19 de noviembre de 2023

Ganadores y perdedores


Por patadura he dejado el fútbol hace muchos años. Era de esos que cambiaban de equipo cuando había mucha diferencia, para emparejarlos: ante las quejas de los que iban perdiendo, los que iban ganando se desprendían del tronco. Está claro que mi fútbol era de barrio, con amigos y conocidos y algún colado ocasional; la selección de los jugadores empezaba con el tradicional sistema de pan y queso y terminaba con el descarte, que generalmente era yo mismo, sobre todo si la cantidad de jugadores era impar. Era un fútbol de arcos desparejos, cancha irregular y tiempo indeterminado. Lo que más recuerdo de aquellos partidos es algo que jamás pude entender: los que ganaban cargaban pesado a los que perdían y los que perdían lloraban de rabia.

Después de aquellos años de fútbol frustrante, me he encontrado muchas veces con malos ganadores y perdedores, que no están solo en el fútbol y tampoco solo en los deportes. Ganar y perder son posibilidades de cualquier competencia, desde un partido de truco hasta la elección de Miss Universo. Siempre hay que intentar ganar, pero con una real disposición a perder y volver a participar.

Malos perdedores y ganadores son esos que se creen que tienen que ganar a como dé lugar y eso es imposible. Es una lógica evidente: no se puede ganar siempre porque entonces los que siempre pierden abandonarían la competencia, y si no hay competencia tampoco habrá quien gane: para que uno gane, otro tiene que perder. Y la esencia del juego limpio en cualquier competencia –sobre todo en el deporte– es que el que gana respeta al que pierde y el que pierde lo intenta de nuevo. Todo deporte implica superar la derrota y volver a competir.

Hoy hay que elegir entre dos candidatos a Presidente de la Nación: uno va a ganar y otro va a perder. Pero una elección no es un partido de tenis porque los que ganan y pierden no son los candidatos, que, dicho sea de paso, son apenas un voto más en la elección. Los que van a ganar y perder hoy son millones de argentinos de un lado y millones del otro; millones de ciudadanos con esperanzas y con sueños, contentos y enojados, frustrados, escépticos, impacientes, desinteresados, ansiosos, conservadores, progresistas, de izquierda y de derecha si es que todavía existen esas categorías. Y la democracia implica el fair play particular de su ejercicio: que quienes pierdan reconozcan el triunfo de los que ganen y los que ganen entiendan que deben gobernar también para los que pierdan, de modo que los que pierdan se sientan igual de contenidos que los que ganen.

No se crea lo que dicen algunos alarmistas: hoy la democracia no está en peligro si se vota a Milei, a Massa, o en blanco. El verdadero peligro de la elección de hoy es que los ganadores se impongan a los perdedores, sobreactuando el triunfo y ensanchando la grieta como si fuera de vida o muerte; o que los perdedores no acepten la derrota y compliquen el triunfo y el gobierno de los ganadores. Tenga en cuenta que son tan penosos los malos perdedores como los malos ganadores, pero peor todavía sería que se den los dos a la vez: un riesgo tremendo en nuestra Argentina adolescente.

No lo veo fácil, pero sea lo que sea y pase lo que pase, no hay otra posibilidad. Gane quien gane parece que no será por mucho, por lo que imponerse una mitad de la Argentina a la otra mitad sería una desgracia. Por eso esta noche tenemos que dejar de pelear los argentinos si queremos salir de donde estamos estancados. Y se tienen que portar bien tanto los ganadores como los perdedores.