15 de enero de 2023

Caos en el puente


Las fronteras son de la época de mi abuelita, pero como vienen con su pedacito de poder, siguen ahí, para jorobar a los ciudadanos y beneficiar a los que aprovechan ese espacio para exprimir a los sufridos fronterizos, como los posadeños, que vivimos en una de las más transitadas del mundo. El puente San Roque González, que une y separa las ciudades de Posadas y Encarnación, está imposible desde que se volvió a abrir al tránsito general después de la pandemia y sobre todo por las asimetrías, acentuadas hace años debido al cada día más escaso valor de nuestra moneda.

Los que cruzan la frontera juegan a la lotería, aunque tengan que hacerlo como parte de un largo viaje, por una emergencia, por trabajo, por su salud, por estudios... Nunca se sabe si habrá cola ni cuánto tiempo se perderá para pasar. Es mejor cruzar en colectivo o en tren, pero todo depende del viaje o lo que uno vaya a hacer al otro lado y de los horarios muy limitados del transporte público. Las lanchas no estaban sometidas al tráfico del puente pero desaparecieron cuando llegó el tren. Y el tren cuando no es acosado por la codicia de un concejal encarnaceno, no circula por paro de la UTA y tampoco rueda los fines de semana. En auto pueden tocarle hasta seis horas de cola y más todavía, con trámites oxidados en las dos cabeceras del puente, ya que hay que pasar por migraciones y aduana del lado argentino y paraguayo, tanto a la ida como a la vuelta. Las casillas rara vez dan abasto y no siempre coinciden las habilitadas con la afluencia de autos, porque se ocupan según el reglamento redactado por unos burócratas lejos de las fronteras que nunca conocieron.

Mientras uno espera en la cola sempiterna, ve pasar contrabandistas que se friegan en todas las leyes... impunemente, descaradamente. No hay que ser Sherlock Holmes para deducir que algunos controles son cómplices del contrabando. Y un razonamiento con un poco de lógica concluye que a los paseros les convienen las colas y las esperas porque así encarecen sus servicios. Los que están flojos de papeles no pasan por donde se controlan en serio los papeles y el contrabando no se hace a escondidas, se hace coimenado.

Los controles solo sirven a los controladores, para sacar una tajada o quizá solamente para disfrutar de un minuto de poder multiplicado por miles de veces. Es una generalización injusta, pero estoy exagerando a propósito, hiperbólicamente, para contraponer estos argumentos a la desmesura del caos en el puente, que nadie quiere arreglar porque todos se lavan las manos.

Hay tecnología más que suficiente y al alcance de la mano para solucionar todo esto. Hoy podemos pasar casi todos los peajes de la Argentina con un dispositivo pegado en el parabrisas. Ahí quedan registrados todos los datos de los que pasan, que también pueden servir a migraciones o a las fuerzas de seguridad. No puede ser que haya que pasar por una casilla para que un funcionario haga lo que puede hacer un scanner con el sticker del parabrisas, sin que sea necesario ni disminuir la velocidad del auto. Esos datos pueden ir a migraciones, tanto de un país como del otro, ya que en ambas fronteras se hace la mismísima operación con el documento (cosa que hace rato podría hacerse en un centro de frontera unificado, pero ni eso hemos conseguido).

Algo paralelo pasa con las aduanas, que en el mundo globalizado son tan antiguas y tan inútiles como las fronteras. El contrabando no se persigue esperando que pase un avivado con dos botellas de Johny Walker; se persigue con inteligencia y sobre todo deben perseguirse el narcotráfico y la trata de personas, y no a los sufridos vecinos de Encarnación o de Posadas, solo para mantener la economía informal y el derrame de los que delinquen impunemente aprovechándose de los que sufrimos las asimetrías de nuestra frontera.