31 de enero de 2021

Para unirnos tenemos que ceder


Desde la época de nuestra independencia, o quizá mucho antes, los argentinos nos hemos dividido en dos bandos. No me refiero específicamente al resultado de las elecciones sino a un esquema que divide a los argentinos en soluciones opuestas, muy opuestas, para definir el destino de país que queremos. Por un lado están los intervencionistas, los que quieren un estado omnipresente y paternalista que recauda de los que más tienen y distribuye entre los que menos. Del otro lado están que confían en la iniciativa de los ciudadanos, en un estado más chico y austero, y en el derrame de arriba para abajo. Los primeros sostienen que solo obligando a los más ricos a pagar impuestos y retenciones se podrá ayudar a los pobres, y los segundos creen que si hay más ricos habrá menos pobres porque la misma creación de riquezas redunda en beneficio de todos: más producción, más empleo, mejores sueldos. Los primeros acusan a los segundos de neoliberales y los segundos a los primeros de populistas. Las calificaciones cambiaron con la historia, desde la época de los realistas y los revolucionarios –cuando españoles éramos todos– pasando por unitarios y federales, personalistas y antipersonalistas, peronistas y antiperonistas... incluyendo largos años del siglo pasado en las dos facciones se refugiaron alternadamente en el partido militar.

No estoy juzgando el pasado: no tiene objeto ni utilidad, pero además siempre será injusto hacerlo con parámetros del presente. Tampoco la corrupción, que es transversal y está en todos lados por igual. Con los años todos sabemos que la realidad es gris: no están los puros de un lado y los impuros del otro, porque en este mundo el bien y el mal están mezclados hasta en el corazón de cada persona.

Pensar distinto no es una debilidad sino una gran fortaleza. Nuestra debilidad no es que haya dos posiciones a cada lado de la grieta sino que los dos bandos están empatados y el empate nos empantana hace ya muchos años. Dice Andrés Malamud que hay tres modos de salir del empate, probados con más o menos éxito en la historia de la humanidad:

1. La guerra civil. Unos matan a los otros y se desempata en el campo de batalla. Pasa más seguido de lo que pensamos y siempre hay una en algún lugar del mundo.

2. La intervención extranjera. Está un poco más en desuso, pero marcó a todo el siglo XX con resultados de lo más desparejos.

3. Arreglarnos entre nosotros. Está claro que hay que descartar las dos primeras y que esta es la que nos toca a nosotros. Se cita seguido el caso de España, que probó primero con la guerra civil en 1936 y luego con los pactos de la Moncloa en 1977.

Quienes fundaron nuestra patria lo tenían tan claro que establecieron en 1813 el lema de nuestra moneda –EN UNION Y LIBERTAD– como para que no pase un día sin leerlo. No se trata de uniformidad sino de unidad en la diversidad, que es la que enriquece a una sociedad. Y para eso hace falta una sola cosa: que ambos contendientes cedan un poco en sus convicciones, que aguanten hasta que se les pase el dolor de barriga que les pueda causar abrazarse a sus contendientes para reconstruir nuestra nación.

Tenemos que aprender de una buena vez a convivir, a abrazarnos para no pelearnos y también a perdonarnos. No hay otra salida para la Argentina que entendernos, ceder y dejar de pelear. No pensar que los otros son los malos sino encontrar lo que tienen de bueno. Las dos mitades unidas pueden hacer un país grande, como dos pulmones que respiran al mismo tiempo, o como dos bueyes que tiran del mismo carro.