7 de agosto de 2022

Don Toco

Adolfo Navajas Artaza nació el martes 26 de mayo de 1925 y El Territorio el martes siguiente, 2 de junio de 1925. Iban juntos por la vida, pero la relación de Las Marías y El Territorio no viene de esa coincidencia sino del peculiar interés de don Humberto Pérez en que los Navajas Artaza fueran accionistas del diario, en tiempos en que El Territorio ya era el medio de referencia del nordeste argentino y Las Marías un modelo de empresa que ya revelaba su condición de pionera en la industria yerbatera.

Por esa razón conocí a don Adolfo, poco después de empezar a trabajar en una consultoría para El Territorio. Fue en 1997, en Las Marías. Luego nos vimos unas cuantas veces, en El Territorio, en Las Marías, o en aviones y aeropuertos donde coincidíamos.

Hacía tiempo que trabajaba en diarios y sabía algo del negocio del periodismo, pero me interesaba conocer la cultura empresarial de Las Marías, entre otras cosas para ver si podía descubrir una llave para el diarismo. Era apenas un ensayo de tantos que a uno se le ocurren y que –quién te dice– podía encontrar la clave definitiva de la industria. Con el tiempo me convencí de que cualquier colectivo de periodistas es impermeable a lo que le echen. Nos entendemos entre nosotros, pero como los lobos en su guarida; y sabemos que nadie más en este mundo puede meternos una cuña que no sea del mismo palo. Quizá de ahí nos viene el aire de desalmados, pero advierto que es muy difícil hacer compatible la búsqueda y difusión de la verdad con las relaciones sociales. La amistad, por suerte, trasciende estas cuestiones.

En aquellos años, don Adolfo no leía, estudiaba el diario. A veces lo recortaba y mandaba comentarios. En nuestras conversaciones, su visión era siempre ajena: le interesaban los otros. Lógicamente lo movía la industria y el desarrollo de la región, pero porque le preocupaba la gente y también la tierra. Hay dos anécdotas de su vida que lo muestran en cuerpo y alma:

En la época de Martínez de Hoz un joven de Virasoro había abandonado los estudios porque no tenía plata ni para chipa y lo único que le quedaba era conseguir un trabajo. Se lo fue a pedir y ahí nomás don Adolfo le preguntó: ¿Y no preferís seguir estudiando? Como el chico contestó que sí, en lugar de darle trabajo, le bancó los estudios hasta que se recibió en la facultad.

En los años 90 del siglo pasado, apareció por algunos lugares de Misiones la versión argentina de los sem terra brasileños. Intrusaban campos y acampaban a la vera de las rutas con carpas de plástico y aparatosas banderas. A don Adolfo no le preocupaba tanto que se metieran en campos abandonados; le preocupaban más bien los parásitos que desde la sombra sacaban provecho, pero más todavía le inquietaba que esa gente no amara la tierra, presupuesto básico para hacer algo de provecho en ella.


Nuestras últimas conversaciones fueron en la mayoría de Las Marías, a veces en el escritorio y otras en el comedor, en tiempos duros para él por la sombra oscura de una persecución judicial a causa de ciertas denuncias que siempre presumí infundadas, producto de la codicia y de un rencor que no podía entender que alguien tuviera en su contra. Nunca le oí ni una palabra, ni le vi el más mínimo gesto en contra de esa gente, ni a él ni a nadie de Las Marías.

Lo recuerdo mirándome medio de reojo, pícaro, después de decir algo y para comprobar si lo había entendido cabalmente. Con el tiempo me animé a llamarlo don Toco, para no ser el único que desentonaba. Murió el martes pasado y fue enterrado el miércoles en el cementerio de Las Marías. Descansa en paz, en su tierra.