5 de marzo de 2023

Inteligencia artificial es un oxímoron


Felizmente ya existe en el castellano la palabra oxímoron, aunque mi computadora todavía la marque como un error. Dice el diccionario de la Real Academia Española que es la combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido. Existe en inglés desde el siglo XV, pero en castellano teníamos que decir contradicción en los términos, cuatro palabras para expresar el concepto que los filósofos solían decir en latín con tres: contradictio in terminis. Oxímoron es un compuesto de dos palabras griegas: ὀξύς (agudo, punzante) y μωρός (fofo, romo, tonto), así que la misma etimología de oxímoron es un oxímoron.

Es muy usado por los poetas, como otras licencias con nombres igual de curiosos. La Real Academia, luego de la definición, cita el caso de silencio atronador, pero hay cientos de combinaciones que usamos todos los días sin darnos cuenta, como instante eterno, tensa calma, sociedad unipersonal, tolerancia cero, o esos que te explican muy serios que si te dicen la verdad te mienten. Pero hay dos oximorones relacionados con las nuevas tecnologías de la información: uno es la realidad virtual, pero se queda acá.

El otro es inteligencia artificial, una expresión que no es nueva pero se ha puesto de moda a raíz de la irrupción de ChatGPT, un programa que tiene la capacidad de interactuar con los usuarios mediante el lenguaje natural. Es capaz de entender el lenguaje humano y responder de manera bastante coherente a través de una conversación. Está entrenado con una inmensa cantidad de datos del lenguaje, así que tiene gran capacidad de comprensión de lo que se le dice y genera respuestas consistentes en lenguaje llano. Básicamente es un sitio web que contesta preguntas o hace lo que uno le pide, siempre que su resultado pueda entregarse desde una pantalla, como un escrito, una receta, una carta, una presentación... y puede rendir sin dramas un examen de cualquier materia del colegio o de la universidad y, por supuesto, hacer trabajos intelectuales de esos que piden los profesores medio pesados.

No encuentra datos indexados para devolverlos en una lista interminable, como los buscadores tradicionales. Además de buscarlos, los combina, los compara y entrega una respuesta o solución que puede ser desde un libro entero a una receta de cocina adecuada a unos invitados precisos. Se le puede pedir que escriba un ensayo sobre un tema determinado, que nos resuma un libro que no queremos leer o que mejore el estilo de algo que escribimos. Lo más curioso es su interacción con las personas, porque contesta con onda humana y va asimilando los datos que uno le pasa cuando pregunta o cuando le corrige respuestas erróneas. Además es muy bueno con los idiomas, que traduce mejor que otros traductores y diccionarios que ya existen en las redes.

Pero es menos inteligente que su mascota... Dice cualquier cosa; comete errores gruesos y de todo tipo porque es capaz de relacionar información que hay en internet, pero no de razonar a partir de esa información. Además no siente nada, que es el input más importante de cualquier animal y nosotros somos animales racionales.

No hay, no existe ni puede existir, inteligencia que no sea humana. Por eso la inteligencia artificial es imposible, es apenas un nombre, un oxímoron. Solo la inteligencia humana es capaz de razonar, de abstraer, asimilar y relacionar conceptos, de tomar decisiones acertadas con datos incompletos o borrosos, de llegar a conclusiones lógicas, de descubrir premisas falsas, de averiguar qué es verdad y qué es mentira. Un algoritmo no es inteligencia, por más perfecto que sea y aunque sepa jugar al ajedrez. Los profesores pueden dormir tranquilos porque ChatGPT es menos inteligente que el más burro de sus alumnos; y los inteligentes de verdad podrán usarlo para saber más o para matar el tiempo, como todo en internet.