2 de abril de 2023

Peligrosa colonización ideológica


Dejé para esta tercera columna lo más fuerte de todo lo que dijo el Papa Francisco en las entrevistas que se publicaron con motivo de cumplirse diez años de su elección como Sumo Pontífice: a las de Infobae y La Nación se agrega ahora la de Gustavo Sylvestre que se publicó jueves pasado en C5N. Transcribo parte de la respuesta del Santo Padre a Elisabetta Piqué, la corresponsal de La Nación, sobre la ideología de género: es una de las colonizaciones ideológicas más peligrosas. Va más allá de lo sexual. ¿Por qué es peligrosa? Porque diluye las diferencias, y lo rico de los hombres y de las mujeres y de toda la humanidad es la tensión de las diferencias. Es crecer a través de la tensión de las diferencias. La cuestión del género va diluyendo las diferencias y haciendo un mundo igual, todo romo, todo igual. Y eso va contra la vocación humana.

El Papa recuerda la novela Señor del Mundo de Robert Hugh Benson, que siempre recomienda. Benson se imagina en 1907 un mundo futuro, gobernado por una sola persona, en el que todo es igual, colonizado por una trascendencia sin Dios, porque el hombre se ha puesto en su lugar. Y sigue el Papa: hay gente un poco ingenua que cree que es el camino del progreso y no distingue lo que es respeto a la diversidad sexual o a diversas opciones sexuales de lo que es ya una antropología del género, que es peligrosísima porque anula las diferencias, y eso anula la humanidad, lo rico de la humanidad, tipo personal, como cultural y social, las diferencias y las tensiones entre las diferencias.

La ideología de género es consecuencia del narcisismo, del egoísmo que se ha instalado en nuestra sociedad como si fuera algo bueno. Vivimos en la era del yo, del ahora y del fluir como únicos patrones de conducta: hago lo que tengo ganas sin importar las consecuencias para mí y ni para el resto. Lo curioso de la observación del Papa es que da vuelta el argumento: el individualismo significa uniformidad y no diversidad, precisamente porque hemos decidido anular las diferencias esenciales que impone la naturaleza, como si eso fuera posible.

Es el paradigma de la generación tatuada, que no repara en operaciones irreversibles cuando la vida, gracias a Dios, siempre fue lo más reversible que hay. El caso de los tatuajes viene al pelo porque igualan más que diferencian: son distintos pero son todos iguales y además son irreversibles, cuando lo lindo de la vida es equivocarse, arrepentirse y mejorar. Los errores y los fracasos enseñan mucho más que el éxito, que además es siempre esquivo. Y equivocarse, arrepentirse y mejorar es central en el mensaje cristiano.

Es tan evidente que los humanos somos varones y mujeres, machos y hembras, como todos los animales, y que eso no se puede cambiar por más que lo intentemos, como si por mucho pensar en un venado me fueran a salir cuernos, o si me implantara trompa y colmillos me convertiría en elefante. Esa tendencia sin sentido coloniza el mundo desde Adán y Eva. Es la ignorancia colectiva que nos imagina forjando un futuro en el que el ser humano es capaz de todo, como Dios, cuando apenas somos unas hormigas levantando las antenas para saber a dónde vamos. Lo que nos diferencia de las hormigas es el don divino de la libertad, que nos permite revelarnos contra nuestra propia naturaleza y elegir entre el bien y el mal.

No sé quién dijo primero que Dios perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza nunca, pero es un gran verdad que Jorge Bergoglio también ocupa de vez en cuando. Por mucho que nos amemos a nosotros mismos, no somos Dios y tampoco podemos cambiar las leyes de la naturaleza. Nos conviene respetarlas porque lo mismo que no podemos respirar abajo del agua o salir volando como los caranchos, tampoco podemos cambiar las otras semejanzas y diferencias que la naturaleza nos impuso.