26 de marzo de 2023

Todos significa todos

El domingo pasado prometía seguir con algunas precisiones del Papa Francisco sobre temas de actualidad. Están contenidas en dos entrevistas que se publicaron en Infobae y La Nación con motivo de los diez años de su elección en Roma. A la primera la hizo Daniel Hadad, a la segunda Elisabetta Piqué.


Antes de entrarle a los dichos del Papa, creo prudente hacer unas precisiones sobre los conceptos de pecado y delito. Pecado es una ofensa a Dios. Delito es lo que la ley penal establece que es delito. A veces coinciden y a veces no: la codicia, por ejemplo, no es delito pero sí es pecado. Los pecados son universales porque lo que es pecado en Japón también es pecado en Canadá. Los delitos, en cambio, pueden cambiar según las leyes de cada país. Los estados confesionales, como las repúblicas islámicas, confunden delito y pecado; gracias a Dios, los cristianos preferimos la separación de la Iglesia y el Estado tanto como los anticlericales más fanáticos.

Los cristianos, además, confiamos en que hay una ley superior, que está inscrita en la naturaleza y contradecirla acarrea graves consecuencias individuales y colectivas, y no solo espirituales. El aborto o la eutanasia pueden no ser delitos para las leyes civiles pero sí lo son para la ley natural (la ley natural es la que permitió condenar a los criminales de guerra nazis que alegaban el fiel cumplimiento de las leyes de su país en los juicios de Nuremberg).

La homosexualidad no es pecado en sí misma y el Papa insiste en que no debe ser nunca un delito, como hoy lo es en unos 30 países, un tercio de ellos con pena capital. Lo que está mal –y es pecado pero no delito– es el uso del sexo para cualquier fin que no sea la procreación, pero a eso lo sabemos hace siglos y mucho más desde la encíclica Humanæ Vitæ de Pablo VI. Pero la respuesta de Francisco va muchísimo más allá: la salvación es para todos, sin exclusión de ningún tipo. Eso es central en el mensaje de Jesucristo y es la misión esencial de la Iglesia. Todos significa TODOS, también justos y pecadores, ucranianos y rusos, fachos y zurdos, gorilas y peronistas, ricos y pobres, cristianos y paganos, homosexuales y heterosexuales, casados y divorciados... Jesús llama a todos y cada uno resuelve su relación con Dios como puede o como quiere. A veces uno quiere y no puede, pero el Señor espera siempre, explica el Papa.

Si los curas pueden o no casarse, dice Bergoglio que no hay problema. Nunca lo hubo y los curas que no se casan son los de la Iglesia latina, occidental, pero entre los de rito oriental sí hay opción al matrimonio. Ante el planteo de si habría más vocaciones en el caso de que se permitiera el matrimonio a los sacerdotes, el Papa es contundente porque la experiencia de la Iglesia también es contundente a favor del celibato obligatorio de los curas, así que no le parece una buena idea y él mismo no piensa abrir esa ventana.

Respecto del divorcio, que las leyes de la Iglesia no admiten porque el matrimonio es para toda la vida, Francisco repite algo que dijo tres veces Benedicto XVI: gran parte de los matrimonios que se celebran en la Iglesia son inválidos por falta de fe. Y como no se puede disolver una cosa que no existe, bastaría con probar que no existió. El Papa recomienda acudir al obispo a quienes pretenden otra oportunidad: es el obispo quien tiene la jurisdicción y la competencia para sentenciar si antes hubo o no matrimonio. La nulidad de cualquier acto jurídico es un principio básico del derecho, lo novedoso es que dos Papas afirmen que la mayoría de los matrimonios por la Iglesia son inválidos.

Hablando de las resistencias a sus reformas, el Papa dio una gran lección de política contemporánea: sospecharía de decisiones en las cuales no hay ninguna resistencia.

19 de marzo de 2023

Capitalismo social


Jorge Mario Bergoglio cumplió diez años como Papa el lunes pasado. Fue el 13 de marzo de 2013 y con motivo de ese aniversario el Papa dio un par de entrevistas a dos medios argentinos: Infobae y La Nación. La de Infobae la hizo Daniel Hadad, el dueño de esa plataforma, que es una de las más visitadas del mundo hispanohablante. A Elisabetta Piqué, la corresponsal de La Nación en Roma, le tocó la de ese medio que ya no es solo un diario aunque tiene un diario.

Las dos entrevistas duran algo más de 40 minutos y tienen pocas preguntas en común, cosa que se agradece en el entorno endogámico del periodismo. La corresponsal de La Nación había visto o leído la de Infobae cuando llegó a la casa del Papa, así que daba por sabidos algunos temas que uno puede ir a ver todavía gratis a ese sitio web. En plena entrevista, la corresponsal de La Nación hizo su operación de marketing para que quedara claro a la audiencia que su relación con el Papa es antigua y estrecha. Se ve también que Piqué sabe más de pontífices y vaticanos, quizá por eso no hace preguntas que sabe que no deben hacerse. Hadad queda entre espontáneo y temerario cuando pregunta, por ejemplo, a quién votó Bergoglio en el cónclave.

El Papa habla de fútbol en las dos entrevistas y dice lo mismo: de los partidos del Mundial contra los Países Bajos y Francia –que no vio– saca la conclusión de que los argentinos empezamos bien y terminamos mal todo lo que hacemos. Hablando de esto me decía alguien que esa conclusión es una pavada atómica porque el fútbol es así: los que estaban del otro lado también querían ganar y tampoco pensaban rendirse. Pienso risueñamente que no es que los argentinos no sepamos rematar al adversario sino que no somos rematadores de nadie y no hay por qué humillar al adversario ganándole 6 a 0.

Francisco habla, también en las dos entrevistas, de su posible viaje a la Argentina. Estaba previsto para diciembre de 2017, después de Chile y antes de Uruguay, pero hubo elecciones en Chile y tuvieron que pasar el viaje para enero... y en enero, ya se sabe, no está ni el gato (textual del Papa). Las elecciones en Chile fueron el 19 de noviembre de 1917, así que el viaje se pasó a enero, pero a Chile y Perú. Argentina y Uruguay quedaron para más adelante y da a entender que puede ser después de las elecciones, que si son las de este año sería entre el 19 de noviembre y el 10 de diciembre, ya que, supongo que el Papa prefiere consolar a un pato rengo que gasta sus últimos días en el poder antes que bendecir a un flamante pavo real que inicia su mandato.

Entre otros temas –y es el punto de hoy– Francisco habla para los que lo tachan de socialista mal dormido o comunista trasnochado. Reivindica la economía social de mercado y la opone al capitalismo a ultranza y al comunismo despersonalizante. Quizá por un acto fallido, además de la expresión economía social de mercado, el Papa ocupa también capitalismo de mercado, cuando quiere decir capitalismo social, que es una gran expresión. En otras palabras, el mercado no es el único árbitro de la economía y la propiedad tiene una función social. El dinero, los bienes y los servicios no están a disposición absoluta de sus dueños sino que los tienen y administran para el servicio de toda la sociedad; no son solo para los ricos y el derrame para los pobres, sino para que los ricos se preocupen de los pobres (nada que no haya dicho ya Juan Pablo II, o el mismo Francisco en la Evangelii Gaudium). Además lo certifica la comprobación empírica de la entrada y la salida de este mundo: venimos sin nada y cuando nos vamos dejamos todo lo que acumulamos.

También habló de Ucrania, Venezuela, Nicaragua, la ideología de género, los abusos, los curas casados, el divorcio... pero quedan para el domingo que viene.

12 de marzo de 2023

Infierno en el puente


El sábado pasado se incendió un depósito clandestino de combustible en Formosa. Le cuento lo que pasó según informa la prensa de esa provincia, pero le advierto que no había que ser muy adivino para saber que algún día iba a ocurrir.

Muchos de los habitantes del barrio Las Orquídeas, al norte de la ciudad de Formosa, viven del contrabando. Pero para no hacer una valoración legal, mejor digamos que son comerciantes que viven del trapicheo de mercadería entre la ciudad de Alberdi, en el Paraguay, y Formosa, de este lado del río Paraguay. Para que se entienda mejor, le recuerdo que Alberdi está ubicada en una península –un meandro alargado del río– que se clava como un puñal en la geografía de Formosa. También anoto que Juan Bautista Alberdi es tan prócer en el Paraguay como en la Argentina, aunque por motivos distintos.

Alberdi era un gran jurista y sabía muy bien algo que se sostiene desde el tiempo de los romanos: la distinción entre las conductas que son malas en sí mismas y las que están mal porque una ley lo establece. A las primeras se las llama mala per se y a las segundas mala prohibita. Matar, torturar, violar, robar, estafar, mentir... son conductas malas en sí mismas y por eso las leyes las reprimen. El contrabando, en cambio, es el típico caso de mala prohibita, ya que lo que hoy es ilegal, mañana puede no serlo si cambian las leyes o si se diluye la frontera.

El incendio de Formosa se inició accidentalmente, mientras alguien fraccionaba combustible con una motobomba en un galpón del barrio. El fuego afectó también a un inmueble vecino y fue apagado por seis dotaciones de bomberos. Felizmente no hubo víctimas porque el hombre que manipulaba el artefacto pudo rajar a tiempo. Cuentan las crónicas que un bombero se descompensó, pero fue atendido y se recuperó rápidamente. Del depósito no quedó nada y los vecinos están bastante preocupados, no por el negocio de los paseros que les da de comer, sino por la seguridad del barrio, ya que no es el único lugar donde se acopia nafta para vender en Alberdi.

Es como para preocuparse, con tanto combustible trasegado sin ninguna norma de seguridad. Basta con visitar una estación de servicio para constatar las medidas que se toman para no correr riesgos y también los roles y protocolos que deben seguir los empleados en caso de que se produzca un siniestro. Para colmo, los que llevan combustible al Paraguay van y vienen con bidones o con tanques sumplementarios instalados en autos bastante desvencijados. Cuando van llenos son peligrosos porque van llenos y cuando van vacíos puede ser peor porque el aire y la nafta –que son el principio elemental del motor a explosión– pueden convertir un bidón con restos de nafta en un artefacto explosivo.

Justo unos días antes un buen amigo me comentaba que algo así puede pasar en Posadas. Hay que suponer que si existen en Formosa es muy probable que en Posadas haya lugares clandestinos donde se fracciona parte de la nafta que se carga en autos que cruzan a Encarnación. Más de una vez se han detenido autos con tanques extra fabricados artesanalmente. Imagínese el peligro que supone para la población o para los que cruzan el puente y pasan horas en la fila o en esos amontonamientos de autos que todos conocemos.

¿Qué pasaría si una chispa fortuita, un pucho mal apagado o un encendedor que prende un cigarrillo, provoca un incendio que empieza en un auto y se traslada en cadena a cientos de vehículos con sus pasajeros a bordo? Me imagino un panorama tan dantesco que mejor ni pensarlo.

5 de marzo de 2023

Inteligencia artificial es un oxímoron


Felizmente ya existe en el castellano la palabra oxímoron, aunque mi computadora todavía la marque como un error. Dice el diccionario de la Real Academia Española que es la combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido. Existe en inglés desde el siglo XV, pero en castellano teníamos que decir contradicción en los términos, cuatro palabras para expresar el concepto que los filósofos solían decir en latín con tres: contradictio in terminis. Oxímoron es un compuesto de dos palabras griegas: ὀξύς (agudo, punzante) y μωρός (fofo, romo, tonto), así que la misma etimología de oxímoron es un oxímoron.

Es muy usado por los poetas, como otras licencias con nombres igual de curiosos. La Real Academia, luego de la definición, cita el caso de silencio atronador, pero hay cientos de combinaciones que usamos todos los días sin darnos cuenta, como instante eterno, tensa calma, sociedad unipersonal, tolerancia cero, o esos que te explican muy serios que si te dicen la verdad te mienten. Pero hay dos oximorones relacionados con las nuevas tecnologías de la información: uno es la realidad virtual, pero se queda acá.

El otro es inteligencia artificial, una expresión que no es nueva pero se ha puesto de moda a raíz de la irrupción de ChatGPT, un programa que tiene la capacidad de interactuar con los usuarios mediante el lenguaje natural. Es capaz de entender el lenguaje humano y responder de manera bastante coherente a través de una conversación. Está entrenado con una inmensa cantidad de datos del lenguaje, así que tiene gran capacidad de comprensión de lo que se le dice y genera respuestas consistentes en lenguaje llano. Básicamente es un sitio web que contesta preguntas o hace lo que uno le pide, siempre que su resultado pueda entregarse desde una pantalla, como un escrito, una receta, una carta, una presentación... y puede rendir sin dramas un examen de cualquier materia del colegio o de la universidad y, por supuesto, hacer trabajos intelectuales de esos que piden los profesores medio pesados.

No encuentra datos indexados para devolverlos en una lista interminable, como los buscadores tradicionales. Además de buscarlos, los combina, los compara y entrega una respuesta o solución que puede ser desde un libro entero a una receta de cocina adecuada a unos invitados precisos. Se le puede pedir que escriba un ensayo sobre un tema determinado, que nos resuma un libro que no queremos leer o que mejore el estilo de algo que escribimos. Lo más curioso es su interacción con las personas, porque contesta con onda humana y va asimilando los datos que uno le pasa cuando pregunta o cuando le corrige respuestas erróneas. Además es muy bueno con los idiomas, que traduce mejor que otros traductores y diccionarios que ya existen en las redes.

Pero es menos inteligente que su mascota... Dice cualquier cosa; comete errores gruesos y de todo tipo porque es capaz de relacionar información que hay en internet, pero no de razonar a partir de esa información. Además no siente nada, que es el input más importante de cualquier animal y nosotros somos animales racionales.

No hay, no existe ni puede existir, inteligencia que no sea humana. Por eso la inteligencia artificial es imposible, es apenas un nombre, un oxímoron. Solo la inteligencia humana es capaz de razonar, de abstraer, asimilar y relacionar conceptos, de tomar decisiones acertadas con datos incompletos o borrosos, de llegar a conclusiones lógicas, de descubrir premisas falsas, de averiguar qué es verdad y qué es mentira. Un algoritmo no es inteligencia, por más perfecto que sea y aunque sepa jugar al ajedrez. Los profesores pueden dormir tranquilos porque ChatGPT es menos inteligente que el más burro de sus alumnos; y los inteligentes de verdad podrán usarlo para saber más o para matar el tiempo, como todo en internet.

26 de febrero de 2023

Un año en guerra


La guerra cumplió un año. No hay nada que festejar, pero sí hay algo que celebrar: Ucrania sigue luchando contra un invasor temible, desproporcionado y atroz. Y no es que resista en un reducto cada vez más chico y asilado de su geografía: lo ha hecho retroceder an algunos frentes y lo contiene en las provincias separatistas y prorrusas del este. Es cierto que Rusia logró abrir un corredor al norte del mar de Azov, hasta la península de Crimea que se apropió en 2014, pero lo hizo a costa de destruir ciudades como Mariupol. Eso parece no mosquear a los ucranianos, que se muestran dispuestos a retomar la rebelde región del Dombás y también la península de Crimea en este segundo año de la guerra.

Del año que pasó queda Vladimir Putin aislado del resto del mundo ya que ni Xi Jinping está convencido de apoyar esa locura. Por el otro lado, a Ucrania la apoya gran parte de las potencias occidentales, sobre todo Estados Unidos, la NATO y la Unión Europea, que vaciaron sus arsenales de armas vencidas para ayudarlos a luchar contra el invasor; lo interesante es que ahora han empezado a entregar armas de última generación... 

Es cierto que Rusia tiene –o tenía– el segundo ejército más poderoso del mundo, pero le juegan en contra dos factores cruciales: la corrupción que campa en su logística y complica sus movimientos y las pocas ganas de sus soldados de luchar en una guerra que no mueve la aguja del patriotismo. A pesar de sus ingentes fuerzas armadas, Rusia ha tenido que contratar un ejército de mercenarios sin patria –que incluye presos sin esperanza– para sus operaciones de vanguardia.

No se puede someter a un país por mucho tiempo, a no ser que se extermine a todos sus habitantes y se arrasen todas us ciudades... y ni siquiera así. Putin creía que si instalaba un gobierno títere en Ucrania conseguiría un país vasallo, pero tuvo que retirarse de las puertas de Kiev cuando vio que solo iba a lograrlo con tierra arrasada. Entonces concentró sus esfuerzos bélicos en el corredor que une Crimea con la Madre Rusia.

Me puedo equivocar, pero todo indica que, como van las cosas, antes del 24 de febrero del 2024 se terminan los días de poder de Putin. Lo que no sabemos es si su final será en modo Nicolae Ceaușescu o Erich Honecker, los tiranos comunistas de Rumania y Alemania Oriental. El efecto dominó caerá sobre Bielorrusia y su presidente Alexander Lukashenko y otros dictadores títeres de Rusia que mandan en estados desmembrados de la antigua Unión Soviética.

El mal supremo no es tanto la guerra como la agresión. Cuando uno es agredido no le queda más remedio que luchar contra el agresor hasta vencer o morir. Es la pelea por la vida y por la libertad y no hay fuerza humana que pueda contraponerse. La guerra es un enigma, una enfermedad del proyecto humano que desde Caín y Abel –y antes también– certifica que el conflicto está en nuestra naturaleza caída. No queda otra que tratar de evitarlas y de minimizar sus consecuencias.

Los invasores armados causan desastres y se van como vinieron. En cambio, los que prosperan hace siglos son los imperios comerciales, que dominan fabricando, comprando y vendiendo Coca Cola y ChatGPT; Disneylandia y CNN; petróleo y gas; agua, litio y cobre; trigo y cebolla.... Y para completar el panorama vale la pena recordar que esos imperios no solo fabrican, compran y venden información, alimentos, energía o sueños; también tienen el monopolio de las armas.

19 de febrero de 2023

Madres rusas


Pasé unos días del invierno de 2016 en Luarca, un puerto de pescadores en la Cornisa Cantábrica. Lo bueno es que allí era verano... pero no voy a contar mi veraneo con amigos asturianos, playas escondidas entre los acantilados, delicias del mar y de la tierra y largas partidas de mus, sino de algo que se encuentra en muchos lugares de Asturias, Galicia, el País Vasco o Extremadura: las casas –a veces verdaderos palacios– de los indianos. En Luarca hay varias imponentes, pero dos están una enfrente de otra y se llaman Villa Argentina y Rosario. La Villa Argentina ahora es un hotel y Rosario sigue siendo la imponente casa señorial de una familia que hizo su fortuna en esa ciudad de Santa Fe.

Unos cuantos años antes hablé cuatro palabras con un viejo vasco que cuidaba el estacionamiento de un club de golf en el valle de Ulzama, en Navarra. Al reconocer mi acento me confesó que había emigrado a la Argentina, donde vivió varios años, pero con tan poca suerte que tuvo que regresar a España tan pobre como salió. Nunca se animó a volver a su pueblo y sus parientes seguían convencidos de que sería rico en la Argentina.

Muchos inmigrantes, de esos que vinieron con una mano adelante y otra atrás, volvieron a Europa a mostrar su fortuna. Otros volvieron como vinieron, porque no les fue bien, porque extrañaron su tierra o porque se les dio la gana. Y otros –no conozco la proporción pero alguien la habrá estudiado– se quedaron aquí, se hicieron argentinos y hoy llevamos su sangre en nuestras venas. A veces esa vuelta a los orígenes se ha dado en la segunda, la tercera o la cuarta generación, y tiene cierto olor a fracaso del sueño de los abuelos porque ellos también vinieron a empujar a la Argentina hacia el progreso, la libertad y el bienestar que no encontraban en su tierra.

La Argentina es un país generoso: tiene los brazos abiertos a todos los hombres del mundo que quieran habitar su suelo. Lo dice el preámbulo de la Constitución, pero no solo el preámbulo. El artículo 20 establece que los extranjeros gozan de los mismos derechos que los nacionales y no están ni siquiera obligados a hacerse argentinos, pero si quieren, lo consiguen con solo vivir dos años en el país, periodo que se acorta a tres minutos si el extranjero lo solicita alegando servicios a la patria. Los constituyentes de 1853, conscientes de que había que poblar la Argentina, establecieron una curiosa preferencia por la inmigración europea, pero además quedó legislado (artículo 25) que el gobierno federal no puede restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes.

Cuando llegaron nuestros abuelos nadie les preguntó si se iban a quedar mucho o poco, si iban a volverse ricos o pobres. Los funcionarios de migraciones apenas podían transcribir sus nombres de unos pasaportes maltratados. Y aquí estamos nosotros, hijos, nietos, bisnietos o tataranietos de los parias de aquellos años, que venían a buscar una nacionalidad amigable.

La generosidad y los brazos abiertos argentinos se mezclaron en estos días con cierto nacionalismo barato, cuando en los medios nacionales aparecieron con destaque cantidad de rusas embarazadas que llegan a la Argentina a parir a sus hijos solo con el fin de gozar de nuestros derechos en todo el mundo; derechos que no tienen como rusos por culpa del frenesí invasor de Vladimir Putin. Pueden enseñarnos mucho y también ayudar a levantar este país, quizá tanto como los venezolanos, los chinos o los senegaleses, que no son europeos pero eso ahora no importa tanto. Nos debería bastar con saber que son parias y que su nacionalidad es tóxica, para recibirlos con los brazos abiertos. El problema no son las madres rusas sino los que trafican con la urgencia humana.

12 de febrero de 2023

Más pena no significa más justicia


Dediqué las últimas columnas a los dos juicios orales de este verano, en Dolores (provincia de Buenos Aires) y en Santa Rosa (La Pampa). El primero por del asesinato de Fernando Báez Sosa, muerto a golpes y patadas por ocho amigos de Zárate en la salida de un boliche en Villa Gesell el 18 de enero de 2020. El segundo, por el asesinato de Lucio Dupuy, el chico de cinco años maltratado, abusado y luego muerto a golpes por su madre y la pareja de su madre el 26 de noviembre de 2021.

Los crímenes son todos repudiables, pero el de Dolores conmovió especialmente a la opinión pública debido a la autopromoción de un abogado manipulador. No critico la conmoción en sí misma, que no tiene nada reprochable, sino la exageración, la desproporción entre la culpa y la pena, omnipresente en las coberturas periodísticas desde Dolores. No es un tema fácil y puede ser que provoque reacciones airadas: no me preocupa porque provocar es la función principal del periodismo.

La pregunta que quiero plantear es la que contesto en el título: ¿Más justicia significa más pena? Pero hay otras... ¿Se puede gritar a los jueces que solo la prisión perpetua es justicia? ¿Es lícito intentarlo, sabiendo que está mal porque los jueces nunca deben dejarse influir en sus sentencias por la opinión pública? ¿Se puede tachar como injusta una sentencia porque fue más benévola de lo que nos gustaría? Y hay otra más brutal: ¿Se puede desear el mal? Creo que nadie me va a decir que sí, pero si planteara la pregunta de otro modo, quién sabe... ¿Se puede desear el mal a quien hizo el mal? ¿Se puede castigar a quienes nos hacen daño? ¿Se puede torturar a quienes nos lastiman? No se puede. De ningún modo.

¿Y se puede arruinar la vida de unos adolescentes que no son asesinos por naturaleza, por más pavotes y culpables que sean? Sí. Se puede porque la ley lo establece, pero... ¿nos podemos alegrar por esas penas que convierten el resto de sus vidas en un infierno? Yo creo que no. ¿Y qué es peor, matar o desear la muerte? Las dos cosas son casi igual de malas...

La ley del ojo por ojo y diente por diente fue superada hace 2000 años. El cristianismo consiguió cambiarla por todo lo contrario y mejoró notablemente la vida en sociedad: el perdón, que es el remedio de verdad. Y por si hubiera alguna duda, los cristianos le pedimos a Dios que nos perdone a nosotros según nuestra propia capacidad de perdonar. Pero una cosa es el cristianismo y otra las leyes penales; una cosa es el delito y otra el pecado.

¿Alguien piensa que la cárcel arregla algo? La Constitución (artículo 18) dice que deben ser sanas y limpias y que no son para castigo de nadie, lo que hace ilegales todas las exigencias de castigo, hasta las de las Madres de Plaza de Mayo. Pero además dice que deben ser sanas y limpias, lo que hace también ilegales todas las cárceles en las que se mortifica a los presos más allá de la falta de libertad, que ya es muchísimo. Pero además todos sabemos que las cárceles argentinas no reforman a los presos sino que los vuelven peores. Y también que para reformar a un delincuente no es una buena idea hacerlo convivir entre otros delincuentes. Estoy seguro de que las generaciones futuras se horrorizarán de lo que hacemos hoy con los que cometieron delitos como ahora nos horrorizamos de la esclavitud.

Una madre, indignada con algo que escribí, me decía que me quería ver a mí con un hijo asesinado por esos monstruos, a ver qué pensaba. Pienso que intentaría perdonarlos y también que me alcanzaría con un hijo en el cementerio como para pedir que ocho más estén muertos en vida, sufriendo una tortura interminable e insoportable –completamente ilegal– en una cárcel argentina. Y también pienso que si tuviera un hijo asesino, haría lo que sea por salvarlo de esa tortura, aunque fuera tan ilegal como una cárcel argentina.

5 de febrero de 2023

El otro juicio


En Santa Rosa (La Pampa) terminó esta semana el juicio oral a las asesinas de Lucio Dupuy, el chiquito que murió el 26 de noviembre de 2021 a causa de una golpiza en su propia casa. Su madre, Magdalena Espósito, y la pareja de su madre, Abigail Páez, fueron declaradas culpables de homicidio con agravantes. En el caso de la madre los agravantes son el vínculo, la alevosía y el ensañamiento. Su, digamos novia, tiene cargos de homicidio agravado por alevosía y ensañamiento y también por el delito de abuso sexual ultrajante cometido contra el chico de cinco años. El fallo declaró solo la culpabilidad y las condenas serán dadas a conocer el 13 de febrero, pero con estos cargos se descarta que les darán prisión perpetua a las dos: 50 años en la cárcel sin ninguna posibilidad de excarcelación ni reducción de pena.

Refiriéndome a las condenas de los asesinos de Fernando Báez Sosa, que se darán a conocer mañana, decía el domingo pasado que no arreglan nada. Y repasaba una sabia garantía constitucional que establece que en la Argentina las cárceles no son para castigo de nadie sino para seguridad de los que están libres. Por eso, los jueces que dictan condenas tan graves deben estar convencidos de que esas personas serán peligrosas para la sociedad, por lo menos hasta que cumplan los 70 años, edad a la que podrán salir por otra medida humanitaria del sistema penal argentino, que supone que a esa edad ya nadie es peligroso.

¿Es mejor para la sociedad que Abigail y Magdalena pasen el resto de sus vidas en una cárcel que, para colmo y en contra de la ley, es lo más parecido a un infierno? Lo pensaba –y lo escribía– sobre los todavía sospechosos del crimen de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, que a todas luces parecen ser los asesinos, pero no unos perversos criminales seriales, sino unos adolescentes bastante pavotes, víctimas a su vez de una descomunal operación de opinión pública montada por el abogado querellante de los particulares damnificados, a quien le importa un comino arruinarles la vida para siempre si consigue la fama que necesita para ser candidato a gobernador de Buenos Aires.

No vale pedir justicia y después solo conformase con los fallos que nos gustan. Es intrínseco a la Justicia (ahora con mayúscula) su independencia de la opinión pública y de cualquier otra intromisión de cualquier influencia y de cualquier poder, incluidos el ejecutivo y el legislativo. Así funciona el sistema republicano, que supone la garantía esencial de igualdad ante la Ley y de desigualdad ante la Justicia, porque Justicia es la aplicación de la Ley a cada caso en particular. Ciega es la Ley, no la Justicia, que tiene los ojos bien abiertos.

No puede ser que para la opinión pública sean buenos los jueces que fallan a nuestro gusto y malos los que no. Y eso no quiere decir que no haya jueces corruptos, que los hay, pero no son corruptos porque nos disgusten sus sentencias sino por otra razón, que siempre es la misma y de color verde. La República tiene sistemas para defenderse de esa corrupción: hay que confiar en ellos y perfeccionarlos cada vez más.

Finalmente algo sobre la violencia intrafamiliar. A pesar de lo que uno supondría, dicen las estadísticas que en la Argentina el castigo a los niños es endémico, permanente y creciente. Y no tiene nada que ver la condición de la madre porque no hay madre en el reino animal que mate a sus hijos, o que en caso de peligro no dé la vida por ellos. Entonces ¿cómo puede una madre matar a un hijo de cinco años? No hay respuesta de la naturaleza, pero sí intenta encontrarla la psicología humana.

Solo los humanos podemos ser egoístas. Pero tan egoístas que el amor a nosotros mismos es capaz de pudrir, y convertir en odio, hasta el amor de una madre a su propio hijo. Y lamento comunicarle que el egoísmo es una de las señales más características de este tiempo que nos toca vivir, por eso el remedio no está en las cárceles mientras en las cárceles no se enseñe a amar a los semejantes.

29 de enero de 2023

Justicia y opinión pública

Durante la últimas dos semanas hemos presenciado, casi en directo y como si fuera un espectáculo, las audiencias testimoniales del juicio oral a los ocho sospechosos del asesinato de Fernando Báez Sosa, el adolescente de 17 años que fue muerto por una patota de amigos de Zárate el 18 de enero de 2020 en Villa Gesell. Luego, ahora sí en directo, los alegatos de la fiscalía, los particulares damnificados y la defensa de los imputados. Hasta la sentencia, que será pública el 6 de febrero, no se puede aventurar la condena de la Justicia. No es el propósito de esta columna adelantar ninguna opinión sobre semejante asunto: solo me baso en el relato de los hechos, tal cual los conocemos por los medios y fueron relatados en las audiencias y alegatos del juicio oral.

Me parece una barbaridad cualquier condena y no me importa que me tachen de garantista. Quizá lo sea, como el Papa que lo acaba de afirmar de sí mismo, pero no por pensar que la culpa del delito es de una sociedad injusta –que lo es– sino porque las cárceles no arreglan nada. Me alcanza con calcular que si les dan prisión perpetua, algunos de esos chicos pueden salir a los 70 años (por cumplir 70, no por cumplir la condena). Pero además su vida será un infierno en un país cuya Constitución garantiza que las cárceles no deben ser un infierno... Y me dan escalofríos solo por pensar que alguien reclame ese castigo para un ser humano, aunque haya cometido el crimen más aberrante. Todos sabemos que a pesar de lo que diga nuestra Constitución en su artículo 18, las cárceles argentinas son incubadoras de delincuentes, cuarteles generales del crimen organizado y focos de corrupción de los servicios penitenciarios. No sirven para lo que tendrían que servir y ni siquiera cumplen con los estándares mínimos que exigen las leyes.

En todo el debate que se dio en estos días en la opinión pública, casi no se oyó otra cosa que precisamente eso: que se pudran en la cárcel. Supongamos que se lo merecen: la macana es que no arreglamos ninguna otra cosa que no sea fomentar –nunca saciar– la sed de venganza de las persona que ha sufrido la pérdida irreparable de un hijo, un hermano, un amigo... y lamento informarles que la venganza no es un sentimiento muy noble. Sí se entiende, en cambio, el principio constitucional, también consagrado en el artículo 18: la privación de la libertad para los que cometen delitos no es para castigar a nadie sino para garantizar la seguridad de los que no los cometen. Por eso los jueces que dictan una prisión perpetua tienen que estar convencidos de que quienes van a pasar el resto de sus días en la cárcel solo estarán allí porque son peligrosos para el resto de la sociedad.


Provocando ese espectáculo con la intención de mover la balanza de la opinión pública y de los jueces, aparece el abogado de los padres de la víctima (la querella de los particulares damnificados es un derecho, pero no un deber como el de la defensa de los imputados o la acusación por parte del Estado). En este caso fue el patrocinante quien eligió a sus patrocinados y lo hizo ad honorem, pero es el mismo que se enriqueció patrocinando a los asesinos de José Luis Cabezas; a los culpables de la muerte de Rodrigo Bueno; también a Horacio Conzi y a Giselle Rímolo; a Diego Maradona; a Francisco Trusso y a los gerentes de Skanska... y ahora se aprovecha de un caso que le viene al pelo para lavar su imagen ante la opinión pública. 

Con pretensiones de pasarse a la política y conocedor del impacto que tendría en los medios, se instaló como abogado de causas justas, aunque no pudo evitar un estilo agresivo que parece innato. Él y sus socios aparecieron en los medios como si pagaran publicidad, con preguntas inducidas o pasadas de antemano a periodistas y a medios que deberían avergonzarse de vender sus plumas, sus micrófonos y sus cámaras. Y si no se vendieron o pensaron que la causa valía la pena por lo justa, sirvieron de idiotas útiles a las pretensiones políticas de un abogado sin muchos escrúpulos.

22 de enero de 2023

El sexo de los animales


Salvo casos excepcionales, en organismos muy básicos, todos los animales tienen dos sexos y se reproducen apareándose entre ellos de los modos más diversos y curiosos. Los mamíferos nos parecemos mucho, en eso como en tantas otras cosas, pero también se aparean las aves, los reptiles, los peces y hasta los insectos.

Pero lo que quiero explicar tiene más que ver con el género y pasa con las moscas y los mosquitos, con los sapos y las ranas y con todos los animales, pero se vuelve mucho más interesante en los genéricos de los más cercanos al hombre y que, precisamente por convivir cerca de nosotros hace milenios, distinguimos en la lengua su variedad y condición: caballo, yegua, potro, potrillo, potranca, montado, jamelgo, matungo, penco, redomón... vaca, toro, novillo, vaquilla, vaquillona, ternero, buey... oveja, carnero, cordero... perro, can, cuzco, cachorro, podenco, sabueso, mastín...

La jirafa y el elefante no son una hembra y un macho sino los nombres genéricos de las jirafas y los elefantes, sean machos o hembras. El perro, el gato y el caballo son masculinos, mientras que la vaca, la oveja y la cabra son femeninos, aunque incluyan a las hembras y los machos de esas especies. Cuando nos cruzamos con una tropa de vacas, toros y terneros, decimos que son vacas y cuando comemos su carne también decimos que es de vaca, aunque sea de novillo. Si vemos caballos, no hacemos la distinción entre caballos, potros, yeguas, potrillos y potrancas. Los leones se distinguen de lejos de las leonas pero en el conjunto todos son leones, igual que los tigres y las panteras. Las gallinas son femeninas y los gansos son masculinos, como los cerdos o los pavos, pero las gallinas dan nombre hasta al gallinero, que vendría a ser el gineceo que alberga también a los gallos y a los pollos. Y el hombre –el ser humano– cayó en masculino como pudo caer en femenino y quién sabe si un día no termina siendo la hombre.

Si van a respetar la inclusión, los que ocupan el dialecto inclusivo deberían referirse a los animales con la misma distinción: no dirán más vacas ni vacuna porque son términos que discriminan a los toros; tampoco pueden decir caballos si además hay yeguas, ni abejas porque estarían dejando de lado a los zánganos, ni perros ni gatos si entre ellos hay perras y gatas; ni ballenas a las ballenas y sus maridos; o pingüinos a los pingüinos porque la mitad son pingüinas. Y así podemos repasar una por una todas las especies que entraron en el Arca de Noé. Y no le digo nada cuando un oso polar se autoperciba libélula: ahí se pudre todo.

Hace 70 años la palabra hombre incluía a los varones y las mujeres, pero hoy es casi imposible usarlo en ese sentido –como lo hice en esta columna– que es la primera acepción del diccionario. Así es el lenguaje cuando está vivo, y al paso que vamos, no falta mucho para que nos obliguen a hablar de los animales como hoy nos están forzando a hacerlo con las personas: en los insecticidas y en su publicidad habrá que anunciar que matan insectos e insectas, mosquitos y mosquitas, cucarachas y cucarachos, polillas y polillos, hormigas y hormigos, ratas, ratos, ratones y ratonas... Y el alimento para gatos y perros deberá incluir a las gatas y a las perras.

Como estas cosas van y vienen, aviso que falta un poco más de tiempo, pero no tanto, para la reacción contraria, brutal, contra toda esta tontería. Sin ir más lejos, Basta de todes es el eslogan de campaña de un candidato a gobernador de la provincia Buenos Aires. Solo hay que esperar que los que vengan del otro lado de la grieta nos dejen pensar y expresarnos como se nos dé la gana.