17 de septiembre de 2023

Aproximación indirecta

Basil Liddell Hart fue un oficial del Ejército Británico. Nació en 1895 y murió en 1970. Con esos datos basta para saber que sobrevivió a la Primera Guerra Mundial (y también a la Segunda). Fue herido en las trincheras del Frente Occidental y luchó en la larga Batalla del Somme. En 1916 lo destinaron a una unidad blindada, cuando los primeros tanques –unos artefactos inmensos, horripilantes y mortíferos– irrumpieron en la guerra de trincheras y dieron un nuevo giro a la estrategia militar. Este hecho y el gas alemán determinaron el resto de su vida.

Imposibilitado de seguir en el servicio activo por culpa de dos infartos sufridos como consecuencia del gas en el Somme, en 1923 le rebajaron la dedicación a trabajos de escritorio y solo por media jornada. En 1927 se retiró del Ejército con el grado de capitán y empezó la etapa que lo convertirá en un gran teórico de la estrategia. Se dedicó full time al estudio de las batallas y consiguió trabajo como periodista especializado en temas militares en el Times de Londres. Como nadie es profeta en su tierra, sus estudios sobre la guerra blindada fueron rechazados por los oficiales británicos y aplicados con gran éxito por el ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial en las blitzkrieg de Polonia de 1939 y Francia de 1940 y por Erwin Rommel en el norte de África. En lugar de aceptar el error, Churchill dudó de su lealtad y lo mandó a arrestar, pero nunca pudo probar nada. Con el tiempo la reina lo nombrará caballero, igual que a Elton John y Paul McCartney.

Su obra más conocida es la Historia Militar de la Segunda Guerra Mundial, pero la más útil es La estrategia de la aproximación indirecta, un libro que debería estar en la mesa de luz de los marquetineros políticos que se duermen viendo a Tinelli y después dan consejos efectistas pero inútiles. Ese libro siempre estuvo a mano en un estante de la biblioteca de Jorge Bergoglio en Buenos Aires. Hay otros dos que también recomienda seguido el Papa: El amo del mundo, de Robert Hugh Benson y Síndrome 1933, de Siegmund Ginzberg.


La aproximación indirecta supone lo que cualquier militar sabe desde la época de Sun Tzu: solo se ataca de frente al enemigo cuando la proporción de fuerzas están a favor por lo menos cinco a uno y el tiempo ganado pesa más que las posibles pérdidas. Para conseguir éxitos, tanto en la guerra como en la política, siempre hay que aproximarse al objetivo por los flancos, ya que en muy raras ocasiones la superioridad numérica es de tal magnitud que justifique otra cosa, y aunque esa desproporción existiera, la aproximación indirecta ocasionará menos bajas. ¿Cómo se hace esto? Hay que leer a Liddell Hart.

El domingo pasado, en este mismo espacio, trataba de explicar el objetivo del viaje del Papa a Mongolia: mostrarle a China que el cristianismo es compatible con su cultura y su estilo de vida. La aproximación de Francisco a China por el flanco de Mongolia es la típica aproximación indirecta. Pero hay otro flanco que también está aprovechando ahora Jorge Bergoglio: las negociaciones de paz para Ucrania, en las que China es un factor clave.

El miércoles 13 llegó a Pekín al cardenal Matteo Zuppi en una misión de paz que el Papa le ha encomendado y que lo llevó antes a Kiev, a Washington y a Moscú, de la que sabemos poco, pero así es la diplomacia, especialmente la vaticana: no se sabe nada hasta que se sabe todo. Curiosamente, Zuppi, arzobispo de Bolonia, se llama igual que Matteo Ricci, aquel jesuita que llegó a la corte del emperador chino cuando empezaba el siglo XVII. Ricci no había leído a Liddell Hart pero seguro que conocía el El arte de la guerra de Sun Tzu. Lo precedía fu fama de sabio y un ingenio especial para fabricar relojes con campanas que habían encantado al emperador.

10 de septiembre de 2023

Francisco y la China


Recién el domingo pasado se entendieron un poco más las razones del Papa para visitar Mongolia. Las que ya conocíamos son las mismas que le están haciendo retrasar su visita a la Argentina, que no tienen nada que ver con la que la inmensa mayoría de los argentinos supone. A Francisco le interesan de verdad las periferias geográficas y existenciales de este mundo. Prefiere mil veces ir a donde no hay católicos que a donde son mayoría. Prefiere los presos a los libres. Prefiere los pobres a los ricos. Prefiere los enfermos a los sanos. Prefiere los desheredados a los poderosos. Prefiere los gobernados a los gobernantes. Prefiere los pecadores a los santos.

Mongolia está tan en la periferia del mundo que nos cuesta ubicarla en el mapa. Ni siquiera fue visitada por Juan Pablo II y eso ya es mucho decir. Aunque es bastante grande, casi todo su territorio es una estepa desértica. Tiene poco más de tres millones de habitantes, de los que la mitad viven en la capital, Ulan-Bator. Tuvo su época de gloria y expansión en el siglo XIII, cuando con Gengis Kan, el imperio mongol se extendió desde el Pacífico hasta los Urales.

Si los habitantes de Mongolia caben en la ciudad de Buenos Aires, los católicos caben en la catedral de Posadas. Hace apenas 30 años que unos misioneros coreanos empezaron a instalarse en Ulan-Bator y pacíficamente fueron convirtiendo al cristianismo a los primeros mongoles. A esos cristianos fue a visitar el Papa la semana pasada en un viaje tan largo como venir a la Argentina. Pero... ¿qué se le perdió a Jorge Bergoglio en Mongolia?

Como si fuéramos los dueños de la voluntad y del pensamiento del Papa, los argentinos perdemos el tiempo debatiendo si debía ir a Ulan-Bator o venir a Buenos Aires; si debió dedicarle más segundos de sonrisa a un funcionario que a otro; si tiene que regalar rosarios a nuestros amigos y no regalárselos a nuestros adversarios; si debe o no debe nombrar a algún argentino en una comisión del Vaticano... Nos parece que el Papa está todo el tiempo preocupado por lo que pasa en la Argentina y también que debería pensar como nosotros, cuando probablemente no le dedique ni un segundo a estas elucubraciones ombliguistas nacionales.

Aquí tiene un tema que sí le preocupa a Francisco y en el que está poniendo un empeño sobrehumano. Mongolia no solo es una periferia: está enclavada entre Rusia y China, pero mucho más cerca de Pekín que de Moscú. Y en términos culturales y religiosos está mucho más cerca también de la China pagana que la Rusia cristiana, y para colmo en China vive un quinto de la población mundial.

El Papa, jesuita al fin y al cabo, quiere mostrar a China lo que otros jesuitas –encabezados por Mateo Ricci– intentaron entre los siglos XVI y XVII: que el cristianismo no es un obstáculo para la cultura, la política y el progreso de sus pueblos. Que se puede ser mongol, chino, japonés o esquimal y a la vez cristiano. Y esto es lo que fue a hacer a Mongolia, y lo hizo mirando a China todo el tiempo.

Hay un dato interesante y muy actual sobre el padre Mateo Ricci. Era un personaje fascinante, un genio del Renacimiento italiano, que largó todo, se hizo jesuita y se fue a la China. Francisco está impulsando su proceso de canonización con ganas evidentes de declararlo santo cuanto antes. Ricci sufrió en vida, y todavía más después de muerto, la persecución de los cristianos occidentales –sobre todo de los miembros de una orden religiosa– que no entendieron su inculturación en la China y la consideraron más un acto sacrílego que una misión para cristianizarlos. Después de cuatro siglos, Francisco está remediando esa persecución y ese aparente fracaso.

3 de septiembre de 2023

El pico

En España, pico es un grisín cortito de pan duro: algo así como las torraditas pero con puntas, de ahí su nombre. Es lo más aburrido que hay, pero sirve para matar el hambre, sobre todo en el campo. Lo suelen poner en los bares para acompañar la ración de jamón serrano: una lástima, con lo rico que es el pan en España y lo bien que combina con el jamón.

También se llama pico en castellano a la herramienta para picar materiales duros. Pero sobre todo se llama pico a la boca de los pájaros y por extensión a toda boca, también la humana. Los pájaros sí que tienen pico y es evidente el parecido con el pico de picar piedra o con el pico de los mosquitos, que más que pico es una aguja bien afilada. Porque picar, pican los mosquitos, las abejas, los tábanos y el mbarigüí, aunque dicen que más que picar muerde, como las serpientes.


Pero hay otro pico, aunque nunca es la acción y el efecto de picar a nadie. Los argentinos le decimos pico –o piquito– a un beso bastante inocente que se da apenas tocándose los labios en forma de pico. Picos se dan los que se quieren besar sin besarse mucho, por discreción, para evitar suspicacias, por vergüenza o por asquito nomás. Y la palabra pico para ese beso es ya un aporte argentino al castellano universal.

Bueno, hace casi dos semanas que un pico es la noticia sobresaliente en España y en gran parte del mundo. El pico que le encajó Luis Rubiales a Jenni Hermoso en la ceremonia de premiación de las campeonas del mundo de fútbol en Australia. Hermoso es una de las jugadoras de la selección española; Rubiales es el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, y el pico quedó registrado por las cámaras de televisión y por cientos de celulares que seguían el acto: ya se sabe que hoy cada vez más gente prefiere ver la realidad enmarcada en la pantalla vertical del teléfono.

Dos días después del hecho estalló la opinión pública. Ese y otros videos mostraron una realidad escondida: el abuso de un dirigente hacia su dirigida; pero a juzgar por la reacción colectiva no era solo a Jenni Hermoso sino a todas las jugadoras, y tampoco era solo de un dirigente. Las futbolistas españolas renunciaron en masa a la selección si continuaba esa dirigencia, el Presidente del Gobierno descalificó a Rubiales y prometió intervenir ante al FIFA para sancionar a Rubiales y la FIFA lo suspendió por 90 días. Mientras Rubiales se defendía diciendo que había sido apenas un piquito, empezó, con histrionismo andaluz, un nuevo acto de esta tragicomedia de la picaresca hispánica: la madre de Rubiales se atrincheró en huelga de hambre en la iglesia de Motril, su pueblo de la provincia de Granada. Cuando llegaron las cámaras de la televisión, acusó de linchamiento mediático a los enemigos de su hijo y al gobierno de intentar distraer a la opinión pública.

Hasta aquí, en resumidas cuentas, el caso Rubiales, que puso la mira del mundo en el fútbol femenino, en los abusos en el fútbol femenino y en el machismo en el fútbol femenino. Ciertamente también opacó el triunfo de la selección española en el Campeonato Mundial de Australia y Nueva Zelanda, en el que nuestra selección quedó eliminada en la fase de grupos (perdimos contra Italia, empatamos con Sudáfrica y perdimos contra Suecia).

El fútbol femenino está enseñando un corte de la realidad; pero cuidado, porque es un corte proporcional, un botón de muestra. Quiero decir que el problema no es el fútbol femenino, que, por cierto, todavía es poco femenino; y tampoco es solo un problema español. Si pasan estas cosas en el fútbol femenino es porque pasan en todas partes, para arriba y para abajo y también para los costados. Hay que mirarlo así y preocuparse, y no verlo como la noticia de un acontecimiento raro, ajeno o lejano.

27 de agosto de 2023

Síndrome de Prigozhin


A las 6 de la tarde del miércoles pasado, Yevgueni Prigozhin subió a su avión junto con la plana mayor del Grupo Wagner; iban de Moscú a San Petersburgo. A media hora de levantar vuelo, ya en altura crucero, el Embraer Legacy 600 cayó hecho pedazos en una localidad llamada Kuzhenkino. Se supone que algo explotó en su interior o que fue alcanzado por un misil. Nadie sabe realmente lo que pasó: solo se conoce la lista de los siete pasajeros y tres tripulantes y que no hay sobrevivientes. Hay que comprobar que son los de la lista con lo poco que quedó de ellos, esparcido entre los restos calcinados del Embraer, pero eso será imposible porque nada es verdad y nada es mentira hoy en día en la Federación Rusa, y en este caso no hay ninguna certeza pero tampoco ninguna duda.

En la lista estaba el segundo de Prigozhin, Dmitri Utkin, Mr. Wagner, el que le dio el nombre al ejército privado más numeroso de la historia y el culpable de que una organización rusa lleve el nombre de un músico y escritor alemán. Richard Wagner fue un compositor sajón del siglo XIX, autor de óperas muy conocidas como Tannhäuser, El anillo del nibelungo o Tristán e Isolda. Era un gran músico, pero también un antisemita de aquellos, que en sus obras musicales y literarias promovió el nacionalismo y la soberbia alemana que desemboca en Adolf Hitler y el nazismo. Wagner era el nombre de guerra de Utkin, un skin head que tenía tatuadas las insignias de las Waffen SS en su piel, en el mismo lugar donde caían en el uniforme negro de la fuerza de elite y guardia pretoriana de Hitler.

Después de llevar la parte más importante del esfuerzo bélico en la invasión a Ucrania –les costó unas 20.000 vidas solo en la Batalla de Bajmut– Prigozhin se revela contra Putin por la falta de apoyo del ejército ruso y se enfrenta contra un par de generales más amigos del escritorio que del campo de batalla. El 23 de junio el Grupo Wagner tomó la ciudad de Rostov del Don y avanzó hacia Moscú con la intención, tampoco se sabe bien, si de acabar con Putin o de darle una lección sobre cómo se avanza en una guerra de agresión.

Tuvo que intervenir Aleksandr Lukashenko, el tirano de Bielorrusia, para parar a los Wagner antes de que se armara la gorda en Moscú. Le estaba haciendo un favor a Putin, de quien es vasallo, y le ofreció asilo a los Wagner en su país, donde establecieron su campamento de legionarios romanos. La relación entre Prigozhin y Putin, que otrora fuera de compinches y mesa bien regada, había quedado definitivamente rota, pero un buen día Prigozhin salió de Bielorrusia y se presentó como Pancho por su casa en sus imponentes oficinas de San Petersburgo. Dos días antes del vuelo de la muerte difundió un video, supuestamente grabado en África, donde Wagner tiene batallitas contratadas por varios dictadores del Sahel. Y el miércoles este vuelo tan extraño...

Extraño porque si fuera Prigozhin jamás me habría subido a un avión en Moscú dos meses después de rebelarme contra Putin; y si fuera lugarteniente de Prigozhin jamás hubiera aceptado volar con él entre Moscú y San Petersburgo. Así que habría que pensar que Prigozhin no estaba en ese avión y que los muertos son perejiles, o que Prigozhin tenía el síndrome muy argentino de creerse el Rey del Mundo.

Así es el poder: idiotiza tanto a la gente que les hace creer que son omnipotentes aun después de perderlo. Nos creemos unos genios porque nos ascendieron en el trabajo y decidimos que vamos a hacer grandes negocios si nos independizamos. Y cuando nos independizamos, nos bajan de un hondazo porque nunca nos dimos cuenta de que nuestro poder era prestado. Es el síndrome de Prigozhin.

20 de agosto de 2023

El outsider


Hace unos años explicaba en esta misma columna el fenómeno del tercer hombre, un hecho que ocurre en la política bastante más seguido de lo que parece y no siempre con éxito.

Es el caso de algunos candidatos que aparecieron en la política argentina en la década de los 90 del siglo pasado. Carlos Menem fichaba como candidatos a personas famosas por sus éxitos en el deporte o en el espectáculo y se ahorraba el caro proceso de instalarlos en el conocimiento público. Los deportistas son ideales porque, agotada su etapa competitiva, les queda la vida por delante. Daniel Scioli y Carlos Reutemann fueron los típicos terceros hombres deportistas de aquella época. Palito Ortega, en cambio, llegó del espectáculo. Entran en la categoría también los militares victoriosos que se pasan a la política, costumbre que viene desde Escipión el Africano, pero más cerca de nuestra era democrática están los casos de Ulysses Grant o Dwight Eisenhower en Estados Unidos, y de José Félix Estigarribia en el Paraguay.

No considero tercer hombre a Mauricio Macri –que amaneció a la política en Boca Juniors– porque la búsqueda del poder en las entidades deportivas es política pura, similar a lo que ocurre en las cooperativas o los sindicatos, que suelen ser trampolines hacia la lucha por el poder en el Estado.

Los terceros hombres tienen a su favor que no están quemados por la política. Pero no son outsiders, porque entran a la política de la mano de los políticos y son usados por los políticos con más o menos éxito.

El outsider apareció ahora en la Argentina y todavía estamos un poco asombrados por el fenómeno que irrumpe como una marea que crece más cuanto más la tratan de parar. Parece la respuesta al malestar generalizado y a la voluntad colectiva de que se rompa de una vez la espiral decadente. El fenómeno tiene parecidos y diferencias con la escalada hacia el poder de Juan Domingo Perón en 1945, pero no hay que apurarse porque todavía no sabemos cómo terminará y para colmo están claras sus antípodas ideológicas, pero eso no es determinante para ningún outsider. Es terreno fértil para los outsiders el cansancio colectivo, sobre todo entre los más jóvenes y ahora resulta que el objeto de ese hartazgo parece ser el agotamiento del fenómeno que inició Perón aquel año.

El politólogo Gustavo Marangoni citaba por televisión un pasaje del Evangelio bastante conocido: no se echa el vino nuevo en odres viejos. Es porque el vino es más rico cuanto más viejo mientras que los odres cuanto más viejos más estropeados. Algo así nos pasa hoy con el outsider: las ideas viejas son para los viejos, siempre más moderados; las nuevas son para los jóvenes, que no tienen ganas de meterse en odres viejos, tampoco miden mucho las consecuencias y para colmo ya están desequilibrando el padrón electoral.

¿Hay que romper todo y sumergirse en la dimensión desconocida? Imposible saberlo ahora, pero es bastante elemental que los experimentos salen más veces mal que bien y también que si no se experimenta, nunca se cambia. Solo habría que rogar que ese giro en la historia no termine en un cataclismo que nos haga sufrir. Volodomir Zelenski también es un outsider al que los ucranianos eligieron como presidente, en contra de las políticas prorrusas de los de siempre y hoy están entrampados en una cruenta guerra con Rusia de pronóstico incierto. Es el costo de la independencia que todos esperan que llegue, pero... ¿hay que pagar ese costo?

13 de agosto de 2023

Hay que ir a votar


PASO son las iniciales –el acróstico– de Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias. Es uno de los inventos más interesantes, y ciertamente una novedad, de nuestro sistema electoral. Fue idea de Néstor Kirchner y se crearon en 2009 por la ley 26.571. En las PASO se definen los partidos o coaliciones que estarán habilitados a presentarse en las elecciones nacionales, que son los que consiguen al menos el 1,5 % de los votos válidamente emitidos en el distrito de que se trate para la respectiva categoría. También queda definida la lista que representará a cada partido o coalición en las elecciones generales. En las PASO no se eligen cargos sino candidatos.

La primaria abierta parece una contradicción y realmente lo es, pero es lo que hay y es la solución mientras los partidos no organicen sus propias internas para elegir sus candidatos. Las internas deberían ser cerradas y no abiertas, pero precisamente esta es la novedad: podemos votar al precandidato de un partido sin estar afiliados a ese partido; a propósito podemos convertir en candidato a alguien que nunca votaríamos para un cargo; podemos votar para que gane el peor precandidato de la oposición y así tiene más chances el nuestro en las elecciones de verdad; o podemos votar por el que pensamos que tiene que ser quien ocupe el cargo que se elige...

Hay coaliciones que no presentan internas porque ya eligieron a sus candidatos en un escritorio: en ese caso solo juegan a pasar el 1,5 % y entrar en las generales. También es una encuesta para saber quién será el más votado individualmente y darle las riendas del carro del vencedor, que no es poca cosa. La democratización de los partidos sería otro de los fines de las PASO, pero así es la política porque así somos los seres humanos.

Como son simultáneas, hay una sola bala. Quiero decir que se puede votar por un solo precandidato, cuando lo ideal sería que pudiéramos votar por precandidatos de cada una de las coaliciones, pero eso por ahora es imposible y mientras no sea así, las PASO son la primera vuelta de unas elecciones que hoy suelen llegar a ser tres.

Y son obligatorias: quiere decir que hay que ir a votar. Esta obligación rige para los que son mayores de 18 y menores de 70. Así que, si usted está entre los 18 y los 70 debe ir a votar, y entre los 16 y los 18 y arriba de los 70 debería ir a votar.

No soy partidario del voto obligatorio, ni de la ley seca, ni de la veda política, ni de los juramentos, ni de otras obligaciones y prohibiciones anacrónicas o paternalistas conectadas a las elecciones. He dicho otras veces que quizá sea la obligatoriedad lo que nos retoba, y que si no fuera obligación, probablemente votaríamos más. Es solo una suposición, pero lo cierto es que en la sucesión casi semanal de elecciones que jalonaron los últimos meses, ha mermando el número de votantes hasta igualarnos con los países donde el voto es optativo.

Desde 1912 es obligación votar en la Argentina y todos tenemos naturalizado ese deber en nuestra cultura cívica, pero para que no queden dudas, la obligatoriedad está metida en el mismo nombre de las PASO. Esa obligación implica sanciones para los que no lo hacen, aunque luego ninguna se aplique. La sanción es la razón menos buena, ya que deberíamos ir a votar con libertad, con ganas y para que nadie elija por nosotros, que es lo que pasa cuando no votamos o cuando votamos en blanco. Es que, sea o no sea obligación votar, el que no vota, vota igual porque aumenta el peso de los votos de los que sí votan.

Usted sabrá qué hacer, pero si no vota, después no se queje.

6 de agosto de 2023

Concordia

Concordia fue fundada el 6 de febrero 1832 por ley del Congreso de Entre Ríos, que ordenaba ponerle ese nombre. Como el lugar donde se fundó se llamaba San Antonio del Salto Chico, el comisionado para la fundación, padre Mariano José del Castillo, la bautizó con el nombre completo que todavía lleva: San Antonio de Padua de la Concordia. Hay más Concordias en el mundo. En el estado de Santa Catarina y sobre la misma margen del río Uruguay, una ciudad y municipio se llaman Concórdia. Los estados de Sinaloa y de Chiapas, en México también tienen sus Concordia. En Colombia es una ciudad de Antioquia. En el Ecuador y en Nicaragua se llaman La Concordia. En Estados Unidos hay dos: una en el estado de Missouri y otra en Kansas. En París es la plaza por antonomasia.

No es la historia de esas localidades lo que interesa hoy, sino destacar la razón que habrá llevado a ponerles ese nombre. Concordia y concordar, en castellano y en cualquier idioma, provienen de las palabras latinas con y cordis, unión de corazones. Concordia es lo contrario de discordia. Concordar es ponerse de acuerdo. Discordar es la grieta. La concordia es la antigrieta y es lo que más necesitamos hoy los argentinos.

Pensaba en la concordia como necesidad urgente para la Argentina ante la inminencia de una elección que se está planteando como la imposición de una mayoría, nueva o vieja, pero que ganaría por muy pocos votos en la instancia final. Esta paridad se está repitiendo en casi todos los países que han tenido elecciones generales hace poco, el último en España, hace apenas dos semanas. El caso de España es paradigmático, pero hay que entenderlo dentro del sistema parlamentario. El Partido Popular (derecha moderada) subió notablemente su caudal electoral, pero no le alcanzó la cantidad de diputados para la investidura como Jefe de Gobierno de su candidato, ni siquiera aliados con Vox, el partido de la derecha menos moderada. El Partido Socialista (izquierda moderada), que perdió un importante caudal de votos, tampoco llega a la investidura de su candidato ni sumando aliados menos moderados. Ahora los dos buscan pactar con el partido minoritario catalán Junts per Catalunya, que horroriza a los de izquierda por ser de derecha y a los de derecha por ser independentista.

Lo que ocurre en España pasó también en el Perú, Ecuador, Brasil, Uruguay, Chile, Colombia, México... y quizás en la Argentina si llegamos a la segunda vuelta y se termina dirimiendo entre dos fuerzas políticas antagónicas y por escasa diferencia de votos. La solución al antagonismo no es imponer al vencido la ideología del vencedor, porque la democracia supone la convivencia pacífica de los que piensan distinto. Si no se puede imponer la ideología a una minoría, mucho menos a la mitad de los ciudadanos, porque eso tiene como consecuencia el vaivén sinuoso que ya conocemos de nuestra historia no tan reciente: llevamos muchos años en un subibaja que no nos lleva a ningún lado.

Pactar con los extremos quizá sirva a los aventureros del poder, pero agiganta la grieta y complica la gobernabilidad. La solución no es pactar con minorías para imponerse a la otra mitad sino acordar con la otra mitad. Las dos mitades tienen que ceder y concordar hasta lograr un gobierno para todos, con una fortaleza política descomunal. Se ha hecho muchas veces en la historia y las ciudades llamadas Concordia nos lo recuerdan. Pero además hay cantidad de casos en la historia que lo enseñan: la Conferencia de Yalta en 1945, los Pactos de La Moncloa de 1977, o el color Barbie de la Casa Rosada, que dicen —pura leyenda, pero queda linda la idea— que no se debe a la sangre vacuna mezclada con cal hidrófuga sino a la unión del rojo de los federales con el blanco de los unitarios.

30 de julio de 2023

Mentirólogos


¿Puede haber dos verdades, tres, cuatro? ¿cuántas? ¿se puede decir mi verdad, tu verdad, esta verdad, una verdad o solo existe la verdad y las demás son mentira? Todo depende... Historia hay una sola; relatos de la historia, en cambio, hay tantos como relatores y todos pueden ser verdad. Lógicamente, si hay dos contrapuestos porque uno dice blanco y el otro negro, uno será mentira… o los dos, si resulta que es rojo.

Quizás nos confunda que haya casi infinitos modos de decir la misma verdad. Es la eterna discusión entre subjetividad y objetividad: cada uno de nosotros ve las mismas cosas desde su propio prisma, que incluye la luz, el ángulo, el sueño, la comida, la bebida, la edad, la cultura, los prejuicios, la genética, las condiciones físicas... pero ninguno es una excusa para no decir la verdad. Es que el relato de la verdad es una curva asintótica: para conocerla, el sujeto debe acercarse a la realidad todo lo que pueda, aunque nunca la toque.

Los millones de maneras de contar la realidad y la constatación de que —por maldad o por ignorancia— todas puedan ser tanto verdades como mentiras, dan una saludable borrosidad a la vida y también temas de discusión y de conversación. Con los datos, en cambio, no hay nunca dos verdades. Se puede discutir sobre el verdadero color de un vestido o tener versiones distintas sobre un hecho oscuro de la historia, lo que no tiene discusión posible son los resultados deportivos, la temperatura en el lugar que se mide, unas elecciones bien contadas, o los datos que quiera agregar. A esa verdad hay que llegar a como dé lugar para que todos la acepten como única y para que nos pongamos de acuerdo en lo esencial.

En los discursos de campaña la mentira se percibe tan fácil que enternece. Pero al mismo tiempo se documenta el uso político de la mentira en las encuestas, que son información (verdad) para los políticos y desinformación (mentira) para los que votan. 

Para que nadie se sienta aludido, supongamos que estamos viendo una serie estilo Borgen... Resulta que Birgitte Nyborg contrata una consultora que hace la encuesta y le entrega los resultados, discretamente y previo pago. Si son buenos, Nyborg pacta con la encuestadora dar al público unos números más ajustados para que los votantes no crean que no hace falta ir a votar. Si son malos, también mejor que parezca que podemos ganar porque a todos nos gusta subirnos al carro del vencedor. Y si son muy malos, achiquemos la brecha para que los votantes no se desalienten y crean que la pueden dar vuelta. A veces pareciera que ni siquiera hacen el trabajo de campo: copian números de otra y los ajustan a los requerimientos de quien les paga.

Siempre los resultados publicados de las encuestas políticas favorecen al cliente más que los otros, por eso es muy importante saber quién la encarga y aplicarle un coeficiente de mentira. Además, resulta que los mismos políticos que las contratan prohiben publicarlas cerca de la elección y de ese modo reconocen que prohiben decir la verdad a los votantes. Como lo hacen sin remordimientos, hay que suponer que saben que son mentira podrida y que sirven para manipular, igual que la propaganda política, las dádivas y las inauguraciones, que también prohiben al mismo tiempo.

Ya dije que estamos en el terreno de la ficción, pero hay que admitir que es muy parecida a lo que pasa en cada elección y no solo en la Argentina. Los mentirólogos quedan pedaleando en el aire el día de la elección, que es la encuesta definitiva y la única que vale. Lo que no se entiende es por qué antes de la siguiente elección les volvemos a creer todas sus mentiras.