13 de enero de 2019

Paraguay

A mediados de agosto de 2018 me tocó volver a Asunción después de unos cuantos años y a fines de septiembre gasté unos días entre Ayolas y San Cosme gracias a la magnífica hospitalidad de unos amigos. Debo aclarar que, como a todo habitante de Posadas, el Paraguay no me resulta extraño, pero me temo que a la mayoría de los posadeños y quizá de los misioneros, lo que no nos resulta extraño es la frontera, la cáscara del Paraguay periférico. Aclaro que viví y trabajé en Asunción en 2003 y que por eso estos dos viajes me sirvieron para reencontrarme con el Paraguay en toda su plenitud: la ciudad y el campo, el Paraguay profundo y el cosmopolita. Y de estas dos visitas tan seguidas me quedó una sola impresión, fuerte, de nuestra decadencia. Como botón bastaría con una sola realidad, muy palpable: el peaje de las rutas cuesta lo mismo que entonces.

No se entiende por qué razón, estando tan cerca como estamos, los misioneros compramos dólares cuando queremos sortear la inflación de nuestra moneda. Bastaría con pasar el puente para invertir nuestros ahorros en cualquiera de los cambistas de cartera de cuero que no preguntan nada y ofrecen guaraníes a precio de plaza. En estos quince años el guaraní ni siquiera ha sufrido la depreciación del dólar, tanto que quien hubiera invertido en guaraníes y no en dólares, hoy hubiera ganado más con los billetes del doctor Francia que con los de Benjamín Franklin.

Decía que el peaje (la moneda) es solo un botón de muestra. Si es de los que conoce apenas Encarnación, usted ya se dio cuenta: la ciudad progresó como ninguna. No solo llegó hasta la misma cabecera del puente con su mercado onda Ciudad del Este; además las salidas por momentos recuerdan a La Isla Morada del camino a Key West, en la Florida. No creo que sirva la comparación, porque tampoco creo que el parecido con ciudades de Estados Unidos sea lo ideal: es pura coincidencia, pero me temo que gracias a Netflix y la serie Bloodline hemos visto más La Isla Morada y el camino a Key West que los accesos a Encarnación. Con sus altibajos políticos, con sus casos de corrupción, con sus escándalos a cuestas, el Paraguay nos pasó el trapo hace rato. Ninguna de esas realidades supera a la corrupción, los escándalos y los altibajos políticos de la Argentina. En el viaje a Asunción se extraña todavía un buen acceso a la gran ciudad; en la ruta, en cambio, se perciben por fin los bypass de algunas localidades que hacen más llevadero el viaje, pero faltan unos cuantos. “Es cierto –observaba uno de mis compañeros de viaje– que en Paraguay hay menos infraestructura, pero también hay menos impuestos... y si hay que elegir, prefiero pagar menos impuestos”. Pienso igual: en la Argentina los impuestos están ahogando toda actividad formal y no se condice la devolución del estado con la presión asfixiante de la Afip.



En el último viaje visitamos algunas de las misiones del otro lado de la frontera. Trinidad, Jesús, San Cosme y San Damián, Santa Rosa, Santa María de Fe... están perfectamente atendidas por el Senatur (la Secretaría Nacional de Turismo), con gente amable, guías siempre bien dispuestos, ambiente limpio, ganas de atender a los turistas a la hora que sea... Cada una de las misiones está en perfecto estado (si es que eso se puede decir en el caso de algunas ruinas). Ya no hay ni rastros que aquella xenofobia que se percibía hace muchos años en el Paraguay, producto al fin y al cabo de una triste guerra de hace 150 años y de la asimetría que hoy está claramente a favor de ellos.

En 2003 me robaron el auto en Asunción, pero como podrían habérmelo robado en Posadas o en Buenos Aires (de hecho, en Posadas unos bandidos que toman café en nuestros bares, me habían ofrecido robármelo por unos buenos dólares que se sumarían a la indemnización del seguro por robo total). Como se imaginará, aquel robo –el de verdad– no fue una buena experiencia. Bueno: esta semana por causa de la lluvia que impedía entrar en el campo en un vehículo que no fuera 4x4, decidí dejar mi auto en una calle de Coronel Bogado y ahí lo encontré tal como lo dejé, más de un día después con sus dos noches.