6 de septiembre de 2016

Kornelia Ender


Hace años -no crea que tantos- los Juegos Olímpicos eran cosa de alemanes y cubanos. Puede que la URSS y EEUU ganaran más medallas, pero eso no nos asombraba y además no era así por una cuestión de proporción entre sus campeones y la cantidad de habitantes de cada país. Si hacías las cuentas siempre estaba adelante la República Democrática Alemana, que todos llamábamos Alemania Oriental. Baste con recordar que en 1972 en Munich, los soviéticos se llevaron 99 medallas, los norteamericanos 94, los alemanes orientales 66 y los alemanes occidentales 40. Es decir que Alemania sumada ganó 106 de las que 33 fueron de oro.

Ese año apareció Kornelia Ender en la Olimpiada. Era una alemanita oriental de trece años que nadaba como un delfín. La nena ganó tres medallas de plata. En Montreal 1976, con 17 años, la rompió. En cinco años batió 27 récords mundiales. Pero cuando terminaron los Juegos de Montreal, Kornelia anunció su retiro para siempre de la natación. Dos años después, en 1978, se casó con el Rolls-Royce de la Natación, como le decían a Roland Matthes, medalla de oro indiscutida de estilo espalda en México 68 y Munich 72. Se divorció del Rolls-Royce en 1982 y poco después se casó con un decatleta llamado Steffen Grummt.

Grummt era un año más joven que Kornelia y cuando iba a competir en decatlón en los Juegos de 1984 en Los Ángeles, Alemania Oriental se adhirió al boicot de la URSS contra los Estados Unidos y no mandó representación. Aquel boicot fue una represalia por el que a su vez realizó Estados Unidos a la URSS en los Juegos de Moscú de 1980. Los boicots son armas de los políticos para jorobar a sus enemigos pero a los que friegan es a los atletas. La cuestión es que el marido de Kornelia se enojó y se pasó del agua líquida a la sólida; del estilo espalda al tobogán de hielo del bobsleigh; ese torpedo con dos o cuatro tripulantes que baja a toda velocidad por una montaña rusa de hielo. Quería ser olímpico como su novia y para eso era capaz de cambiar 180 grados para estar en los Juegos de Invierno de 1984 en Sarajevo.

Occidente sospechaba que en los países del otro lado de la Cortina de Acero hacían cosas raras con las hormonas o con drogas desconocidas. Fue imposible probarlo y tampoco se pudo sancionar a nadie ni retirar medallas o bajarlos del podio porque la competencia olímpica es por países y Alemania Oriental dejó de existir en 1989.

Cuando después de la Olimpíada de Montreal Kornelia desapareció del mapa con toda la gloria y sus 17 años, muchos pensaron que se escondía en la profundidad hermética de Alemania Oriental para que no la investigaran. Pero siempre preferí creer que desapareció para que nadie intente hacer experimentos con su juventud magnífica. Kornelia hubiera ganado más medallas que Michael Phelbs de haber seguido nadando en los juegos de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984. En Seúl 1988, al terminarse la estupidez del boicot recíproco, Kornelia Ender tenía 30 años. Phelbs tiene 31.

Hoy Kornelia tiene 57 y debe ser una señora cualquiera de alguna ciudad alemana. Ojalá la vida no le hayan jugado una mala pasada y sea una mujer feliz, rodeada de presente y futuro, pero con el recuerdo imborrable de aquellos años olímpicos en los que fue la estrella que nos enamoró cuando éramos adolescentes.