3 de diciembre de 2023

Ahora hay que plantar árboles


Se terminó la política, es hora de volver a plantar árboles.

Quizá ese debió ser el título de esta columna, seguramente equívoco, ya que no hay ninguna razón para que las elecciones impidan plantar árboles y tampoco debiera ser una responsabilidad exclusiva de las autoridades, que también son responsables de nuestra salud colectiva, pero con la salud se entiende la responsabilidad compartida porque la responsabilidad del estado sobre la salud de sus ciudadanos no excluye la responsabilidad de cada uno de cuidar su propia salud y la de los que dependen de ellos.

Los pronósticos apocalípticos de calor y las advertencias de hidratarse y evitar el sol, que aparecen en la tapa de El Territorio de ayer, recuerdan que la sombra es una necesidad imperiosa, tanto como las vacunas contra el Covid o las prevenciones contra el mosquito que transmite el dengue. Sin embargo, no hacemos nada y no hacen nada, o no hacen lo suficiente, los que tienen que hacer muchísimo más. Y lo que hay que hacer es plantar millones de árboles en nuestras ciudades, además de concientizar a los ciudadanos del peligro que corren si se exponen a los rayos del sol. Plantar muchos más árboles de los que se plantan y pensar en ciudades repletas de árboles en todas sus calles. Seguramente para conseguirlo las veredas deberían ser más amplias y las calzadas más estrechas; los cables deben convivir con los árboles; se deben inventariar todos los árboles de las ciudades y monitorear su desarrollo; los frentistas deberían cuidar su sombra como cuidan la vereda; se debe multar a los que talan y a los que podan, incluyendo a la empresa Energía de Misiones y a los prestadores de telefonía, televisión e internet. 

Talar un árbol en la era del calentamiento global debería ser un delito tan grave como robarse un tomógrafo del Hospital Madariaga. La Dirección General de Catastro tiene datos precisos, tomados de fotos aéreas, y así como exige impuestos proporcionales al desarrollo inmobiliario, puede aplicar impuestos o exenciones a los frentistas por el maltrato o el cuidado de los árboles de sus casas y veredas.

Los árboles no dan votos porque tardan en crecer y hoy a los políticos les preocupa demasiado la próxima elección. No dan votos pero sí dan monumentos, porque quienes plantan árboles son reconocidos por las generaciones que disfrutan de su sombra después de años. 

Los árboles son seres vivos, que se pueden enfermar, sufren por las plagas y tienen los años contados, aunque sean muchos. Los árboles requieren mantenimiento y botánicos que los cuiden, como los animales necesitan veterinarios y los humanos vamos al médico. Hay que reponer los árboles muertos y los caídos, pero qué le voy a contar si vivimos en una provincia que ha hecho de la silvicultura parte importante de su riqueza. Quizá para que todos lo entiendan debamos hablar de forestar las ciudades. 

Llegará el día en que los árboles serán tan cuidados como las mascotas, pero hay que acelerar la llegada de ese día. Y también hay que poner en la ecuación que los árboles convertirían a Posadas y a las ciudades y caminos de Misiones en un atractivo turístico bestial: los árboles no son solo una inversión en salud, también lo son en belleza, en paisajes, en frescura y en turismo.

Hay que plantar árboles urbanos en Misiones hasta que los barrios de casas bajas no se distingan de la selva desde un avión. Debería ser así en barrios enteros de Posadas, como Itaembé Guazú, hoy calcinado por los rayos del sol durante los largos veranos de nuestra latitud porque nadie previó plantar árboles cuando se construían sus casas.

¡Queremos sombra! fue hace un par de años un grito acuciante desde estas páginas. Algo se ha hecho, pero tiene que ser muchísimo más y es cada día más urgente para la salud de todos los misioneros.