29 de enero de 2019

Radiestesia

Dicen que está disminuyendo la venta de fuegos artificiales gracias a que por fin nos damos cuenta del sufrimiento que producen en las mascotas. Debería ponernos locos a nosotros –animales al fin– pero por el misterio de nuestra libertad hemos sido capaces de convertir el estruendo de los petardos en una diversión.


La sensibilidad de los animales es la sabiduría del instinto que los humanos perdimos por alejarnos de la naturaleza. Les hace prever cantidad de episodios que a nosotros se nos pasan de largo, como los meteorológicos. Los animales son capaces de prever esos fenómenos y también los terremotos o maremotos, porque están atentos a señales de la naturaleza. Dicen que no hay animales muertos en los tsunamis porque se ponen a salvo antes de que aparezca la ola que sí mata a los humanos. Lo mismo ocurre con los terremotos: si estuviéramos atentos por lo menos a las reacciones de los animales que tenemos más cerca, sabríamos qué nos quieren decir antes de un evento que nos puede afectar. Lo único que atinamos a hacer es buscar el celular para averiguar lo que está pasando, pero llegamos tarde porque en esas circunstancias lo primero que se pierde es la señal.

Oír y ver las cosas, las plantas y los animales, estar en contacto más directo con la naturaleza y leer sus señales es mucho más importante que estar atento al WhatsApp. Respetar la voz y los tiempos de la naturaleza es ecología en estado puro.

Se me ocurría este razonamiento después de reencontrarme con un viejo amigo zahorí. Zahoríes o rabdomantes son personas con radiestesia, que es la sensibilidad para percibir ciertos estímulos que emiten las cosas, como una corriente de agua o un mineral que están debajo de la tierra. Y me cuenta el zahorí que además es meteoro-sensible y que lo nota cuando hay inestabilidad atmosférica, truenos y relámpagos. Le pasa lo que a los perros o los gatos: se pone loco, no puede dormir y termina molido.

Se me ocurría que los humanos fuimos todos zahoríes cuando éramos un poco más animales, hasta que un día nos quisimos escapar de nuestra condición de seres finitos: de animales racionales, pero animales al fin. Quizá la nueva relación de la humanidad con los animales –esta cercanía con quienes nos acompañan en el Arca de Noé que es el Planeta– nos vuelta a todos zahoríes.