18 de septiembre de 2013

Amor y política

Todo nos encanta de quien estamos enamorados. Su ropa, su olor, sus palabras, sus lentejas, sus gestos y hasta sus manías. Dicen que el amor vuelve un poco tontos a los seres humanos porque perdemos el equilibrio y la sensatez y nos olvidamos de lo que antes nos acordábamos porque nos acordamos solo de una persona. Nada da tanto placer como satisfacer los deseos del amado y todo vale para hacerlo. No vivimos sino para el otro y el otro para uno. Nada hiere, nada lastima, nada molesta cuando dos personas se quieren.

Y cuando por un desengaño, por aburrimiento o por simple cansancio se deteriora la relación de los que se aman, las cosas se ponen al revés. Lo que era dulzura se vuelve amargura, lo rico se pone feo y las cosas que antes encantaban ahora empiojan. Una relación que parecía indestructible se convierte en suplicio en un segundo al enterarse uno de la infidelidad del otro. Lo que antes era placer ahora es dificultad. Ya no son ricas las lentejas y la rutina cotidiana que antes era nido se convierte en otra vez sopa. Todo hiere, todo lastima, todo molesta cuando dos personas han dejado de quererse.

La política en tiempos de democracia tiene mucho de noviazgo, de amor y de desamor. Cuando un candidato consigue el amor de las mayorías, todo lo que haga estará bien. Ganará las elecciones sin contratiempos y podrá gobernar tranquilo, porque su gente lo seguirá hasta donde quiera llegar, a veces con sacrificios increíbles. El amor basta y sobra y lo han demostrado todas las revoluciones de la historia.

Y cuando se pierde el amor del pueblo ya no hay nada que lo alegre. Las mismas cosas que antes lo apasionaba a favor ahora lo afiebra en contra. Como en el desamor de una pareja, en la política el desengaño es recíproco y quedan dos opciones: volver a enamorase a fuerza de perdonar y reconocer errores o desconocerse para siempre y devolverse los regalos desde los quince años. Pero en política como entre los amantes es muy difícil reconocer errores y perdonarse, entre otras cosas porque al menor descuido alguien empieza a enamorar a espaldas del malquerido: el amor es un hueco que siempre se llena.

El pueblo -la gente se dice ahora- es un complejo sistema de inteligencia y voluntad colectivas. Cuando da su amor a un gobernante le exige también entrega absoluta. Y entonces le perdona todo. Y nada hiere, nada lastima, nada molesta. Y cuando falla -cuando el pueblo se entera del desamor- viene el desengaño. Y entonces no le perdona nada. Y todo hiere, todo lastima, todo molesta…