoridad legal, pero ninguna autoridad moral para destituir al presidente. Lo que pasó el miércoles en Lima fue una pelea de corruptos ganada por el más astuto: quiero decir que la corrupción no está en un solo poder del estado peruano porque son todos cómplices del mismo delito. Desde 1985 a nuestros días solo uno de los expresidentes peruanos no está preso, ni exiliado, ni procesado: el que duró cinco días. Y el que no está ni preso, ni exiliado, ni procesado, se suicidó para evitar la condena...

Al conocer estas noticias, Inés San Martín, una periodista argentina que cubrió la visita del Papa al Perú en 2018, citaba unas palabras de Francisco: La política está enferma, está muy enferma y hay excepciones, pero en general está más enferma que sana. ¿Qué pasa en Perú que todos los presidentes van a la cárcel? y agregaba que para ella esa sigue siendo una de las frases más grandes y menos citadas de Francisco y recordó también que los periodistas no lo informaron porque el Papa lo dijo a los obispos peruanos mientras los periodistas se dirigían a la misa de clausura de su visita.

Es cierto que algo de culpa de lo que pasa en el Perú la tiene la polarización y quizá también el sistema constitucional híbrido entre presidencial y parlamentario, que permite al Congreso las mociones de vacancia, equivalentes a las de censura de los parlamentarismos europeos. Pero el caso del Perú es un paradigma, representa a toda la política latinoamericana y también a gran parte de la política mundial. Tal como lo dijo Francisco, está claro, por lo menos para mí, que miraba al Perú y a sus expresidentes presos, pero se refería a la política en general.

La política de nuestra América está enferma porque cayó en el remolino del crimen organizado, que es hoy el que tiene la billetera más gorda y ningún escrúpulo para conseguir impunidad al precio que sea. Ese dinero también compra opinión pública y corrompe el sistema electoral, enfermando la democracia. Para colmo, el poder está contagiado de crimen y ya no tiene vergüenza para mostrarnos su trapacería, sus contradicciones, sus malversaciones, su lucha por el poder solo para detentar el poder, que es impunidad. Y los ciudadanos asistimos a ese lamentable espectáculo como testigos acostumbrados...

Como dice el Papa, hay excepciones, pero nadie está en condiciones de decir cuáles son.

4 de diciembre de 2022

Árboles y cables

Los diarios dan sombra. Es la conclusión de un silogismo fácil que voy a expresar de este modo: el papel sale de árboles que se plantan para hacer diarios. Y toda industria que se sirve de los árboles, como la mueblería, la construcción o el papel, antes plantó inmensos bosques que le dan su materia prima. Por eso se puede decir que tenemos grandes bosques gracias al papel higiénico y al que envuelve regalos, a las casas de madera, a las sillas, los roperos y las mesas, y claro, a los diarios, a las revistas, a los libros... Al contrario, también se puede decir que, en la medida que decrece el número de páginas o de ejemplares de la industria gráfica, también se achicará la cantidad de árboles del planeta, porque nadie los plantará. Esta es también la base equivocada de un sofisma que se oye a menudo en los ambientes ecologistas: dicen que si cada edición del New York Times consume 25.000 pinos (invento rápido el número), hay que terminar con el New York Times; cuando el razonamiento correcto indica que esos 25.000 pinos se plantaron para esa edición del New York Times. Así que es al revés: gracias a una edición del New York Times hubo 25.000 pinos más en la naturaleza durante unos 15 o 20 años, renovando el aire, dando sombra, bajando la temperatura, cuidando el agua...

El mismo razonamiento se puede aplicar a toda industria relacionada con la madera, ya que –salvo casos excepcionales y casi siempre ilegales– usan como materia prima árboles que se plantaron para esa industria. Al fin y al cabo es como cualquier cultivo vegetal o ganado animal, que son muy numerosos solo en cuanto sirven para su explotación (si no comiéramos su carne, quizás los cerdos se habrían extinguido). El día que no usemos más papel ni madera, nuestros campos se volverán interminables planicies sin una sombra.

Los postes de madera que sostienen los cables que nos proveen de luz, telefonía, televisión e internet, también fueron árboles –casi siempre eucaliptos– así que se puede decir que dan sombra como los diarios porque la dieron antes de ser postes. Pero los cables que sostienen esos postes compiten con los árboles en nuestras veredas, y en Posadas por desgracia en esa competencia ganan los cables...
No hay ninguna razón de peso para no dar prioridad a los árboles sobre los cables, al revés de como lo estamos haciendo. Ninguna razón para que las cuadrillas municipales o de Energía de Misiones se entretengan destrozando los árboles que dan sombra, frescura y salud en las ciudades y en las rutas. Quiero decir que perfectamente pueden convivir en lugar de competir, pero si fuera el caso de elegir entre uno y otro, no hay ninguna duda de que hay que elegir al árbol. Es que los intrusos son los cables, no los árboles.

En países y ciudades donde la sombra no es tan necesaria porque por su latitud el sol está muy sesgado o hay nubes durante gran parte del año, los árboles se protegen mucho más que en nuestras calles, donde el sol cae a pico durante la mitad del año. En esas ciudades a nadie se le ocurre, jamás, cortar una rama para que pase un cable. Es que conocen la fortaleza superior de la sombra, de la buena temperatura y del aire puro, y saben que con eso no se juega. Lo curioso es que nosotros lo ignoremos.

Y no hay que ir tan lejos. Basta con recorrer las calles arboladas de Buenos Aires o de su inmenso conurbano, para comprobarlo. En muchos casos esos árboles sirven de postes naturales, son solidarios en lugar de enemigos de los cables y a nadie se le ocurre podarlos.

Bastaría con que los mismos funcionarios que hoy destrozan sin ningún criterio los árboles de nuestras veredas, se ocuparan de acomodar los cables entre ramas y horquetas cuando hay algún conflicto, en lugar de tronchar años de crecimiento y cuidado de los vecinos con una estúpida motosierra.